El lector encontrará en las páginas de este libro una serie de capítulos y miradas que interpelan la posibilidad de pensar el lenguaje de lo diverso. Advertirá que algunos de los textos se remiten a escuelas clásicas de análisis del lenguaje como fuente que inspira su argumentación, en tanto otros acuden a la hermenéutica como forma de interpretación del lenguaje. Cada una de las voces muestra las distintas formas de análisis sobre un mismo tema. Todo pensamiento mira desde un lugar, se sitúa y se alimenta por experiencias a la luz de la tradición y el debate; por eso, no hay pensamiento alguno que florezca sin la posibilidad de ser interpelado.
Algunos de los textos que aquí se presentan son fruto de investigaciones reconocidas por entidades estatales (Colciencias) o de trabajos doctorales y de maestría, lo cual da cuenta de su carácter riguroso y sistemático. En primer lugar, Hernando Estévez, con su texto “El lenguaje de la diferencia”, devela cómo el lenguaje ofrece esa posibilidad única de describir los fenómenos de la realidad. En ese sentido, advierte que la pregunta por el significado y sentido del lenguaje sitúa al sujeto ante un plano metafísico y epistémico, por cuanto describe la esencia de las cosas en sí mismas y concede acceso al entendimiento. De igual forma, recuerda que las significaciones que constituyen los límites del entendimiento del mundo se revelan en la comunicación y el hacer dentro de la cultura. Así, a través del lenguaje de la diferencia, los sujetos se autoafirman en una relación dialéctica del devenir, que invita a una conciencia de uno mismo como parte subjetiva y objetiva de la especie humana.
En “El lenguaje del fundamentalismo: mercadeo, bullshit, neolengua, glosolalia”, Germán Bula examina el fundamentalismo como un fenómeno cognitivo, es decir, explora el tipo de mente que lleva a cabo, en palabras de Schimmel, “acrobacias pseudocognitivas” para sostener ciertas creencias poco razonables. Lo que busca este enfoque es identificar ciertas constantes formales en el pensamiento fundamentalista, tales como un escepticismo modulado o el pensamiento antagónico, según el cual se adoptan creencias contrarias a aquellas de cierto grupo que se toma como enemigo. El análisis lógico del fundamentalismo cognitivo puede completarse con un análisis del lenguaje que lo dice.
Hernán Rodríguez, en “El lenguaje del mal”, aborda la necesidad de encontrarle un sentido a aquello que se comunica sobre el mal, sobre todo sin ser partícipes únicamente del lugar de la negatividad. El autor plantea una cierta imposibilidad de comprender el mal por la finitud misma del hombre y las limitaciones propias de su condición humana; pero, al mismo tiempo, indica que experienciar el lenguaje, apartados de las lógicas y absurdos dogmatismos o condiciones éticas, puede develar la intimidad del mal. En dicho sentido, hablar del lenguaje del mal no implica figurarlo en abstracto. Si se parte de tal premisa, resulta imposible tematizar el mal. Antes bien, el lenguaje del mal supone aproximarse a él a partir de descripciones concretas de las acciones acometidas.
Carlos-Germán van der Linde, en su texto “El habla de la calle en la narrativa colombiana: el problema del lenguaje al narrar la alteridad en literatura”, estudia el problema del lenguaje en la violencia urbana, desde el habla callejera de los personajes y la voz narrativa de las obras, en un sector de la literatura colombiana. El autor parte de Aire de tango de Mejía Vallejo, una obra que representa al emigrante del campo a la ciudad, cuya forma de hablar es original de su región, pero con algunos elementos del habla carcelaria. Luego se analiza la obra de Ramírez Gómez, En la parte alta abajo, en la que la alteridad ya no es representada por el desplazado sino por el joven pandillero, cuya habla es propia de las barriadas. Finalmente, se llega a la novela corta del reconocido cineasta Víctor Gaviria, El pelaíto que no duró nada, donde se cede la voz narrativa a un sujeto real de la calle a través de la estrategia del testimonio novelado.
Iván Rodríguez, en “El lenguaje, la verdad y la política”, establece múltiples relaciones entre lenguaje y política. De hecho, para el autor no es posible pensarlos aisladamente como si los conceptos fueran una especie de sustancias que poseen existencia en sí mismas. En ese sentido, se explica cómo la filosofía analítica y la hermenéutica muestran, desde distintos horizontes, que finalmente aquello que pensamos tiene necesidad del lenguaje por el valor que posee. Para dar curso a esta pretensión, en primer lugar se retoma la discusión en torno a las pretensiones de verdad que posee el lenguaje. Después se analiza con Hannah Arendt la unidad entre lenguaje y política. Finalmente, se siguen los estudios de Habermas respecto al valor político del discurso.
Carlos Valerio Echavarría, en “Semánticas de la educación rural: lenguajes de maestras y maestros”, intenta mostrar cómo la construcción de paz es una demanda social con la que se pretende allanar caminos políticos, éticos, ciudadanos y pedagógicos que contribuyan a potenciar coexistencias y construir el entre-nos y las experiencias de otredad. Asimismo, desde una apuesta educativa, expone un saber práctico y propósitos transformadores: dar cuenta de las expectativas del buen vivir, el ser y el estar con otros en el mundo. Para el autor, la paz como propósito formativo transita entre una analítica del lenguaje y la comunicación, del acontecimiento y el cambio de perspectiva, y de una ontología del ser en cuanto coexistencia del ser-maestro-en el mundo. Por ello, la escuela, el maestro y los aprendices que han constituido un correlato rural del ser y del existir entre planicies, llanuras, selvas y montañas son la inspiración de esta reflexión.
Catalina López, en “Comunicación y lenguaje animal: consideraciones sobre el uso del término dialektos en el planteamiento aristotélico”, sostiene que uno de los aspectos más fascinantes de la obra de Aristóteles es el interés detallado para estudiar los comportamientos animales y el lenguaje que utilizó en su descripción. Efectivamente Aristóteles, mediante el uso de categorías y conceptos aparentemente reservados para el ámbito humano, realiza análisis que invitan a aceptar la posibilidad de una cierta forma de inteligencia animal. En el marco de esa hipótesis general de investigación, se plantea la cuestión sobre el lenguaje animal y se explora el conjunto de operaciones mentales que forman parte de este. Así, se muestra que Aristóteles admite la capacidad de usar signos por parte de los animales, de encontrar significantes y de actuar conforme a estas operaciones, y ello devela una enorme complejidad psíquica nada lejos de la inteligencia.
Luis Verdugo, con su escrito “Lenguaje e historia mesiánica en Walter Benjamin”, insta a comprender que este filósofo escribe no mediante un encadenamiento lógico de argumentos, sino procurando la construcción de conceptos a través de imágenes. De esta forma, el autor realiza un acercamiento al carácter mesiánico de las reflexiones elaboradas por Walter Benjamin. En esta perspectiva mesiánica, la relación con los objetos, con los hechos humanos, con la realidad histórica en suma, siempre plantea la posibilidad de leer “un macrocosmos en el microcosmos”, pues de lo que se trata con Benjamin es de buscar las astillas del tiempo mesiánico. Todo lo anterior sirve para decir que, pese a la trágica y pronta desaparición de Benjamin, la obra que dejó puede catalogarse como “original e infinita”.
Manuel Prada, en “Aportes de la filosofía del lenguaje a la conservación de la paz en Colombia”, expone cómo el significado del Acuerdo de Paz depende de al menos dos componentes: a) la oposición que hay entre la teoría del significado de Searle y la de Dummett; b) el hecho de que, al parecer, el significado del Acuerdo de Paz en Colombia está relacionado con la manera de abordar los conflictos en la cotidianidad. Para lograr tal análisis, el autor revisa la teoría pragma-dialéctica de la argumentación de van Eemeren y Grootendorst, en cuento superación y complemento de la teoría estándar de los actos de habla de Searle.
William González, en “El papel del lenguaje en los procesos de reconciliación social”, pone sobre la mesa la discusión en torno al perdón en el pensamiento filosófico-político. Para el autor, algunas consideraciones de tipo religioso, antropológico, político e incluso metafísico han llevado a repensar dicha categoría desde la Segunda Guerra Mundial y hasta nuestros días. En ese