Novelas completas. Jane Austen. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Jane Austen
Издательство: Bookwire
Серия: Colección Oro
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788418211188
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es de suponer que nadie aprecia sus bellezas tanto como nosotras.

      —¿Y tenían allá muchos admiradores con porte? Me imagino que en esta parte del mundo no tienen tantos; en cuanto a mí, pienso que siempre son un gran aporte.

      —Pero, ¿por qué —dijo Lucy, con aire de sentirse avergonzada de su hermana— piensas que en Devonshire no hay tantos jóvenes guapos como en Sussex?

      —No, querida, desde luego no es mi propósito decir que no los hay. Estoy segura de que hay una gran cantidad de galanes muy gentiles en Exeter; pero, ¿cómo crees que podría saber si hay jóvenes agradables en Norland? Y yo solo temía que las señoritas Dashwood encontraran aburrido Barton si no encuentran aquí tantos como los que acostumbraban tener. Pero quizás a ustedes, jovencitas, no les importen los galanes, y estén tan a gusto sin ellos como con ellos. Por mi parte, pienso que son extraordinariamente agradables, siempre que se vistan de manera elegante y se comporten con cortesía. Pero no soporto verlos cuando van sucios o son maleducados. Vean, por ejemplo, al señor Rose, de Exeter, un joven fantásticamente elegante, bastante guapo, que trabaja para el señor Simpson, como ustedes saben; y, sin embargo, si uno lo encuentra en la mañana, no se lo puede ni mirar. Me imagino, señorita Dashwood, que su hermano era un gran galán antes de casarse, considerando que era tan rico, ¿no es cierto?

      —Le prometo —replicó Elinor— que no sabría decírselo, porque no entiendo bien el significado de la palabra. Pero esto sí puedo asegurarle: que si alguna vez él fue un galán antes de casarse, lo es todavía, porque no ha experimentado el menor cambio en él.

      —¡Ay, querida! Una nunca se figura a los hombres casados como galanes... Tienen otras cosas que hacer.

      —¡Por Dios, Anne! —exclamó su hermana—. Solo hablas de galanes. Harás que la señorita Dashwood crea que solo piensas en eso.

      Luego, para variar de tema, comenzó a manifestar su admiración por la casa y el mobiliario.

      Esta muestra de lo que eran las señoritas Steele fue suficiente. Las vulgares libertades que se tomaba la mayor y sus bobadas la dejaban sin nada a favor, y como a Elinor ni la belleza ni la perspicaz apariencia de la menor le habían hecho perder de vista su falta de real prestancia y naturalidad, se marchó de la casa sin ningún deseo de conocerlas más.

      No sucedió lo mismo con las señoritas Steele. Venían de Exeter, bien dotadas de admiración por sir John, su familia y todos sus parientes, y ninguna parte de ella le negaron de manera ruin a las hermosas primas del dueño de casa, de quienes afirmaron ser las muchachas más hermosas, elegantes, completas y perfectas que habían tratado, y a las cuales estaban muy especialmente ansiosas de conocer mejor. Y en consecuencia, pronto Elinor descubrió que conocerlas mejor era su inevitable destino; como sir John estaba por completo de parte de las señoritas Steele, su lado iba a ser demasiado potente para presentarle alguna oposición e iban a tener que someterse a ese tipo de intimidad que consiste en sentarse todos juntos en la misma habitación durante una o dos horas casi día a día. No era más lo que podía hacer sir John, pero no sabía que se necesitara algo más; en su opinión, estar juntos era gozar de intimidad, y mientras sus continuos planes para que todos se reunieran y cumplieran su objetivo, no le cabía duda alguna de que fueran verdaderos amigos.

      Para hacerle justicia, hizo todo lo que estaba en su mano para animar una relación sin reservas entre ellas, y con tal fin dio a conocer a las señoritas Steele todo lo que sabía o suponía respecto de la situación de sus primas en los aspectos más íntimos; y así Elinor no las había visto más de un par de veces antes de que la mayor de ellas la felicitara por la suerte de su hermana al haber conquistado a un galán muy distinguido tras su llegada a Barton.

      —Seguro será una gran cosa haberla casado tan joven —dijo—, y me han dicho que es un gran galán, y muy gallardo. Y espero que también usted tenga pronto la misma buena suerte... aunque quizá ya tiene a alguien listo por ahí.

      Elinor no podía suponer que sir John fuera más prudente en proclamar sus sospechas acerca de su afecto por Edward, de lo que había sido respecto de Marianne; de hecho, entre las dos situaciones, la suya era la que prefería para sus burlas, por su mayor novedad y porque se prestaba a mayor pábulo de conjeturas: desde la visita de Edward, jamás habían cenado juntos sin que él brindara a la salud de las personas queridas de ella, con una voz tan cargada de significados, tantas cabezadas y guiños, que no podía menos de alertar a todo el mundo. Invariablemente se sacaba a colación la letra F, y con ella se habían nutrido tan incontables chanzas, que hacía ya tiempo se le había impuesto a Elinor su calidad de ser la letra más ingeniosa del alfabeto.

      Las señoritas Steele, tal como había imaginado que ocurriría, eran las destinatarias de todas estas chanzas, y en la mayor despertaron una gran curiosidad por saber el nombre del caballero al que aludían, curiosidad que, aunque con frecuencia expresada con imprudencia, era perfectamente consistente con sus constantes indagaciones en los asuntos de la familia Dashwood. Pero sir John no jugó demasiado tiempo con el interés que había gozado en despertar, porque decir el nombre le era tan agradable como escucharlo era para la señorita Steele.

      —Su nombre es Ferrars —dijo, en un murmullo casi inteligible—, pero por favor, le ruego no decirlo, porque es un gran secreto.

      —¡Ferrars! —repitió la señorita Steele—. El señor Ferrars es el afortunado personaje, ¿verdad? ¡Vaya! ¿El hermano de su cuñada, señorita Dashwood? Un joven muy simpático, con toda seguridad. Lo conozco muy bien.

      —¿Cómo puedes decir tal cosa, Anne? —exclamó Lucy, que por lo corriente corregía todas las declaraciones de su hermana—. Aunque lo hemos visto una o dos veces en la casa de mi tío, es excesivo pretender conocerlo bien.

      Elinor escuchó con atención y sorpresa todo lo anterior. “¿Y quién era este tío? ¿Dónde vivía? ¿Cómo fue que se conocieron?”. Tenía grandes deseos de que continuaran con el tema, aunque prefirió no unirse a la conversación; pero nada más se dijo sobre ello y, por primera vez en su vida, pensó que a la señora Jennings le faltaba o curiosidad tras tan pobre información, o deseo de manifestar su interés. La forma en que la señorita Steele había hablado de Edward aumentó su curiosidad, porque sintió que lo hacía con algo de perfidia y plantaba la sospecha de que ella sabía, o se imaginaba saber, algo en detrimento del joven. Pero su curiosidad fue inútil, porque la señorita Steele no prestó más atención al nombre del señor Ferrars cuando sir John aludía a él o lo mencionaba sin tapujos.

      Capítulo XXII

      Marianne, que nunca había sido demasiado tolerante de cosas como la impertinencia, la vulgaridad, la inferioridad de índole o incluso las diferencias de gusto respecto de los suyos, en esta ocasión estaba particularmente reacia, dado su estado de ánimo, a encontrar agradables a las señoritas Steele o fomentar sus avances; y a esta invariable frialdad en su conducta, que frustraba todos los intentos que hacían por establecer una relación de intimidad, atribuía Elinor en primer lugar la preferencia por ella que se hizo evidente en el trato de ambas hermanas, especialmente de Lucy, que no perdía ocasión de entablar conversación o de intentar una mayor aproximación mediante una fácil y franca comunicación de sus sentimientos.

      Lucy era naturalmente lista; con frecuencia sus observaciones eran justas y amenas, y como compañía durante una media hora, a menudo Elinor la encontraba agradable. Pero sus capacidades innatas en nada habían sido complementadas por la educación; era ignorante e inculta, y la falta de todo refinamiento intelectual en ella, su deficiencia de información en los asuntos más corrientes, no podían pasar inadvertidas a la señorita Dashwood, a pesar de todos los esfuerzos que hacía la joven por parecer superior. Elinor percibía la falta de capacidades que la educación habría hecho tan respetables, y la compadecía por ello; pero veía con sentimientos mucho menos delicados la total falta de finura, de rectitud y de integridad de espíritu que traicionaban sus trabajosas y permanentes atenciones y lisonjas a los Middleton; y no podía encontrar satisfacción duradera en la compañía de una persona que a la ignorancia unía la insinceridad, cuya falta de instrucción impedía una conversación entre ellas en condiciones de igualdad, y cuya conducta hacia el resto quitaba todo valor a cualquier muestra de atención