La primacía de la realidad
Esta última implicación social y política de la ternura es un eje primordial del quehacer teológico, porque a la teología le interesa anunciar al Dios de la vida, y luchar para que esa vida sea plena aquí y ahora… y no solo después de la muerte. José Míguez Bonino, ilustre teólogo argentino, consideraba que la primera pregunta que debería plantearse la teología es si «hay vida antes de la muerte» (Míguez, 1990, p. 65), y no la pregunta celestial acerca de cómo es la vida después de la muerte. ¡Ahí, donde reina la muerte, debe resplandecer la vida!
Una de las expresiones del imperio de la muerte en nuestro continente es la violencia. Un informe publicado por el Banco Internacional de Desarrollo (BID), titulado Los costos del crimen y la violencia en el bienestar en América Latina y el Caribe, indica que
América Latina y el Caribe (ALC) es la región más violenta del mundo. En ella vive menos del 9 % de la población mundial, pero se registran el 33 % de los homicidios en todo el mundo, lo que la convierte en la región con el mayor porcentaje de asesinatos en todo el mundo, con África por detrás con 31%, Asia en tercer lugar con 28 % de los homicidios, seguida de lejos por Europa y América del Norte, con solo 5 % y 3 % del total, respectivamente, y Oceanía, que representa menos del 0,3 %. De hecho, con tasas regionales de homicidios de más de 20 por cada 100.000 habitantes —más de tres veces el promedio mundial— ALC es la región más peligrosa del planeta. (Jaitman, 2005, p. 4)
En el reto «político» que tiene la teología, la cual anuncia al Dios de la vida en una región de peligros como nuestra América Latina.
Esta consideración de la realidad es el primer paso en el ejercicio teológico. Así lo ha enseñado con acierto la tradición teológica latinoamericana: primero se observa la realidad (momento sociológico); ella se convierte en materia prima de la teología (Suárez, 2007, p. 172). Después, esa realidad observada se juzga a la luz de las Escrituras, la tradición teológica y la práctica pastoral del pueblo de Dios (momento hermenéutico). Y, en tercer lugar, se actúa a favor de la vida y en contra de las fuerzas de la muerte (antivida). Sin este último paso, la teología corre el riesgo de reducirse a una elucubración teórica, llamativa por su atractivo académico, pero inocua para la trasformación de las realidades sociales. Por eso, pensar en la ternura desde la óptica teológica es, de por sí, pensar en una respuesta creyente ante la violencia, la deshumanización y la injusticia que imperan en nuestro mundo.
Corresponde ahora que nos adentremos en cómo la Biblia, en sus dos testamentos, hace referencia a la ternura de Dios. Primero, se reseñarán dos expresiones del Primer Testamento: hesed y rahûm, y tres metáforas en relación con el carácter misericordioso y tierno del Señor: una madre que amamanta, un padre que vela por sus hijos e hijas y un esposo que ama hasta el extremo (esposo embelesado). Después se hará un ejercicio similar para el Segundo Testamento. En este se presenta a Jesús como la encarnación de la ternura del Señor, al Espíritu, como la personificación de la dulzura divina, y a la comunidad cristiana, como testigo, que por medio de su vida comunitaria da testimonio de esos atributos del Señor.
Todas las emociones que despiertan esos adjetivos con los que las distintas generaciones expresaron la ternura de Dios y la plasmaron en el Primer Testamento.
Dios, tan tierno como una madre que amamanta, un padre que vela por sus hijos o un esposo embelesado. En el Primer Testamento, la ternura se inscribe en un conjunto de palabras que hacen alusión al amor, a la misericordia, al cariño y a la compasión de Dios. Esas cualidades revelan la naturaleza más profunda de Dios. Ellas no solo nos muestran el actuar del Señor, sino su naturaleza misma:
Uno de los términos con mayor alcance y profundidad de significado es hesed (דסח). Esta palabra se traduce en algunas versiones de la Biblia como amor o misericordia y aparece más de doscientas veces (Bonilla, 1999) en el texto hebreo, la mayoría de ellas en el libro de los Salmos. Un ejemplo es el salmo 136, que es un cántico de alabanza con un estribillo que se repite a manera de exclamación litúrgica. Hesed es la palabra que sobresale cada vez que se dice: «Alaben al Señor por su bondad, porque es eterno su amor» (Salmos 136.1). O, como lo expresan otras versiones: «Porque para siempre es su misericordia». Los sustantivos más usados para traducir el término son amor, misericordia, lealtad, bondad y fidelidad.
El profesor Luis Alonso Schökel, en su Diccionario bíblico hebreoespañol (Schökel, 2008), muestra las siguientes traducciones para hesed: gracia, misericordia, clemencia, bondad, benevolencia, piedad, compasión, conmiseración, cariño, afecto, caridad; lealtad, fidelidad, amabilidad, simpatía, entre otras posibilidades más. Tanto por el significado original del vocablo hebreo como por las palabras con las que se traduce al castellano, es fácil reconocer la validez de la palabra ternura como otra de sus legítimas opciones de traducción, en especial si se reconoce la importancia sociocultural del término, más allá de sus estrictas fronteras etimológicas. Al respecto, dice Tirsa Ventura que «se debe tomar en cuenta tanto el contexto lingüístico como el cultural en el cual se implementa», y añade algo de mucho valor para la comprensión de la ternura bíblica: «para hablar de hesed hace falta pensar en relaciones e interacciones. No existe hesed sin esta idea relacional que […] puede ser entre seres humanos o Dios en vínculo con las personas» (Ventura, 2016, p. 2).
La ternura en nuestra cotidianidad no solo como una actitud sino como un valor humano dentro de nuestra vivencia de la fe cristiana, porque esa es la naturaleza de Dios mismo.
La ternura que se expresa en hesed no se refiere solo a una actitud de Dios, quien es tierno, misericordioso y bondadoso, sino también a un valor humano que se expresa en las relaciones cotidianas mediante el cuidado mutuo, la protección recíproca y las expresiones de afecto. Este caso es el que se presenta en el libro de Rut, y al cual Ventura reconoce como paradigmático para destacar en qué sentido este término hebrero apunta también a relaciones familiares y a la acogida entre personas. En Rut 3.10 se lee: «Booz le dijo: —¡El Señor te bendiga, hija! Esta muestra de fidelidad supera aún a la anterior, pues no has pretendido a ningún joven, sea rico o pobre». En este texto, el vocablo al que nos referimos se traduce con el sustantivo fidelidad, pero ¡cuánta fuerza expresiva se lograría si se afirmara de Rut que su «muestra de ternura [ךֵּ֥דְסַח] supera aún a la anterior, pues…»! No dudo de que la palabra ternura enriquecería de manera formidable el significado del término en nuestro idioma. Y, con Ventura, agreguemos algo más acerca de la misericordia-ternura que se expresa en las relaciones humanas en el caso del libro de Rut:
Lo primero que se puede observar es que el acto misericordioso no viene directamente de Dios, sino de una mujer (Ruth) en favor de otra mujer (Noemí). Sin dejar de señalar que la misericordia de Ruth está respaldada por la misericordia de Dios, concedida a través del derecho del rescate (2.20-21). La responsabilidad de Ruth, en medio del caos que provocó la muerte se ve concretada en su decisión de llevar hacia adelante el proyecto que incluye también a Noemí. (Ventura, 2016, p. 7)
Noemí reconoció que sus dos nueras, Ruth y Orfa, habían actuado con hesed, con ella y con sus hijos que habían muerto. Así, la ternura-misericordia entre