El interés recae en la discusión sobre la pregunta: ¿qué condiciones de necesidad y satisfacción deben existir para que el acto ilocutivo del perdón sea satisfactorio? En particular, se busca construir una serie de elementos teóricos y lógicos que garanticen proposiciones mínimas en las que el acto ilocutivo de pedir perdón o perdonar sea llevado a cabo con total satisfacción, a partir de algunos relatos en los que se pide perdón a las víctimas y se perdona a los victimarios.
Ciertamente, existe un inmenso deseo de que este camino iniciado con respecto a las posibilidades de comprensión que genera el lenguaje tenga su continuación. No cabe duda de que todos y cada uno de los trabajos y estudios realizados sobre este tema profundizan y enriquecen su discusión.
Hernando Arturo Estévez Cuervo*
Luchamos con el lenguaje.
Estamos en lucha con el lenguaje.
Wittgenstein, Aforismos. Cultura y valor
The limits of my language mean the limits of my world.
Wittgenstein, Tractatus logico-philosophicus
* Decano de la Facultad de Filosofía y Humanidades y profesor asociado de Filosofía de la Universidad de La Salle (Bogotá, Colombia). Magíster en Estudios Liberales de la Universidad de Indiana y doctor en Filosofía Política y Social Latinoamericana de DePaul University, Chicago. Correo electrónico: [email protected]
El lenguaje, en sus generalidades comunicativas, puede definirse inicialmente como la combinación de palabras y métodos usados y entendidos por una comunidad. El lenguaje es universal y vital para la comunicación entre individuos y, a su vez, expresa los cambios en la cultura, pues en él se vive y solo a través suyo se logra metafóricamente vivir el significado y sentido de la vida y la existencia.
Sin embargo, el lenguaje requiere de un acercamiento teórico y práctico para comprender su alcance y significado en los cambios culturales y políticos de la cultura occidental. Tal acercamiento revela que el lenguaje posibilita una descripción y comprensión de los fenómenos de la realidad a través de la pregunta por su significado y sentido. Algunas de las preguntas endémicas al lenguaje mismo remontan ciertamente a preguntas filosóficas y a cuestiones de la filosofía del lenguaje: ¿qué hace que una palabra tenga sentido?, ¿cómo las palabras obtienen el significado que poseen?, ¿cómo entendemos un enunciado?, ¿cómo es posible que las palabras tengan acceso público a su significado?
Estas preguntas constituyen, sin lugar a dudas, una guía que permite acercarse a las cuestiones esenciales de los planteamientos del lenguaje y a las consecuencias que traen para comprender la realidad. No obstante, al ser preguntas perennes de la filosofía, sus respuestas son más que enunciados que dan acceso a la realidad. Desde luego, las respuestas a estas preguntas son constitutivas de la realidad; es decir, el significado y sentido de las respuestas construyen, elaboran y forman parte de la realidad.
Preguntarse por el significado y sentido del lenguaje sitúa el análisis en la metafísica y la epistemología, por cuanto aquel describe la esencia de las cosas en sí mismas y concede acceso a su entendimiento. Sin embargo, afirmar que el lenguaje, su sentido y significado son constitutivos de la realidad trae consigo ciertos problemas endémicos a su naturaleza y esencia. El primer problema o dificultad es la conexión entre lenguaje y pensamiento, que a su vez deriva en dificultades de este tipo: ¿qué es un pensamiento? (que, por definición, es privado y no se encuentra en el espacio público), ¿cómo es posible que una frase —un cordel de sonidos/gestos/marcas— pueda expresar un pensamiento?, ¿cómo es posible la comunicación? El segundo problema o dificultad atañe a la relación entre las palabras y las cosas, pues las cosas que están y son de acceso público requieren, para su comprensión, de un significado colectivo.
De este modo, una aproximación inicial a la filosofía del lenguaje aboca no solo a cuestiones propias de la filosofía —por cuanto él nos acerca a la realidad—, sino que además sitúa el horizonte en la ética y política como individuos privados y públicos: el lenguaje, su significado, su sentido y alcance intervienen, teorizan y hacen posible tal acción en la realidad. En este horizonte, el lenguaje de la diferencia que se explora en este ensayo cuestiona la posibilidad de reconocer la necesidad de que el lenguaje sea también parte de la transición filosófica1 que se vive actualmente: de modernidad a posmodernidad. El lenguaje de la diferencia contribuye a construir cambios sociales e interdisciplinares que a su vez requieren de metodologías filosóficas que deslegitimen, descentren y abandonen los grandes relatos (Lyotard) que preservan la idea de una verdad absoluta y universal bajo los preceptos de la razón como concepto universal.
Cuestiones preliminares
Estos alcances teóricos y prácticos de la filosofía del lenguaje se remontan a los primeros estudios realizados por Gottlob Frege (1848-1925) en lógica y matemática, de donde se deriva su preocupación por el lenguaje y por el impacto que este tiene sobre la significancia y comportamiento de aquellas frases que, por un lado, describen y nombran y, por otro, simplemente anuncian un contenido. Esta preocupación llevó a Frege a argumentar que los términos del lenguaje tienen sentido y denotación, es decir, que se requiere un mínimo de relaciones semánticas para explicar su significado o importancia.
En su texto “Sobre sentido y referencia”, Frege (1973) distingue entre el valor cognoscitivo y el valor veritativo de un enunciado o pensamiento, aun cuando ambos sean esenciales para el entendimiento. Empero, tal afirmación conlleva una incoherencia puesto que el valor cognoscitivo es distinto del sentido del enunciado; o sea, el pensamiento expresado en él no entra menos en consideración que su referencia, es decir, su valor veritativo. Para enfrentar tales dificultades, Frege se enfrentó Mill y a Husserl, pensadores que rechazaban todo conocimiento a priori, incluyendo el concepto de número, pues las leyes de la matemática se derivan deductivamente y las imágenes de los objetos que abstraemos son primeramente subjetivas y luego se objetivan.
Según Frege, tal abstracción —entendida como una dificultad endémica a la relación entre la trivialidad y la informatividad de un enunciado— es razón suficiente para diferenciar entre la referencia a una expresión y el sentido de esta, y al mismo tiempo para reconocer la diferencia entre dar información acerca del mundo y hacerlo frente al uso del lenguaje en este proceso. El uso del lenguaje es, entonces, la necesidad de reconocer el sentido de una expresión y su relación con el valor cognoscitivo.
Para suplir tal necesidad, Frege introduce la propiedad semántica de sentido. El sentido de una expresión supone un modo de presentación o un modo de determinación —por lo general intuitivo— de cómo el referente es presentado a quien habla. El sentido de una expresión es entonces el modo de presentación, que está obligatoriamente relacionado con la expresión que el hablante asocia para que pueda llegar a ser comprendido como entendimiento. En otras palabras, entender una expresión es comprender su sentido y, a la vez, reconocer que adquiere sentido porque este, de hecho, se ha establecido previamente. Los términos del lenguaje tienen sentido y lo denotan solo si las relaciones semánticas son requisitos mínimos para explicar su significado. Sin embargo, Frege distingue entre los diferentes sentidos de una expresión y las ideas. Esta distinción supera las diferencias lingüísticas desde el valor cognoscitivo y el valor veritativo, para situar el sentido en los espacios públicos y privados de la comunicación.
Ahora bien, surge el siguiente problema: uno de los avances simbólicos más importantes de Frege consiste en haber eliminado del lenguaje lógico de las matemáticas las nociones de sujeto y predicado propias del lenguaje natural. Frege reemplaza el par sujeto-predicado por el par argumento-función. Esta sustitución permite una explicación más precisa y amplía la cuantificación en el lenguaje, esto es, la formalización y, por tanto, la posibilidad de representar las relaciones lógicas entre frases a través de varios cuantificadores.
Dicho