Persona, pastor y mártir. José María Baena Acebal. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: José María Baena Acebal
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Документальная литература
Год издания: 0
isbn: 9788417131999
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está en la Biblia, pero no coincide exactamente con el nuestro de hoy. En los tiempos bíblicos su carácter no era tanto jurídico como social y religioso. A los trece años, el niño judío (varón), mediante la ceremonia llamada Bar Mitzvá, entraba a formar parte de los varones adultos, asumiendo responsabilidades, incluida el cumplimiento de la Torah. Para entrar al servicio del tabernáculo o el templo, los levitas debían tener más de veinticinco años (Nm 8:24). Hoy, en la mayoría de países de nuestro entorno, la mayoría de edad está fijada en los dieciocho años. A partir de ahí la persona, hombre o mujer, es dueña y responsable de sus actos.

      Hace algún tiempo, echando una mano a un pastor amigo cuya hija se había ido de casa, tratábamos de encontrarla, de saber a dónde habría podido ir. En la charla sobre la situación, mi amigo insistía en que la hija tenía que volver a casa y que mientras no lo hiciera estaba en rebeldía. Hacía unos meses que había alcanzado su «mayoría de edad», lo cual daba una determinada dimensión al asunto; pero el padre insistía en no reconocer tal mayoría de edad porque, según su criterio, en la Biblia tal cosa no estaba, y los hijos han de estar sujetos a los padres hasta que se casen, que es cuando pueden salir de casa y asumir su autonomía. No le niego al padre el derecho a pensar de tal manera, pero hay que ser realista y entender la verdadera situación. Es lo que traté de hacerle entender, si quería recuperar a su hija y mantener una buena relación familiar. También la hija tiene derecho a pensar de otra manera. No viene al caso mencionar la causa del desencuentro, pero seguimos hablando, a la vez que con un hermano que es policía buscamos hasta que dimos con ella. Mediamos en el asunto hasta que hubo acuerdo, y a los dos o tres días la hija regresaba al hogar paterno. Le hicimos entender que, a pesar de sus criterios, si no cambiaba de parecer, de actitud y de estrategia, la hija podía no regresar más y seguir su vida por su cuenta, sin ser molestada por la justicia. Era su derecho. Es mejor ganar con miel que con hiel. No sé si convencido, pero aceptó lo propuesto. Lo cierto es que la hija regresó. Entiendo que hoy existe armonía en la casa de mi amigo.

      Otro pastor, igualmente muy apreciado, sufría enormemente. Era un hombre de gran prestigio en el campo pastoral y de la enseñanza. Él y su esposa habían adoptado dos niños, chico y chica, pero cuando ya tenían cierta edad. Siendo adolescentes, la hija participó en un atraco a mano armada. Como consecuencia acabó en prisión, donde dio a luz a una criatura. El varón también siguió los malos pasos, teniendo que participar en un programa de rehabilitación social. Recuerdo el sufrimiento y la vergüenza del hermano y de su esposa. Habían consagrado sus vidas a dos niños que ni siquiera eran suyos, sacándolos de las instituciones públicas para darles una familia, estudios, educación, amor, y tantas más cosas, pero el resultado les había sido adverso, al menos en aquel momento. El hermano, reflexionando sobre estos textos de Pablo decía: “En los tiempos que vivimos, y con las influencias que nuestros hijos reciben en la escuela y a través de la televisión, etc., es imposible cumplir con este requisito bíblico”. Sus palabras reflejaban su desesperación en este ámbito de cosas. Yo no dudaría ni por un momento de su idoneidad ministerial, de su espiritualidad, ni de su integridad personal. ¿Qué falló? Los hijos de los pastores son seres humanos, dotados de libre albedrío. En este caso, el hecho de haber sido adoptados ya con algún añito puede haber sido decisivo.

      ¿Qué dice el texto en realidad?

      Pues que los hijos, en tanto están bajo la autoridad paterna y materna, no pueden ser rebeldes ni disolutos, es decir, inmorales. Que deben ser criados en honestidad, estando sujetos a sus padres, quienes deben ser capaces de «gobernar» su casa. La misma palabra «gobernar» implica cierta energía y autoridad para guiar el hogar hacia una meta correcta. La familia pastoral tiene una meta definida, un propósito claro, y hacia allí ha de ser dirigida; pero eso no quiere decir que los hijos no sean hijos, es decir niños o jóvenes, que pueden ser traviesos o caprichosos, de los cuales dice Proverbios que “la necedad está ligada al corazón del muchacho” (Pr 22:15). Los hijos de los pastores son tan «necios» o tan «sabios» como los de los demás mortales. Ahora bien, lo que igualmente añade el texto de Proverbios es que “la vara de la corrección la alejará — la necedad— de él”. El texto se expresa según los criterios didácticos de la época, no según los nuestros de hoy, en los que se rechaza «la vara», es decir el castigo físico. Los seres humanos de cada época se enfrentan a sus realidades vitales con lo que saben y con lo que pueden, y no debemos cometer el error de juzgar los hechos del pasado con los criterios de hoy, midiéndolos o evaluándolos con los parámetros actuales. Lo que es insoslayable es la enseñanza general que nos brinda el proverbio y es que, por un lado, es natural que los jóvenes cometan errores, como lo hemos hecho todos sin excepción; y por otro, que hay medicina para esa enfermedad y su nombre se llama «disciplina», corrección, independientemente del método que se use, conociendo que los tiempos han avanzado y que hoy disponemos de métodos mejores (¿?) de los que echar mano.

      La Epístola a los Hebreos nos dice:

      ¿Qué hijo es aquel a quien el padre no disciplina? Pero si se os deja sin disciplina, de la cual todos han sido participantes, entonces sois bastardos, no hijos. Por otra parte, tuvimos a nuestros padres terrenales que nos disciplinaban, y los venerábamos (…) ciertamente por pocos días nos disciplinaban como a ellos les parecía (…) Es verdad que ninguna disciplina al presente parece ser causa de gozo, sino de tristeza; pero después da fruto apacible de justicia a los que por medio de ella han sido ejercitados. (He 12:7-11, énfasis mío).

      Una responsabilidad ineludible de los pastores, de él y de ella conjuntamente, de cada cual en su medida y capacidad, es la de educar a sus hijos, instruirlos en las cosas de Dios, contribuir a su formación física, emocional, intelectual, relacional y espiritual, para que desarrollen el potencial que Dios ha puesto en cada uno de ellos, lo cual no es tarea fácil. De nuevo Proverbios nos da un consejo: “La vara y la corrección dan sabiduría, pero el muchacho consentido avergüenza a su madre” (Pr 29:15), y de nuevo hemos de decir que hemos de entender «vara y corrección», no en forma literal, sino en su significado último, que es el de la instrucción, la disciplina, el tutelaje que endereza la tendencia a torcerse que podemos ver en nuestros hijos, completado el texto con su segunda parte paralela que hace referencia al error, muy en boga hoy, de consentir a los hijos, de mimarlos en exceso, de hacérselo todo fácil y cómodo, de nunca contradecirlos ni contrariarlos, de permitirles que nos falten el respeto, que desobedezcan impunemente, que rabien y pataleen a placer hasta conseguir sus deseos, etc. Los niños son excelentes chantajistas, y a veces cuentan con el sonriente beneplácito de sus progenitores, que se toman el chantaje emocional como una gracia a aplaudir.

      Esa teoría moderna de dejar a los niños que hagan lo que deseen, de nunca decirles no, es un error que se paga caro más adelante. Cierto es que hay que dejar que desarrollen su personalidad evitando al máximo los traumas infantiles, pero tal cosa no significa impedirles que se enfrenten a las dificultades desde pequeños, aprendiendo así a superarlas, ni abdicar del deber de padre y madre, que implica, sobre todo para los cristianos, la obligación de «criarlos en el Señor». Los creyentes de hoy, no solo los pastores, deberíamos revisar nuestros papeles de padre y madre, así como nuestras estrategias educativas. No es fácil ser padre o madre, pero no podemos abdicar de tal función, pues la responsabilidad no le corresponde ni a la escuela ni a la iglesia; es nuestra en primer lugar. No podemos sucumbir a la presión que el sistema ejerce sobre nuestros hijos, quienes son vistos como los futuros consumidores a los que hay que entrenar desde pequeños para que en el futuro sean lo que determinados grupos de interés y de presión requieran de ellos, con sus cerebros bien lavados, con hábitos malsanos bien adquiridos, con mentes acríticas bien malformadas, y conciencias bien anchas que admitan como bueno todo aquello que las enseñanzas bíblicas nos dicen bien claro que es malo, etc.

      Efectivamente, los pastores hemos de ser ejemplos de buenos educadores. Nuestros hijos son nuestra primera iglesia a la que evangelizar, discipular y animar al servicio activo y responsable en la obra de Dios. Para que tal cosa sea posible la iglesia ha de cambiar su manera de ver las cosas y dejar de exigir a los pastores que se ocupen de ellos antes que de sus hijos, para exigirles a continuación que sus hijos sean mejores que todos los demás, perfectos y sin mancha. ¿Quieren que los hijos de los pastores sean, si no perfectos, al menos buenos cristianos, honestos, que no sean rebeldes ni disolutos? Dejen que sus pastores se ocupen