En otro artículo, casualmente también reproducido por el diario La Nación, del viernes 25 de abril de 2008, Marcos Aguinis publica una extensa nota que denomina “Teatro del absurdo”. En principio, muestra una profunda añoranza chovinista por retornar a la “obsesión de titanes como Sarmiento, Avellaneda, Mitre, Roca”. En su “Teatro del absurdo”, pese a destilar una argentinidad que por momentos trae reminiscencias del “Ser Nacional” promocionado por la dictadura de Videla, Aguinis olvida que Sarmiento, un argentino nativo y notorio, desde su exilio chileno en noviembre de 1841 abogaba, desde el diario El Progreso, para que Chile ocupase la Patagonia al sur de Chiloé y en particular el Estrecho de Magallanes. Incluso, desde esas mismas páginas, pidió ser nombrado diputado por la provincia de Magallanes a la que “hemos favorecido tanto”. Por otra parte, en el plano de los derechos humanos, aún resuenan sus consignas “para lo único que sirve la sangre de un gaucho, es para abonar la tierra” y tantos otros axiomas que comentaremos a lo largo de estas páginas.
Recordemos que durante la presidencia de Nicolás Avellaneda se privilegió el pago de la fraudulenta deuda externa nacional, “hasta sobre su hambre y sobre su sed”, tal como anunció el presidente ante el Congreso en 1875. Lo único que importaba según el mandatario “es el honor del País frente al mundo”.
Tampoco resulta extraño que en el diario de los Mitre Aguinis elogie a don Bartolomé, el mismo que viajó en calidad de observador en la flota anglo-francesa que forzó el paso en la Vuelta de Obligado. Mitre, el mismo que embarcó a la Argentina en la Guerra de la Triple Alianza, la guerra más absurda e impopular de nuestra historia que redujo a cenizas al Paraguay y masacró a su pueblo. Pero Aguinis, en su “Teatro del Absurdo”, o deberíamos decir en su “Absurdo Teatro”, muestra una profunda preferencia por el “plurifacético Julio Argentino Roca, tan lúcidamente pintado por Félix Luna en su libro Soy Roca”. Consecuente con esto, Aguinis dice que el general:
(...) no fue un genocida (como se lo representa en el teatro del absurdo), sino el líder que terminó con los malones que impedían extender las fronteras del progreso y de la soberanía hasta los actuales límites nacionales. Consolidó a la Argentina como una respetada protagonista mundial. ¡Quisiéramos tener el prestigio que nos aureolaba en los tiempos de Roca!
Como demostraré más adelante, los indígenas que no fueron exterminados por la dupla Alsina-Roca y la Campaña al Desierto terminaron arrojados en Buenos Aires, donde fueron “dados” como esclavos a las “buenas familias” a través de la Sociedad de Beneficencia. Otros terminaron en los cañaverales de Tucumán o en el presidio de Martín García. Recordemos también que durante el gobierno del “plurifacético” Roca se decretó la tristemente célebre ley 4.144, Ley de Residencia que expulsaba a los obreros extranjeros considerados perturbadores del orden público (por reclamar 8 horas de trabajo, por ejemplo), pero se dejaba aquí a su familia. Familia que no sólo quedaba desarticulada, sino también en la completa indigencia. Que un escritor con los recursos de Aguinis, que cuenta entre sus obras con La Cruz Invertida, se vea obligado a recurrir a esta pléyade de espectros como Sarmiento, Avellaneda, Mitre o Roca evidencia cómo un importante sector de nuestro país pretende seguir ignorando hoy a los que se invisibilizó ayer.
Ciertamente la invisibilidad a la que se arroja a los pueblos originarios no es patrimonio argentino, sino que parece sobrevolar ambas orillas del Río de la Plata. En un editorial publicado el domingo 19 de abril de 2009, por el diario El País de Montevideo, el ex presidente de Uruguay Julio María Sanguinetti se despacha a gusto contra quienes no pueden defenderse, porque han sido exterminados. Pese a ello, Sanguinetti, que cuando fue presidente no vaciló en acallar y congelar los reclamos de las organizaciones de los derechos humanos y de la sociedad en su conjunto e hizo lo imposible por evitar el enjuiciamiento de los torturadores y asesinos de la dictadura uruguaya, se dedica a atacar a lo que califica como “la involución del charruismo”. Sanguinetti se complace en denostar a aquel pueblo originario que, como él mismo expresa, fue “barrido” del mapa Oriental y al que despectivamente califica de “tribu charrúa”. Pero observemos más exhaustivamente otra de sus increíbles afirmaciones:
No hemos heredado de ese pueblo primitivo ni una palabra de su precario idioma, ni el nombre de un poblado o una región, ni aun un recuerdo benévolo de nuestros mayores, españoles, criollos, jesuitas o militares, que invariablemente les describieron como sus enemigos, en un choque que duró más de dos siglos y les enfrentó a la sociedad hispano-criolla que sacrificadamente intentaba asentar familias y modos de producción, para incorporarse a la civilización occidental a la que pertenecemos.
Resulta interesante su capacidad de consumado lingüista que puede advertir la precariedad de un idioma del cual no sobrevivió “ni una palabra”. En fin... A simple vista advertimos coincidencias notables entre Vargas Llosa, Aguinis y Sanguinetti. Como si el párrafo anterior no fuese suficiente, el ex presidente finge bajar los decibeles y, con una inocencia propia de una Caperucita en un bosque repleto de lobos amigos, señala:
En nuestra vida republicana nadie quiso eliminar a los charrúas como personas, sino barrer su toldería, modo de vida incompatible con la vida criolla, refugio de delincuentes, constante aliado del invasor portugués y del “bandeirante” traficante de esclavos, que procuraba allí la gente para secuestrar niños guaraníes o mujeres blancas y venderlas en Brasil.
¿No nos suena familiar la letra de este tango trágico? ¿No nos suena a la naturalización de la víctima transformada en victimario? Aquellos que fueron “barridos” y despojados de sus tierras son los ladrones, contrabandistas, delincuentes, esclavistas, secuestradores. La partitura resulta conocida.
Más adelante nos brinda una verdadera innovación conceptual cuando habla “del genocidio poco genocida”, tal como califica a la campaña contra los charrúas. Extraño término en verdad, debería patentarlo como neo logismo y completar el resto de la secuencia con frases como “más o menos genocida” y “mucho genocida”. Más allá de la particularísima visión de alguien que llegó a la primera magistratura de un país, el racismo se encuentra tan naturalizado que cuesta percibirlo. Tantos años de pedagogía de la desmemoria y de amnesia colectiva inculcada por la escuela del statu quo, tanta dictadura rioplatense, tanta impunidad llevan a que la inversión de las pruebas termine naturalizada inculpando a las víctimas, aunque estén ya muertas.
Después de advertir hasta qué punto se continúa afrentando a un enorme segmento de la población, incluso mediante textos educativos actuales, conviene anticipar algunas definiciones. En particular sobre el significado de genocidio