Persona, pastor y mártir. José María Baena Acebal. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: José María Baena Acebal
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Документальная литература
Год издания: 0
isbn: 9788417131999
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Marta y María. También ahí las mentes malintencionadas y entenebrecidas quieren ver amores extraños, relaciones fuera del contexto en el que nos las encuadran las Escrituras. Toda amistad puede ser malinterpretada, porque siempre se pueden sobrepasar límites que transformarían la amistad en otra cosa. En el noviazgo, un chico y una chica, un hombre y una mujer, pasan de ser meros amigos a algo más, para después comprometerse y al fin casarse. En este caso esa superación de límites se hace de forma legítima y forma parte de la normalidad en las relaciones entre hombre y mujer. En nuestro medio moderno en el que vivimos, esos límites están bastante más desdibujados, pero no por eso dejan de existir del todo.

      Digo todo lo anterior para dejar sentado que la amistad forma parte de la normalidad entre hombres y mujeres, según la Biblia y según la realidad humana. Cada cultura y los principios morales y éticos de cada cual fijan las normas por las que han de transcurrir estas relaciones de amistad. Hay amistades que provienen de relaciones intensas vividas en situaciones críticas, difíciles o simplemente normales pero intensas, como guerras, el servicio militar, estudios, viajes o aventuras, trabajo, etc.

      Las amistades empiezan a fraguarse en la infancia, a partir de cierta edad. Los años compartidos en la escuela, el instituto o la universidad nos hacen relacionarnos con nuestros semejantes, con quienes vamos tejiendo experiencias, afinidades o rechazos, vínculos o desafecciones. Lo mismo ocurre con nuestros vecinos, los compañeros de trabajo o con los otros creyentes de la iglesia. Nuestra labor pastoral nos lleva a participar en otros colectivos más amplios, como los colegas de nuestra denominación o de otras denominaciones. Yo he hecho amistades en todos estos ámbitos, desde la escuela hasta los órganos más altos de nuestras instituciones evangélicas de los que he formado parte, pasando por los distintos empleos o trabajos que tenido que desempeñar. Tengo amigos en mi ciudad, en distintas ciudades y regiones españolas, y fuera de mi país. Para mí la amistad es importante y valiosa. Debo mucho a mis amigos de verdad. No puedo olvidar que mi conversión se fraguó a través de un amigo en Francia, cuya familia me acogió con amor. Amigos de esa familia se convirtieron en mis amigos, y ellos me llevaron al Señor e hicieron que mi vida cambiara radicalmente. Lo que soy hoy se lo debo al Señor, pero también a ellos. Son muchos los que podría mencionar aquí.

      Se da por sentado, pues, que los pastores también tenemos amigos, como la mayoría de las personas. La amistad es un valor permanente, que no está en cuestión, salvo que no sea tal. Pero… ¿qué clase de amigos son los recomendables para una familia pastoral? ¿Puede el pastor tener amigos que no compartan su fe? ¿Puede y debe el pastor ser amigo de los miembros de su iglesia? ¿Qué nivel de amistad puede compartir un pastor o una pastora con personas de otro sexo? ¿Qué límites ha de observar la buena amistad para que sea sana y duradera?

      Los expertos en evangelización nos llaman la atención sobre el efecto negativo que para tal actividad tiene el abandono de las amistades previas cuando alguien se convierte. Nos dicen que es al principio de la experiencia de conversión cuando un creyente consigue sus mejores éxitos en la evangelización de otras personas y que normalmente, pasado cierto tiempo, los creyentes se vuelven estériles en cuanto a ganar almas, salvo que tengan un llamamiento especial hacia el evangelismo. La razón es muy sencilla: han roto con todo su mundo anterior a su conversión, abandonando sus amistades de antes, y se han centrado en el mundo de la iglesia que ya está ganado para Cristo (se supone). Con la excusa de que «ya no somos del mundo», nos hemos autoexcluido de nuestro medio perdiendo toda capacidad de influir sobre él. El otro extremo es que, al no diferenciarnos en nada, es decir, al no vivir una transformación real, un nuevo nacimiento verdadero, nuestra influencia es igualmente nula. Solo la sal sana, solo la luz disipa las tinieblas. Jesús oró al Padre acerca de sus discípulos: “No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal. No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. Santifícalos en tu verdad: tu palabra es verdad” (Jn 17:15-17).

      Pablo explica a los corintios lo que significaba apartarse de determinadas personas que eran perjudiciales para su fe, y no se refería a todo el mundo alrededor, pues “en tal caso os sería necesario salir del mundo” (1 Co 5:10), dice. Lo que todo creyente debe de hacer respecto de sus amistades no cristianas es no participar en pecados ajenos, ni en su filosofía, confiando en el poder de Dios para ser «guardados del mal» y ser «santificados», que es lo mismo. Pero mientras sea posible, hay que intentar conservar las amistades porque, como también lo es nuestra familia más amplia, son nuestro campo de testimonio y evangelización, salvo que esas amistades sean malsanas y tóxicas. Nuestro testimonio personal y familiar es muy poderoso para esos amigos nuestros que nos conocen y nos ven en nuestro vivir diario. Nosotros mismos somos un mensaje vivo para ellos, y no debemos privarles de ese mensaje mientras ellos consientan en mantener la comunicación abierta y el respeto debido. La sabiduría y la prudencia han de guardar nuestra manera de proceder con nuestros amigos no cristianos.

      En cuanto a los miembros de la iglesia, los pastores hemos de ser muy prudentes. La relación entre pastores y fieles es una relación muy especial, en la que debe prevalecer el amor, la confianza, el respeto, como en cualquier relación de amistad, pero me atrevería a decir que es diferente. Por una parte, los pastores lo somos de toda la congregación por igual. Seguramente tenemos nuestras afinidades y distintos niveles de trato con los diferentes miembros o las distintas familias que conforman la congregación; por ejemplo, con los líderes, o con otros ministros. Ser muy íntimos con unos y no tanto con otros puede estimarse como una preferencia de los pastores hacia alguna de las familias de la iglesia, lo cual puede ser legítimo, pero que conlleva riesgos y puede dar lugar a equívocos. De nuevo aquí hacen falta sabiduría y prudencia.

      Los pastores no somos «colegas» de los miembros de la iglesia, ni por afinidad generacional, ni por ninguna otra. Un ejemplo de «colegas» —nada positivo ni edificante, por cierto— lo tenemos en la Biblia, cuando Roboam hereda el trono de Israel a la muerte de su padre Salomón. Tras escuchar la voz de los ancianos, los sabios del reino, dice la Escritura: “Pero él desechó el consejo que los ancianos le habían dado, y pidió consejo de los jóvenes que se habían criado con él y estaban a su servicio”. (1 Re 12:8). Tras seguir el insensato consejo de sus amigos, el reino se dividió en forma irreparable. Las amistades de ese tipo en la propia congregación pueden llegar a ser «peligrosas» si pretenden influir en la dirección pastoral o conseguir un trato de favor. El equilibrio es difícil porque, en ocasiones, cuando se pretende ser justos, la estabilidad se rompe. En mis años de pastor he comprobado que siempre hay alguna persona o grupo de personas que intenta presionar a los pastores en su beneficio o en perjuicio de otros. A veces los grupos de presión son diversos y enfrentados. La «política» relacional en la iglesia es compleja, por eso el propio Pablo tiene que dar continuos consejos al respecto, como se ve reflejado en sus cartas, para evitar las desavenencias entre los creyentes y, en el caso que las haya, ser capaces de resolverlas cristianamente. Pero como pastores no podemos formar parte de ningún bando ni partido. Algunas de estas personas, tras comprobar que no logran manipular al pastor asumen la posición contraria; pasan de la adulación al menosprecio y la oposición solapada o abierta. El exceso de confianza siempre se paga.

      ¿Y qué hay de la amistad entre pastores? ¿Es esta posible, deseable, real?

      En su larga conversación durante su última cena con sus discípulos más íntimos, Jesús los llama «amigos», en griego φίλοι (filoi). La forma verbal de esta palabra griega es φιλέω (fileo), que es amar, pero referido al amor por afinidad, amistad o parentesco, diferente a ἔραμαι (eramai) o ἀγαπάω (agapao), que designan respectivamente el amor erótico o el amor desinteresado que proviene del Espíritu de Dios, como fruto natural suyo. Está hablando de una relación íntima especial, en contraste con la de siervos. ¿Cuál es la diferencia? El siervo obedece incondicionalmente, sin necesidad de tener que estar al tanto de las razones o motivos de lo que se le pide o se le manda. Si no lo hace, ha de atenerse a las consecuencias. El amigo lo es porque forma parte del círculo restringido de personas que conocen esas razones y motivos, es decir, de los secretos del amigo, y no los traiciona. En consecuencia, actúa por amistad —que es, por tanto, una de las clases de amor— no movido por el peso de una relación impuesta e ineludible, salvo rebelión y castigo.

      Los pastores somos colegas los unos de los otros, como lo son quienes