Persona, pastor y mártir. José María Baena Acebal. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: José María Baena Acebal
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Документальная литература
Год издания: 0
isbn: 9788417131999
Скачать книгу
el concilio Vaticano I en 1870, en el clímax de la arrogancia papal, alimentada a lo largo de los siglos. Pero eso no quita que algo debemos de haber aprendido a lo largo de nuestra carrera ministerial. Si a Timoteo y a Tito Pablo les recomienda que exijan una serie de requisitos a quienes van a ejercer el ministerio pastoral, si antes de que ejercieran el ministerio habían de ser probados y acreditados, si no se puede poner a cualquiera en el ministerio, ha de ser por algo. El mismo Pablo dice: “Esta confianza la tenemos mediante Cristo para con Dios. No que estemos capacitados para hacer algo por nosotros mismos; al contrario, nuestra capacidad proviene de Dios, el cual asimismo nos capacitó para ser ministros de un nuevo pacto” (2 Co 3:4-6). Los pastores solemos actuar reflexivamente cuando atendemos a nuestras iglesias, aunque en ocasiones nos equivoquemos. Pensar, meditar, estudiar las situaciones, sopesar las soluciones y las distintas repercusiones de nuestras decisiones o actuaciones, incluir en ellas a las personas idóneas, forma parte de nuestras responsabilidades pastorales.

      A veces la vida en las iglesias se parece a un partido de fútbol: el entrenador toma decisiones, asesorado por sus ayudantes y técnicos, con resultados diversos. Pero en las gradas, y especialmente en los hogares, frente al televisor, hay multitud de «entrenadores» expertos que saben lo que hay que hacer y así lo proclaman, que no dudan en criticar las decisiones del entrenador profesional que en realidad dirige al equipo. El entrenador es quien asume la dirección de sus jugadores, quien se enfrenta a ellos y a la afición que, mientras el equipo gana, todo va bien y aplaude, pero que cuando pierde un partido se revuelve y ataca al entrenador inepto e incapaz. A muchos les parece fácil pastorear una iglesia, mantener la unidad entre personas diferentes y de diferente nivel espiritual. Llevar adelante proyectos de crecimiento y expansión en cumplimiento de la Gran Comisión requiere capacidades de liderazgo. Atender a las personas en sus necesidades requiere dedicación, paciencia, tolerancia, sensibilidad, empatía, amor, etc. Asumir responsabilidades jurídicas, administrativas y financieras requiere igualmente ser valiente y estar dispuesto a muchas cosas. Soportar los caprichos de los creyentes inmaduros requiere un carácter apacible, paciente, humilde y un buen control de sí mismo, etc.

      Cuando el creyente de a pie, «experto» en liderazgo, esté acostumbrado a este tipo de presiones y situaciones y el éxito le haya acompañado en la aplicación de sus teorías, entonces su «solución» podrá ser tenida en cuenta seriamente. Hay que saber escuchar a los demás y aceptar opiniones diversas, pero eso es una cosa y tener que aceptar los dictámenes de ese tipo de «expertos», es otra muy diferente. Además, muchas veces esas «aportaciones» son malintencionadas.

      Siente

      El pastor piensa, pero también siente. ¿Y qué siente? Pues, como todo el mundo, es sensible al aprecio y al rechazo, al respeto y al menosprecio, a las palabras amables y a las palabras duras y ofensivas, al reconocimiento y a la crítica. Siente todo tipo de sentimientos, como cualquier otro ser humano. Tiene sentimientos buenos y también malos, como los demás, lo que ocurre es que por lo general ha aprendido —y si no lo ha hecho, tendrá que hacerlo antes o después— a someter esos sentimientos al Señor y a preservar su mente y su corazón de los resentimientos y las amarguras. Si los sentimientos que surgen de su corazón son malos, tendrá que humillarse a Dios y pedir que se los cambie. El fruto del Espíritu es “amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza” (Gl 5:22-23), todos ellos en esta enumeración tienen que ver con las relaciones humanas; todos son imprescindibles en el ejercicio del ministerio pastoral. En ocasiones, nuestra reacción ante ciertas situaciones nos hace indignarnos. La gente se siente rápidamente ofendida por determinadas cuestiones, por cosas que decimos los pastores desde el púlpito o en el trato con los feligreses, pero cree que los pastores somos inmunes e insensibles a determinadas actitudes, palabras, rumores que se extienden bien o malintencionadamente, etc. que tenemos una coraza que nos protege contra todo eso, y que lo mismo sucede con nuestras familias; o que, en todo caso, no tenemos el derecho a sentirnos ofendidos como los demás, ya que se supone que tenemos que ser capaces de aceptar la crítica, todo tipo de crítica.

      Lo que ocurre es que la madurez cristiana permite que uno ame, que en medio de la adversidad se mantenga el gozo y la alegría, que uno no se amargue, que mantenga la paz, sea paciente y no piense lo peor de los hermanos; que pueda seguir tratándolos amablemente manteniéndose firme en su compromiso de fe sin agredir a nadie, sino siendo manso y humilde, manteniendo el control de su persona en todo momento. Son los frutos del Espíritu que, evidentemente, han de darse abundantemente en un pastor o una pastora, porque de no ser así las reacciones serían las mismas que las de cualquier ser humano sometido a presión, atosigado, agotado, humillado y minusvalorado por otros, lo que no sería un buen testimonio ni sería edificante. Ante tales circunstancias, algunos sucumben y abandonan, deprimidos, desanimados, amargados… El Señor provee su gracia para que esto no suceda, pero si nos descuidamos… todo puede suceder.

      Sufre

      Por eso, el «contrato» ministerial incluye una «cláusula de sufrimiento» que toda persona que se dedique al servicio del Señor ha de considerar y aceptar. Lo que ocurre es que, como muchos hacen con las interminables condiciones de los programas informáticos, marcan la casilla sin leerla, y siguen adelante. Pablo da testimonio de lo que había sido su vida:

      En trabajos, más abundante; en azotes, sin número; en cárceles, más; en peligros de muerte, muchas veces. De los judíos cinco veces he recibido cuarenta azotes menos uno. Tres veces he sido azotado con varas; una vez apedreado; tres veces he padecido naufragio; una noche y un día he sido náufrago en alta mar; en caminos, muchas veces; en peligros de ríos, peligros de ladrones, peligros de los de mi nación, peligros de los gentiles, peligros en la ciudad, peligros en el desierto, peligros en el mar, peligros entre falsos hermanos; en trabajo y fatiga, en muchos desvelos, en hambre y sed, en muchos ayunos, en frío y desnudez. Y además de otras cosas, lo que sobre mí se añade cada día: la preocupación por todas las iglesias. (2 Co 11:23-29).

      No toda esta lista de dificultades y sufrimientos forma parte de lo que nos tocará vivir en nuestros ministerios, pero son un ejemplo de hasta donde pueden llegar las cosas, para que no pensemos que todo ha de ser fácil en nuestra tarea. El pastorado no es una profesión bien remunerada, ni bien considerada socialmente, al menos no siempre ni en todas partes. El ministerio es un servicio que se hace al Señor y a las almas que se nos han encomendado, por el que hemos de dar cuenta, tema que tratamos al final en capítulo aparte.

      Pastorear almas implica pagar un precio. De hecho, servir al Señor en cualquier ministerio implica de por sí pagar cierto precio. Cualquier pastor que en realidad lo es puede dar testimonio de ello. Pablo se lo recuerda a Timoteo cuando le pide “no te avergüences del evangelio… sé participante conmigo de los sufrimientos por el evangelio, según el poder de Dios” (2 Ti 1:8), y “sé partícipe de los sufrimientos, como buen soldado de Jesucristo” (cp. 2:3). No se trata de sufrir por sufrir, como si el sufrimiento por sí mismo fuera algo valioso. El sufrimiento es consecuencia de persistir en la consecución de un propósito, del propósito de Dios para nuestras vidas y ministerios, según su mandato de «ir y predicar», de «hacer discípulos» de «enseñar», etc. La obra de Dios tienes fines bien definidos, pero la oposición de Satanás también los tiene y es esta oposición la que produce los sufrimientos de los siervos de Dios; por eso Pablo declara, “todo lo sufro a favor de los escogidos” (2:10). No olvidemos que en todo esto contamos con “el poder de Dios” (1:8).

      Trabaja

      En su lista, Pablo menciona “en trabajo y fatiga, en muchos desvelos… lo que sobre mí se añade cada día: la preocupación por todas las iglesias”.

      Siempre se cuenta entre los pastores ese chiste que, aunque malo, expresa una realidad: un niño a quien el profesor le pregunta:

      —¿Tu padre en qué trabaja?

      Y el niño le contesta:

      —No, Sr. Profesor, mi padre no trabaja; mi padre es pastor.

      Claro, todos sabemos a lo que se refiere el niño: que su padre no tiene un trabajo secular, que su trabajo es el de pastor de una iglesia. Pero sin pretenderlo, expresa la idea que mucha gente tiene.

      En determinados países, donde el evangelio está bien arraigado, por lo general