Reconocernos como seres afectivos…
Cada quien debe reconocerse no solo como figura con distinto estatus al de los demás en un mismo espacio, sino como un ser deseoso de ternura y capaz también de darla, sin miedo a mostrar los sentimientos propios. Así, como comunidad de fe, podremos propiciar con la ternura ese intercambio de propósitos de vida y de certezas de plena realización personal, incluso colectiva.
Al encuentro de la otra persona
Buscar la conexión…
Nuestra vinculación con los niños y las niñas, nacida de nuestro interés, como personas adultas, de conocer y crear un lenguaje y una conexión con ellos, les generará condiciones de seguridad y estabilidad afectiva. Ambas condiciones les permitirán reducir sus resistencias emocionales, o necesidades defensivas, que traen muchos de nuestros niños y niñas, y adolescentes, debido a sus historias de vida. Generar un entorno de ternura es proveer seguridad, la necesidad más básica de la niñez.
Ética del cuidado…
Leonardo Boff, conocido teólogo latinoamericano, nos habla de una ética del cuidado que debemos tener con toda forma de vida. Él nos explica que el cuidado es una manera de preservar la vida, pues con él enseñamos a conocer y a amar las cosas. El cuidado no solo tiene que ver con la protección sino también con el deseo de vincularse con todo. Con esta invitación a trabajar en nuestras iglesias con la niñez desde la pedagogía de la ternura, se procura señalar que la vinculación plena con los niños y las niñas es una condición necesaria previa a la ternura. Esta vinculación se establece con su lenguaje, sus fantasías, sus mundos internos lúdicos, llenos de color y desbordantes de sensaciones.
Ternura para el desarrollo…
Esta ternura que se procura en los procesos formativos de nuestras iglesias puede brindar condiciones óptimas para el desarrollo integral de cada niño y niña. El amor, la seguridad, el reconocimiento y la afectividad son elementos que nutren los procesos evolutivos de la niñez, tanto físicos como emocionales. Y también influyen a largo plazo en su personalidad, formando jóvenes amorosos y adultos con tendencia a la ternura.
Humanizar…
Optar por la ternura es humanizar procesos de crianza y formación que tradicionalmente han seguido las líneas de producción a gran escala. En dichos procesos se estandarizan de forma rasa las dinámicas, con lo que se invisibiliza la diversidad y particularidad de las personas, y su capacidad de cambiar, de ser espontáneas y de transformarse.
Encarnar la ternura de Dios
La ternura que usted y yo, como personas adultas, les demos a los niños y niñas es la forma en que ellos y ellas van a ir comprendiendo el amor de Dios. Somos la manifestación concreta de ese ser abstracto del cual les hablamos, y al cual les invitamos a amar y a que se sepan amados y amadas por él.
La Ruta para sentir
Empezar a lenguajear con ternura
El lenguaje no consiste solo en palabras, sino en gestos, en formas de expresarnos con el cuerpo o con signos concretos o con símbolos abstractos; toda forma de comunicarnos de todas las maneras posibles es el lenguaje. Lenguajear, como señala Maturana, es la forma en que, mediante el lenguaje, nos construimos y reconstruimos.
Tenemos que revisar nuestras palabras, las formas como nos referimos a ellos y a ellas, la manera en que nos les acercamos, en que nuestro cuerpo les habla… Todo esto, que nos parece a veces insignificante, en la realidad de las interacciones con los niños y las niñas, es para ellos y ellas evidencia concreta y cotidiana que les comunica, sin lugar a dudas y de forma contundente, mensajes que les quedan grabados.
Les recreamos el mundo, nos recreamos y les recreamos su vida a partir de las palabras y del trato que les damos. El lenguaje moldea la forma en que se comprende el mundo, así que la ternura debe iniciar por revisar nuestro lenguaje, y descubrir si en este lenguaje llevamos la ternura impresa en cada palabra y en cada gesto.
Cuando planifiquemos y llevemos a cabo los encuentros formativos de nuestras iglesias, debemos revisar la forma en que hablamos, en cómo elaboramos los materiales, la decoración, o lo que les damos a leer. Cuando hablemos en el culto o la misa, revisemos nuestra mirada, gestos físicos y los espacios en que les enseñamos la Palabra, y cómo les escuchamos… Todo lo que comuniquemos debe llevar el sello del amor, del respeto, del reconocimiento del otro como igual, del afecto; en fin, de la ternura encarnada.
Ponernos en su mirada
Eso quiere decir que para que nos miren a los ojos nunca tengan que ver hacia arriba, no solo físicamente sino en cuanto a la relación afectiva y formativa. La horizontalidad es requisito para experimentar la ternura. El que nos sintamos en su mundo, en su nivel y en igualdad de valor y posición, en todos los procesos provee un puente directo para que fluya la ternura. La jerarquía y los roles en los procesos formativos obstaculizan la vivencia de la ternura, pues colocan a las personas en condiciones de distancias y de interacciones con barreras emocionales, de poder, de obediencia, de normas y de racionalidades que invisibilizan la humanidad, la particularidad y el amor.
Más que controlar, es sentir con el otro lo que provee acompañamiento. Más que exigir la atención y el obligar mediante el poder, es escuchar lo que construye el diálogo. Dar ternura es mirar frente a frente a ese otro u otra que fui, que soy y seré. Recordar que los niños y las niñas también nos enseñan y que eliminar esa sed de estatus y jerarquía, que caracteriza a las personas adultas, nos ayudará a crear el vínculo de la ternura.
En sus miradas se encuentra la conexión a ese universo propio de ellos, lleno de fantasía y juegos. Es al mirar ese universo cuando la ternura brotará, mientras ellos contemplan con los ojos abiertos y dispuestos a aprender.
Siempre, en cada actividad que planifiquemos, en cada encuentro en el que participemos, debemos dar un lugar importante a la voz de las niñas y los niños, sentarnos a su lado, a su nivel, agacharnos si es el caso, mirarlos de frente es básico si queremos dar ternura. Cara a cara, como iguales, escuchándolos y respaldándolos para que su mirada y sus palabras se valoren al igual que las de las personas adultas.
Encarnar la ternura
Tenemos que empezar por recordar que tenemos un cuerpo, luego, que este siente, y, entonces, entender que este necesita moverse, necesita afecto y seguridad.
Encarnar la ternura significa también volver a ser como niños y niñas, como nos lo enseñó Jesús. Significa vivir de la ilusión, de la inocencia y de admirar todo lo que les rodea. Es revivir el cuerpo, la capacidad de disfrutar, experimentar las sensaciones más cotidianas, recuperar la capacidad de asombro, fortalecer el vínculo del cuerpo con lo que nos rodea, especialmente con las demás personas. Todo eso nos ayuda a recuperar nuestra capacidad de sentir a fin de vivenciar la ternura.
Si no recuperamos nuestro cuerpo no podremos encarnar la ternura. Necesitamos apropiarnos de nuestro cuerpo y de la capacidad de dar y recibir afecto para poder concretar la ternura en nuestras relaciones. Si recuperamos la capacidad de sentir y aprendemos a celebrar nuestros sentidos, comprenderemos mejor a la infancia, nos meteremos con más facilidad en el mundo de los niños y las niñas. Y no solo eso, sabremos enseñar la ternura con nuestro ejemplo, mediante el disfrute del afecto y la promoción de la ternura en todas las relaciones interpersonales.
Sin esta capacidad física de sentir y disfrutar el afecto no podemos explicitar el amor mediante la ternura. Es fundamental experimentar el amor de maneras concretas en todas las relaciones y en las actividades que se programen en todos los procesos formativos o pastorales. Es en lo concreto que los niños y las niñas adquieren el sentido de las cosas.
Encarnar la ternura en nuestro propio cuerpo nos permite tomar conciencia de las necesidades e inquietudes de nuestros niños y niñas durante los encuentros en la iglesia. Ya que no son solo cerebros y ojos lo que se nos acercan, sino cuerpos llenos de energía y sensaciones, el abordaje que hagamos en la planificación de las actividades —incluso en los discursos y las temáticas para la preparación de personas responsables de esta población— debe ser holístico.