Historia de la República de Chile. Juan Eduardo Vargas Cariola. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Juan Eduardo Vargas Cariola
Издательство: Bookwire
Серия: Historia de la República de Chile
Жанр произведения: Документальная литература
Год издания: 0
isbn: 9789561424586
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ocurridos en el continente. Gregorio XVI (1765-1846) fue un monje camaldulense, Mauro Cappellari, que llegó a Roma a principios de 1814 a ejercer funciones en su orden, y después en la Congregación de Propaganda Fide, la cual dirigió, ya como cardenal, en calidad de prefecto desde 1826 hasta ser elegido Papa en 1831.

      La acción de gobernante y las intuiciones de Gregorio XVI fueron las propias de un estadista, pues percibió la situación eclesiástica más allá de Europa, y la orientó en un camino que empezaba a manifestarse, esto es, en la separación definitiva de la Iglesia y el estado.

      Hay varios hechos políticos y religiosos que a Mauro Cappellari, ya como prefecto de Propaganda, ya como pontífice, le fueron dando una adecuada visión para orientar la toma de decisiones y después para articularlas como una carta programática de su pontificado, tanto en materias de orden religioso como diplomáticas. Por ejemplo, fueron significativos los hechos ocurridos en España, Francia y Austria en lo relativo al paso de gobiernos monárquicos hacia el estado moderno de raíces liberales, y los originados en América Latina con los nuevos gobiernos marcados por la impronta de la modernidad. Estos acontecimientos dan luces sobre la gestión pontificia hacia América Latina.

      Después de la caída de Napoleón recorrió por toda Europa el entusiasta anhelo de reconstruir el pasado. La Restauración, aspiración inmadura, frágil y ahistórica, duró no más de 30 años, aunque en Italia excepcionalmente se prolongó más. Desde 1830, pasado el impulso restaurador, se reinstalaron en forma definitiva los principios de las revoluciones norteamericana y francesa.

      Quizás más interesante fue lo que, como proceso de restauración, se produjo en el plano de la teología política. Lo más visible fue el fortalecimiento del primado pontificio. Joseph de Maistre (1753-1821), en su obra Du Pape, concentró su reflexión en demostrar determinados atributos del papado, como la infalibilidad, la dimensión temporal de su autoridad y la influencia de este en la cultura, especialmente como factor de unidad a través de las épocas. Por su parte, Félicité Lamennais (1782-1854), quien editó hacia 1825 De la religión considerée dans ses rapports avec l’ordre politique et civil, definió allí a la sociedad de su tiempo como atea, a pesar de que las constituciones expresaban la confesionalidad del Estado como católico; exaltó al papado, e hizo una crítica severa al galicanismo.

      Estos autores y sus textos generaron una posición según la cual no era suficiente volver al antiguo régimen, sino que se debía construir un nuevo sistema social. Y en este la Iglesia habría de tener plena libertad y, al mismo tiempo, el total apoyo del estado. Sobre semejante base se articuló la defensa de la Iglesia, en la que participaron corrientes sociopolíticas y religiosas caracterizadas por la intransigencia en materia teológica, por el conservadurismo en materia de tradición y costumbres, y por cierto maniqueísmo en el combate de las ideas.

      La otra vertiente que surgió dentro del catolicismo, conocida en la historiografía como liberalismo católico, sostenía que el antiguo régimen estaba definitivamente terminado, y postulaba que la misión de la Iglesia consistía en alcanzar un nuevo pacto, en el cual se compaginaran los principios eternos e inmutables con las nuevas circunstancias histórico-políticas.

      En este escenario los católicos liberales buscaron poner en un primer plano los derechos del ciudadano y la nueva concepción del Estado, promover la separación de este de la Iglesia y abrir espacios a la libertad de cultos, a la educación y a las publicaciones. Entre sus representantes más connotados estuvieron Henri Lacordaire (1802-1861), Félicité Lamennais (1782-1854), Charles de Montalembert (1810-1870), Federico Ozanam (1813-1843) y en Italia, el clérigo Antonio Rosmini (1797-1855) y Vincenzo Gioberti.

      En este ambiente de grandes cambios, con un fuerte acento antirreligioso y anticlerical, hubo de realizar su gestión Gregorio XVI.

      El hecho político más importante respecto de América Latina en el cual Cappellari mostró sus dotes de estadista fue la asesoría que dio a la Congregación de Propaganda sobre la solicitud que tanto el clero como el gobierno de la Gran Colombia habían enviado a Roma en 1824, para que se cubrieran los cargos de sedes vacantes de la provincia eclesiástica. En la elaboración del informe tuvo en sus manos no solo la solicitud colombiana sino también la documentación de la misión Muzi a Chile y otras generadas por los agentes eclesiásticos de obispos hispanoamericanos en Roma. Con esos antecedentes, Cappellari elaboró el informe cuya estructura argumental tiene dos pilares, los cuales profundizó en sus años de pontífice hasta consolidarlos como política universal.

      Los principios fueron los siguientes: no se podía separar el aspecto político del religioso-eclesiástico, y se debía diferenciar la atención espiritual de los fieles de las tareas administrativas de la Iglesia.

      En el primer principio el cardenal Cappellari abordó la realidad hispanoamericana. Por una parte, los acontecimientos políticos de la independencia habían producido un estado deplorable en la vida de la Iglesia, y, por otra, los gobiernos buscaban la ayuda de la Santa Sede para solucionar los problemas eclesiásticos, y así, derivadamente y al unísono, lograr que las nuevas repúblicas fueran reconocidas por Roma.

      En el segundo principio acogió con realismo el estancamiento de las misiones en el continente, y por otro lado asumió la inestabilidad de los órganos eclesiásticos, los cuales pasaban por un periodo no solo de fragilidad institucional sino de peligro para su supervivencia ante la avalancha de presiones políticas de los nuevos gobiernos. Así, resolvió el problema distinguiendo las necesidades de los fieles y la necesidad de administrar la Iglesia. Por ello sugirió abordar el trabajo misionero como una tarea pastoral urgente, para lo cual se necesitaba la voluntad política de los gobiernos; al mismo tiempo había que orientar a cada institución de la Iglesia (cabildo, capítulo, vicarios generales, religiosos) por separado y de modo concreto, a fin de asegurar la unidad con Roma, ya que por primera vez el vínculo se hacía directamente y no por mediación de la corona española.

      Cappellari dio los pasos indispensables para restablecer la autoridad pontificia, intensamente bloqueada por Napoleón y después por las corrientes legitimistas europeas. Al mismo tiempo separó las cuestiones espirituales de incumbencia solo de la Iglesia, con lo cual puso fin al patronato, dejando a la esfera civil el espacio para articular nuevos diálogos y alcanzar un nuevo trato con las repúblicas nacientes a través de acuerdos o concordatos.

      Esta política ya había sido aplicada por León XII —orientación desarrollada en el informe del Prefecto de Propaganda, el cardenal Cappellari— para nombrar obispos en propiedad para la Gran Colombia, en mayo de 1827; a continuación, en diciembre de 1828, instituyó obispo titular de Cerán y vicario apostólico a Manuel Vicuña, para Santiago; instituyó obispo titular de Rétimo a José Ignacio Cienfuegos, para nombrarlo en 1832 obispo de Concepción —en ambos caso fueron obispos in partibus—; y a Justo Santa María de Oro vicario apostólico de San Juan de Cuyo.