Ternura, la revolución pendiente. Harold Segura. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Harold Segura
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Документальная литература
Год издания: 0
isbn: 9788417620721
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promover desde la fe el empoderarse del recuerdo para adquirir la capacidad de decidir?

      El proceso de restauración abarca todas las dimensiones del ser: biológica, psicológica, social, espiritual, existencial y trascendente. Partimos de la dimensión biológica con la disposición natural de nuestro organismo de adecuarse a los cambios. De manera simultánea, la dimensión espiritual potencializa la capacidad de cambio, de resiliencia y trasformación personal. Luego, la dimensión existencial percibe el para qué del cambio, el para qué del abandono de la hipermemoria torturadora, el para qué de la libertad interior. Enseguida, la dimensión psicológica identifica el valor que sustenta el cambio, pues este debe verse reflejado en acciones que determinan la personalidad y la biografía personal. Después, la dimensión social redundará en la construcción de nuevos saberes y en la trasformación de la memoria colectiva, donde el cambio de persona a persona va transformando la actitud y la postura ante futuros traumas o adversidades de familias, grupos y comunidades. Finalmente, todas las dimensiones se enlazan con la dimensión trascendente, con el suprasentido, donde todo lo anterior reposa en un sentido de vida basado en la dimensión superior que tiene la respuesta siempre del para qué, del sufrimiento, de la aceptación de nuestra historia y de la esperanza y fe de la trascendencia del sufrimiento. Dios recibe nuestro sufrimiento y permite que sea transformado.

      A continuación, sugerimos cinco pasos que contribuyen a iniciar un proceso de restauración:

      PRIMER PASO. Expresar mi sufrimiento

      Este primer paso es fundamental; inicialmente, cuando acaba de suceder el evento traumático o doloroso, es imprescindible su expresión. Si se está en soledad, los medios narrativos orales o escritos son una vía catártica de liberación emocional, al igual que cualquier recurso artístico como la pintura, la escultura, la dramatización por medio del teatro o trabajo manual. Sin embargo, este primer paso de expresión de sentimientos resulta mucho mejor si se lleva a cabo en compañía; que te acompañe otro que reciba tu dolor, que escuche empáticamente, comprenda tu situación particular sin juzgar. Ya sea que hace poco acabara de ocurrir o que se trate de un evento del pasado que insiste en que se le recuerde.

      SEGUNDO PASO. Abrazarse a uno mismo: Aceptación

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      ¿Cómo suelo reconocer, aceptar y expresar mis sentimientos?

      ¿En qué espacios dentro de las iglesias se podrían propiciar estos procesos?

      Esto significa reconocer primero esas emociones que nos impiden avanzar, y que están asociadas al evento doloroso o traumático. Abrazarse a uno mismo es aceptar el sufrimiento, sin culpas ni victimizaciones; es reconocer que somos humanos; el primer acto de ternura en el dolor se cumple con nosotros mismos; con mirada compasiva observamos la situación vivida como parte de nuestra biografía. Debemos aceptar también que tenemos la logoactitud para reescribirla en el momento presente.

      Aceptar es el acto por el que se comprenden la situación y las circunstancias; consiste en regresar del pasado al momento presente y preguntarse: ¿qué he hecho con eso que me ocurrió? ¿He avanzado en mi vida o al contrario he retrocedido o me he estancado?

      TERCER PASO. Descubrir mis huellas de sentido

      La memoria, la que nos hace humamos, es la que escribe nuestra biografía. Es la que detiene los momentos significativos que nos marcan o dejan huella, ya sea para avanzar desde la resiliencia o detenernos en el trauma y paralizarnos en el pasado.

      «No aportas nada, no te llevas nada, dejas una huella dorada en la morada terrenal» decía el poeta alemán Friedrich Rückert. Todos dejamos huella y seguimos huellas, y las huellas se relacionan íntimamente con registros de memoria afectiva, emocional y existencial. Nos han dejado huella y hemos dejado huella.

      imageSENTIR

      ¿Cómo me siento al mirarme de manera compasiva?

      ¿Cómo enseñar que la primera ternura es con uno mismo?

      Es así como adquirimos la capacidad de recordar conscientemente, al identificar huellas de sentido; es decir, las vivencias significativas y positivas del pasado que nos permiten hacer un balance existencial positivo de la propia existencia vivida. Podemos descubrirlas en el trascurso de la vida, iniciando desde la infancia; por ejemplo, juegos que nos gustaban, amigos significativos, paisajes, maestros, películas, canciones, lugares, paseos, etcétera.

      Nuestros gustos o intereses, son auxiliares de memoria; por ejemplo, si me gusta la fotografía, buscaré dentro del mismo recuerdo doloroso o desagradable una imagen rescatable, un momento que represente un valor vivido o descubierto en esos momentos. Las huellas de sentido se descubren poco a poco, y ese descubrimiento constituye un proceso personal, a través del cual el tutor da pistas y orienta en la búsqueda de ellas. Vale aclarar que es fundamental la resignificación individual para que se afiancen el sentido y el proyecto de vida particular.

      CUARTO PASO. Construir huellas mnémicas de sentido

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      ¿Cómo podemos resignificar nuestros recuerdos para construir huellas de sentido?

      ¿Qué estrategias podemos diseñar para ser mentores de este proceso, con nuestra propia niñez primero y luego con los niños, niñas y adolescentes de la Iglesia?

      Nuestra memoria tiene infinitas posibilidades y recursos: la imaginación, la fantasía, la creatividad y el sentido del humor; estas forman un equipo que permite resignificar el contenido de los recuerdos. Tenemos la capacidad de reconstruir la interpretación de nuestra biografía, y no tiene que ser al pie de la letra de los hechos reales. Se dice que la capacidad de construcción de versiones de recuerdos nos permite disminuir el dolor de forma creativa, siempre manteniendo el sentido de realidad. Es un recurso muy utilizado en la infancia, pero reprimido en la adultez. Por ejemplo, en un mismo suceso de violencia, un niño de diez años recordaría las flores del jardín, y la madre, que se hallaba en el mismo lugar, las paredes ensangrentadas. En este caso, la sustitución del recuerdo se efectúa de forma inconsciente; sin embargo, podemos identificar o construir de forma consciente dentro del mismo evento doloroso o traumático reemplazos de recuerdos que nos permitan recordar dando sentido al sufrimiento; de allí que hablemos de ellas como huellas mnémicas de sentido.

      QUINTO PASO. Pasar de la memoria individual a la memoria colectiva: Tutores de resiliencia

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      ¿Qué se requeriría para que en las iglesias y sus agrupaciones pastorales se establezcan personas tutoras de resiliencia?

      Encontrar la posibilidad de redefinir el dolor por nuestros propios medios afectivos, gracias al vínculo que supone el encuentro y las relaciones de amor, es primordial para la restauración. La ternura es fundacional para reconstruirnos; es una experiencia que nos une con el mundo, con la vida, con Dios, con los demás, con nosotros mismos, con la historia y con lo real.

      El tutor de resiliencia es una persona que nos acompaña de manera incondicional, de modo que se convierte en un sostén, que administra confianza e independencia por igual, a lo largo del proceso de restauración.

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      Si se puede redefinir el dolor propio gracias al vínculo de ternura,

      ¿cómo podemos generar ese vínculo en las actividades pastorales para llevar a la restauración a la población sobreviviente de violencia?

      Cyrulnik nos dice que el tutor de resiliencia deja una impronta que perdura, que se convierte en una inspiración para la creación de nuevos vínculos de apoyo. Casi siempre se trata de un adulto que encuentra al niño y que asume para él el significado de un modelo de identidad, el viraje de su existencia. En la