¿Qué actividades, reflexiones y discursos dados en la iglesia permitirían a los niños y a las niñas a reconstruirse desde relaciones y experiencias que propicien su resiliencia, basadas en un acompañamiento con ternura?
Ponernos en su mirada
Si comprendemos cómo se estructura la memoria a partir de las jerarquías de valores construidas desde lo que es significativo para nuestros niños, niñas y adolescentes, nos queda el reto de conocer estos valores y saber qué les resulta significativo, para ayudarles a construir huellas de sentido.
Sentir… cómo era nuestra mirada en la infancia, qué era significativo en ese momento, qué robaba nuestra atención, y en qué se nos iba el tiempo. ¿De qué manera esta revisión nos cambiaría ahora, en nuestra adultez, la forma en que vivimos la fe, nos relacionamos, y, especialmente, expresamos y recibimos ternura con los niños y las niñas en la iglesia?
Pensar… en cómo recuperar esa mirada infantil, y cómo tratar de mirar con ella el proceso que gestionamos dentro de la iglesia o de agrupaciones pastorales. ¿Cómo nos veríamos? ¿Qué elementos de la planificación del lenguaje o de la lectura bíblica reconoceríamos como significativos desde esa mirada?
Encarnar la ternura
La ternura, según la autora, es una herramienta que permite generar restauración en varios sentidos; así que debe incluirse en la mentoría para la resiliencia, por medio de la recuperación del recuerdo positivo como elemento de equilibrio en la biografía personal y como motor de una lectura sanadora de la experiencia del propio sufrimiento.
Experimentar la ternura en nuestras palabras, nuestra mirada, nuestras actividades, nuestra lectura de la Biblia, nuestro contacto físico, nuestro ambiente en la iglesia, nuestra convivencia en general es la misión cristiana más importante que tenemos que cumplir con nuestros niños, niñas y adolescentes que han sufrido historias de vida de dolor, adversidad y violencia familiar.
Sentir… cómo nos sentimos cuando recibimos ternura en medio de una situación difícil.
Pensar… en cómo esas sensaciones nos han servido de motor para superar las dificultades. ¿Con qué espacios contamos dentro de la estructura de la iglesia para encarnar la ternura con las niñas y los niños?
Seguir al maestro
Conocer la importancia de la mentoría para generar resiliencia en las personas que han sufrido violencia y saber que, en la iglesia, colaboramos con Dios en su desarrollo espiritual es ya un llamado a acompañarlas en este proceso siguiendo el ejemplo de ternura de nuestro gran maestro Jesús. Él, cuando decidimos seguirlo, nos comprometió a acompañar especialmente a las niñas y los niños.
Si la vida de Jesús da testimonio de su amor, esperanza y cuidado, al encarnarlos en su propio cuerpo y al darnos su vida, no podemos, como él, eludir la invitación a resignificar el dolor de quienes nos rodean.
Reflejar su amor en cada palabra, en cada contacto, en cada gestión que hagamos, para encarnar su ternura en el cuidado que demos, es parte esencial del acompañamiento pastoral al que, como sus seguidores, él nos ha llamado, dentro y fuera de la iglesia. Que nuestra evangelización sea insumo fundamental para crear resiliencia como fruto de nuestra obra de amor y de compromiso cristiano.
Sentir… las sensaciones que generan en mí las palabras de amor de Jesús hacia los niños y las niñas.
Pensar… en cómo podemos encarnar esas palabras en nuestra labor pastoral.
PROYECTOS PASTORALES (ACTUAR)
Sentir, luego pensar; jugar, luego actuar
Desde cualquiera que sea nuestra posición o compromiso dentro de la iglesia, podemos asumir este mensaje de Jesús con la conciencia ya no solo de un «deber religioso» sino también de las implicaciones psicológicas de la ternura en el trato a nuestra infancia y adolescencia para su desarrollo integral ante sus biografías de dolor y sufrimiento
También es una gran oportunidad no solo para que impactemos en el desarrollo espiritual de esta población sino también para que sirvamos de instrumentos de sanación mediante la labor pastoral.
Para esto es necesario que primero nos volvamos como niños y niñas, y miremos todo desde el nivel de su mirada, y sintamos todo desde sus sentidos, y planifiquemos desde lo que les parece significativo, y empecemos a caminar a su lado, no adelante.
Nuestra tarea ya no consiste en que pensemos de primero, he impongamos lo que consideramos «deberían saber» los niños, las niñas y adolescentes, sino que ahora se trata de que sintamos, escuchemos, y luego juguemos.
El juego es el mecanismo mediante el cual los niños y las niñas representan el mundo, lo construyen, lo cambian en su propio mundo, y se ubican en la realidad.
Siempre se ha descalificado el juego como una mera fantasía vacía, temporal y provisional en la vida de las personas. Sin embargo, el juego, desde el nivel de la niñez, es su recurso para ensayar cómo actuar en la realidad. Resulta trascendente que comprendamos que para ellos es su laboratorio para aprender y para construir tanto su identidad como sus valores.
Antes de que pensemos desde el nivel pedagógico las actividades serias, las pensadas desde la visión adulta, resulta imperativo que empecemos a pensar el juego como una estrategia pastoral. Esta debe tener objetivos claros, pero con la flexibilidad y creatividad que las personas menores de edad requieren para que sean ellas mismas. Así, al expresar su propio universo interno y al dejarnos asomarnos a él, aprenderemos a hablar su lenguaje.
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