Persona, pastor y mártir. José María Baena Acebal. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: José María Baena Acebal
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Документальная литература
Год издания: 0
isbn: 9788417131999
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estas cosas hablamos, no con palabras enseñadas por la sabiduría humana, sino con las que enseña el Espíritu, acomodando lo espiritual a lo espiritual. Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura; y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente” (1 Co 2.13-14, énfasis mío).

      Fe y razón ni se oponen ni se excluyen, sino que pueden compaginar perfectamente y apoyarse mutuamente. Gracias al lenguaje podemos razonar, pues podemos articular pensamientos, elaborar ideas, sean estas concretas o abstractas, formular hipótesis, desarrollar argumentos y llegar a conclusiones. El lenguaje es el motor del razonamiento y, ¡qué sorpresa! Dios promueve la fe no por infusión, sino por medio del lenguaje, con todos sus recursos: “La fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios” (Ro 10:17); y “agradó a Dios salvar a los creyentes por la locura de la predicación” (1 Co 1:21). Oír, palabra, predicación, son todos vocablos que apelan a la razón. Cuando se habla aquí de «locura», es un recurso expresivo que emplea Pablo para describir el efecto que el mensaje cristiano causaba en las mentes de sus oyentes paganos, conformadas por una filosofía, una cultura y una lógica, ancladas en sus propios prejuicios, incapaces, por tanto, de entender lo que se les predicaba. Hacía falta la iluminación del Espíritu Santo, tal como sucede hoy.

      Creer no es tragarse cualquier cosa; es aceptar que lo que Dios revela es verdad. Revelar es mucho más que decir, pues implica luz y comprensión. El problema no es entre fe y razón; el problema está en el corazón humano, en la actitud soberbia que se niega a plegarse a lo que razonadamente Dios le muestra y le pide. Como nos dice el evangelio de Juan: “Esta es la condenación: la luz vino al mundo, pero los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas, pues todo aquel que hace lo malo detesta la luz y no viene a la luz, para que sus obras no sean puestas al descubierto” (Jn 3:19-20). Sin iluminación no puede haber fe; pero negar la luz, lo hecho evidente de alguna manera, es una decisión personal que se basa en otras realidades, aunque se escude en la razón como coartada.

      Un pastor ha de ser un creyente poderoso, bien fundamentado en la palabra de Dios como sólido fundamento y fiel a esta palabra, a la sana doctrina, a su propio llamamiento y a la responsabilidad que Dios ha puesto sobre él o sobre ella. Las dos cartas de Pablo a Timoteo y la escrita a Tito, conocidas como Cartas Pastorales, nos proporcionan una buena cantidad de consejos al respecto. Al explicar a Timoteo las razones por las que lo dejó en Éfeso cuando tuvo que partir para Macedonia, según dice su primera carta, escribe: “El propósito de este mandamiento es el amor nacido de corazón limpio, de buena conciencia y fe no fingida. Algunos, desviándose de esto, se perdieron en vana palabrería. Pretenden ser doctores de la Ley, cuando no entienden ni lo que hablan ni lo que afirman” (1 Ti 1:5-7).

      ¿Se puede fingir la fe? Parece que sí. Fingir es disimular, falsificar, por tanto, implica una cierta alevosía, y se hace para engañar o manipular. También hay quien cree tener fe, cuando lo que le mueve no es sino presunción u obstinación. La fe, como el oro, solo procede de sus propios veneros. En el caso de la fe para salvación, es la respuesta del corazón humano a la palabra de Dios que le anuncia el amor de Dios, mostrándole la propia necesidad de salvación y la única solución posible: Jesucristo. Pero después de habernos reconciliado con Dios, tras nacer a una vida nueva por el poder del Espíritu, la fe que necesitamos para crecer y para vivir la nueva vida en Cristo y el ministerio a que somos llamados es un fruto del Espíritu. La savia que alimenta nuestra planta para dar ese fruto es la palabra de Dios, vivida en una comunión cercana con Cristo.

      Insiste Pablo sobre la fe: “Este mandamiento, hijo Timoteo, te encargo, para que, conforme a las profecías que se hicieron antes en cuanto a ti, milites por ellas la buena milicia, manteniendo la fe y buena conciencia. Por desecharla, algunos naufragaron en cuanto a la fe” (1 Ti 1:18-19). Aquí la fe reviste un significado amplio referido al evangelio. Decir que los pastores hemos de ser creyentes antes que pastores quiere decir que hemos de ser íntegros en todo: en cuanto a nuestra vida espiritual y nuestra relación con Dios, la doctrina sana y correcta, nuestra lealtad a la obra y a los creyentes que Dios ha puesto bajo nuestro cuidado, etc. Es algo que hay que mantener a lo largo de nuestra vida como cristianos y como siervos de Dios. Pablo da testimonio de que no todos supieron hacerlo, y menciona sus nombres.

      Es un hecho que hay pastores que sucumben a las presiones o a las tentaciones del mundo alrededor. Algunos de ellos abandonan el ministerio desalentados, frustrados, amargados. Las circunstancias y las causas pueden ser muchas y variadas, pero está claro que algo falló. Faltó la fe, que se desgastó o se debilitó; o quizá, como apunta Pablo, sus conciencias se fueron contaminando a base de permitir pequeñas debilidades que, al final, acabaron por hacer enfermar sus conciencias hasta no poder soportar más, haciendo naufragio en sus vidas y ministerios. Es como ser vencidos por puntos en un combate, por acumulación de golpes. Otros sucumbieron a la tentación más burda, cayendo por K.O. en un pecado que descalifica para el ministerio. No son pocos los casos que he conocido a lo largo del tiempo que he ejercido como ministro del evangelio y todos podemos caer, pues no somos mejores.

      Por eso hemos de precavernos contra nosotros mismos, velando por nuestras almas, alejándonos de mal y de toda apariencia de pecado como el que se aleja de un peligroso precipicio, y acercándonos al Señor en humillación y sometimiento. Nada nos pone más en peligro que nuestra propia soberbia, y nada nos acerca más a Dios que nuestra propia humillación. “Bueno me es haber sido humillado, para que aprenda tus estatutos”, exclama David, (Sl 119:71), alguien que supo lo que era caer en lo más profundo y vergonzoso después de haberse ensoberbecido y dar rienda suelta a sus inclinaciones pecaminosas, pensando que todo estaba permitido a un rey, que como tal estaba por encima del bien y del mal. Este mismo David escribe: “¿Quién puede discernir sus propios errores? Líbrame de los que me son ocultos. Preserva también a tu siervo de las soberbias, que no se enseñoreen de mí. Entonces seré íntegro y estaré libre de gran rebelión” (Sal 19:12-13). Parece claro que es la soberbia la que lleva a los hombres a la «gran rebelión» contra Dios. Es una buena lección para nosotros, pastores y pastoras, para evitarnos males mayores que nos avergüencen un día que desacrediten el evangelio frente a los que no creen y hundan a los que creen.

      ¿Ves ahora que no es gratuito proclamar que antes que pastores hemos de ser creyentes fieles e íntegros? Con Pablo decimos: “Por lo cual, teniendo nosotros este ministerio según la misericordia que hemos recibido, no desmayamos. Antes bien renunciamos a lo oculto y vergonzoso, no andando con astucia, ni adulterando la palabra de Dios. Por el contrario, manifestando la verdad, nos recomendamos, delante de Dios, a toda conciencia humana” (2 Co 4:1-2).

      CAPÍTULO 6

      Piensa, siente, sufre, trabaja, disfruta, ¿descansa?

      Continuamos adentrándonos en la realidad íntima de la vida de los pastores. Nos hemos ocupado de sus relaciones, de su fe personal. Ahora nos ocuparemos de otros detalles que también son importantes: como ser humano, premisa inicial de nuestra reflexión, el pastor está compuesto, según el concepto bíblico, de cuerpo, alma y espíritu. Tal división nos señala tres áreas de atención en la vida del pastor, sea este hombre o mujer.

      Como en el capítulo anterior nos hemos centrado en aspectos que tienen que ver con su vida espiritual, en este capítulo nos ocuparemos de los otros aspectos que tienen que ver con su vida física y material, y con su «alma», es decir, su mente, sus sentimientos y emociones, y su voluntad.

      Piensa

      Dijo Descartes, según nos han traducido, «Pienso, luego existo», y tan escueta frase quedó grabada en mármol para la posteridad. Para que sonara mejor, lo dijo en latín, que era el idioma de los filósofos y sabios en su época, como ha sido hasta hace no mucho tiempo: «Cogito ergo sum». Pero no hace falta hablar latín para saber y reconocer que los pastores también piensan, o pensamos, pues me honro de estar incluido en su número.

      Sí, pensamos, y también solemos orar y consultar a Dios sobre todo cuanto nos concierne como pastores. La reflexión concienzuda ha de formar parte de la actividad intelectual y emocional de los pastores, como en realidad de todo ser humano, que se distingue de los demás animales, entre otras cosas,