Durante los días de su pasión y muerte, la ternura se torna en Jesús sufrimiento y dolor. En su entrañable entrega nos demuestra que está dispuesto a pagar el precio del amor hasta el extremo. No huye, ni esquiva los costos de vivir la ternura en medio de una cultura deshumanizante que ocasiona dolor y muerte. El amor tiernísimo de Jesús se manifiesta también al morir por aquellos a quienes ama y son sus amigos: El amor supremo consiste en dar la vida por los amigos. (Juan 15.13). La teología podría encontrar en la ternura una nueva clave para reinterpretar la muerte de Jesús sin el exclusivo carácter sacrificial y reparador que ha dominado a la teología católica y protestante desde los tiempos de Anselmo de Canterbury (1033-1109). La radicalidad del amor pudiera ser la clave de esa relectura teológica: la redención como acontecimiento exclusivo del amor tierno y solidario del Dios trino. Porque no es la humanidad quien le ofrece a Dios la muerte de su hijo como un sacrificio para aplacar su ira, sino que es el amor de Dios, quien por su gracia infinita nos ofrece su redención. En este caso, la cruz no representaría «la forma de una prestación humana propiciatoria, sino la expresión de un amor de absoluta benevolencia de Dios». (Rocchetta, 2001, p. 166).
¿Cómo explicar que la victoria de Jesús sobre la muerte es en sí un acto de rebeldía, movido por su ternura, contra un mundo deshumanizador? ¿Qué otros actos de rebeldía asumidos por
Jesús, motivados por su ternura, debemos incluir en nuestra praxis pastoral?
La resurrección, por su parte, declara la victoria concluyente de la vida sobre la muerte, del amor sobre el odio y de la misericordia sobre la inclemencia. Es la demostración irrebatible del triunfo escatológico de la ternura. Para el teólogo bautista alemán Thorwald Lorenzen
la resurrección de Jesús supone la muerte definitiva de la muerte […] significa que, en un devenir histórico marcado y ensombrecido decisivamente por la realidad de la muerte, donde debe morir todo ser humano y donde el poder disgregador de la muerte está ya en acción sofocando la vida, la historia se ve enfrentada a una nueva dimensión de la realidad. Una realidad más fuerte y capaz, por tanto, de relativizar su poder deshumanizador (Lorenzen, 1999, p. 335).
La ternura es, por consiguiente, promesa del nuevo mundo; es parte de aquella realidad capaz de relativizar los poderes que destruyen la vida y de devolverle a los seres humanos la capacidad de amarse, amar y ser amados.
Compasión entrañable. A decir verdad, el lenguaje del Segundo Testamento, tal como señalan los traductores bíblicos, no tiene la misma riqueza del Primero en cuanto a los términos que usa para designar la ternura, misericordia y compasión. De manera breve se presentan a continuación los principales vocablos que se emplean en los evangelios y en el resto del Segundo Testamento.
En cómo la ternura se constituyó en distintivo único del cristianismo, y cómo las multitudes reconocían a Jesús por la ternura con la que miraba a las personas vulnerabilizadas y actuaba en favor de ellas. ¿En qué procesos históricos y pragmáticos se perdió la ternura en la praxis pastoral? ¿En qué procesos de producción teórica de la teología quedó invisibilizada la ternura y por qué?
El sustantivo oiktirmós (οἰκτιρμός) significa compasión y misericordia. En su forma verbal expresa apiadarse o compadecerse de alguien. En algunos casos evoca el término hebreo rahûm para indicar la ternura o el cariño que proceden de Dios. Así, por ejemplo, en Romanos 12:1 Pablo exhorta: «Por tanto, hermanos míos, les ruego por la misericordia de Dios que se presenten ustedes mismos como ofrenda viva, santa y agradable a Dios. Éste es el verdadero culto que deben ofrecer», o también en 2 Corintios 1:3: «Alabado sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, pues él es el Padre que nos tiene compasión y el Dios que siempre nos consuela». En otras ocasiones, se usa para describir la relación de fraternidad que debe distinguir a la comunidad de fe; así, por ejemplo, en Colosenses 3.12 anima: «Sean, pues, profundamente compasivos, benignos, humildes, pacientes y comprensivos». En todos los casos, tanto los evangelistas como los demás escritores reconocen que la ternura-compasión de Dios es el fundamento que anima a los seguidores de Jesús a actuar de la misma manera.
El término splánjnon (σπλάγχνον) aparece en varias ocasiones: Filipenses 1.8, Filemón 10-12; 2 Corintios 7.15; 1 Juan 3.17, entre otros. Significa «el lugar donde se origina el amor materno y la fuente de los sentimientos y del afecto en general […] el centro de la sensibilidad y del sentimiento» (Meza, 2007, p. 440). En su forma verbal, splanjnízomai (σπλαγχνίζομαι), apunta a
un sentir profundamente humano, a una conmoción entrañable que vuelca el corazón del ser humano a actuar en favor del otro, es decir, evoca una relación visceral, lo más entrañable y humana que pueda experimentar una persona, como un sentimiento muy fuerte de compasión. (Meza, 2007, p. 44)
Este es el hermoso caso presentado en la parábola del hijo pródigo cuando se ilustra el sentimiento del padre perdonador: «Aún estaba lejos, cuando su padre lo vio y, profundamente conmovido, salió corriendo a su encuentro, lo estrechó entre sus brazos y lo besó» (Lucas 15.20).
Otro término es eleéo (ἐλεέω), el cual se traduce por compasión, piedad o misericordia. El evangelista Marcos usa este vocablo para ilustrar el amor compasivo de Jesús ante Bartimeo, el ciego de Jericó: Al enterarse de que era Jesús de Nazaret quien pasaba, empezó a gritar: —¡Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí! Muchos le decían que se callara, pero él gritaba cada vez más: —¡Hijo de David, ten compasión de mí! (Marcos 10.47-48). En Jesús, su eleéo (compasión) es más que asistencia filantrópica, es un acto liberador que le devuelve a la persona su capacidad de relacionarse con otros y de que la traten con dignidad. Y, también aquí, los gestos de Jesús son el patrón que debe asistir a la comunidad cristiana en su práctica de la compasión-ternura liberadora: «El maestro de la ley contestó: El que tuvo compasión de él. Y Jesús le replicó: —Pues vete y haz tú lo mismo» (Lucas 10.37).
El cuarto término es jrestótes (χρηστότης), que significa bondad, rectitud, amabilidad, mansedumbre o excelencia en el amor. Se usa para demostrar la suavidad con la que una persona se acerca a otra para brindarle su amistad o hacerle algún favor. También para mostrar de qué manera ama Dios a todas las personas por igual y sin hacer diferencia entre unas y otras: «Ustedes, por el contrario, amen a sus enemigos, hagan el bien y presten sin esperar nada a cambio. De este modo tendrán una gran recompensa y serán hijos del Dios Altísimo, que es bondadoso incluso con los desagradecidos y los malos» (Lucas 6.35). En este caso, Dios ofrece un patrón de comportamiento que debe distinguir a quienes se llaman hijos e hijas suyos.
LAS DIMENSIONES
Restauradora
En este capítulo se refuerza la idea de que Jesús es la encarnación de la ternura de Dios. En él se manifiesta toda aquella gama de ternura que se lee en todas las palabras que la expresan en el Primer Testamento. En Jesús la ternura se concreta en una persona que la hace tangible en cada una de sus acciones y palabras. Cada texto bíblico sobre la vida de Jesús debe servirnos para confirmar nuestra fe en un Dios de ternura, que solo se nos muestra y se nos ofrece mediante la práctica de la ternura de Jesús.
Superar la imagen de un Dios enjuiciador y de una fe basada en el juicio sobre el pecado es un paso crítico en el proceso personal de nuestro encuentro con el Dios de la ternura. Nuestro reto como creyentes en Cristo es trabajar esa ternura en nuestra relación con Dios para lograr nuestra propia restauración. Y, para ayudar en su restauración a las personas con las que compartimos en la comunidad de fe, debemos promover a ese Dios de la ternura a través de nuestra propia vivencia de la fe.
Las múltiples referencias sobre Jesús como compasivo y misericordioso nos refuerzan la certeza de que Dios es infinitamente misericordioso. En la