“De todos los aparatos hegemónicos tal vez el más característico de la organización liberal de la cultura es el sistema educacional y su núcleo, la escuela” (94). Otro aparato hegemónico decisivo es el partido político. “Es un órgano principal de las luchas de hegemonías; un centro de formación y cohesión de la clase; un elemento de educación y de desarrollo de la conciencia colectiva, de un lenguaje político emancipado y capaz de responder a las experiencias sociales y de lucha cotidiana de la clase, etc.” (99). Otro aparato es la prensa, con sus potencialidades para administrar la opinión pública. La prensa opera como “órgano de orientación y conexión, de interpretación y cohesión, en fin, de elaboración de un lenguaje cotidiano para nombrar socialmente los sucesos en la lucha de clases” (Brunner, 1979a: 103).
En el texto, Brunner destina bastante espacio a su exposición sobre la esfera pública, “base esencial para el desarrollo de las luchas de hegemonía y para el empleo de procedimientos democrático-representativos en la conducción de la sociedad” (Brunner, 1979a: 42). El espacio público aparece como un mecanismo típicamente moderno y burgués, como lugar de mediaciones entre lo particular y lo público, que contribuye a la organización del orden político y cultural, y base para la formación de la opinión pública. Experimenta diversas transformaciones con la emergencia de la industria cultural y cultura de masas, y bajo modalidades autoritarias o democráticas. Es espacio, además, de luchas democráticas.
Lo anterior son solo algunas de las ideas que el texto desarrolla, pero en él hay mucho más. Hay una diversidad de puntos y en cada punto abundan los argumentos y comentarios, que se expanden haciendo difícil sintetizarlos. Junto con la riqueza de contenidos se presenta también el eventual inconveniente de la abundancia. El texto puede abrumar y no siempre es fácil de seguir. De cualquier modo, probablemente es al propio Brunner a quien más sirvió la escritura de este texto, “como paso esencial y necesario para continuar ahora con un análisis de la organización de la cultura en Chile” (Brunner, 1978a: 105)103.
Primeros análisis de la cultura autoritaria en Chile
En el resto del año 1979, Brunner continúa haciendo elaboraciones teóricas, pero ya directamente vinculadas al análisis de la situación en Chile. Sus trabajos en este año tienen dos focos principales: los cambios generados en la organización de la cultura o del modelo cultural y las transformaciones en el ámbito de la educación.
Tres textos están dedicados a la cultura, todos explorando la transformación cultural bajo el régimen autoritario y en los cuales va enriqueciendo su argumentación teórica y va elaborando análisis empíricos guiados o iluminados por su construcción teórica. Al mismo tiempo, va haciendo tipificaciones o afirmaciones generales sobre las transformaciones autoritarias. En ellos es marcada y explícita la impronta teórica de Gramsci con su noción de hegemonía, pero Brunner incorpora conjuntamente elementos de Habermas, Foucault, Touraine y otros, en una articulación propia. En estos textos Brunner comienza a citar una mayor cantidad de investigadores nacionales y se vale para sus análisis, de manera más sistemática y abundante, de fuentes directas: artículos de prensa, declaraciones, decretos legislativos, reglamentos, así como resultados de investigaciones nacionales diversas.
Comienza su artículo “La cultura en una sociedad autoritaria” (1979c) con una afirmación que remite a Marx, de que la sociedad se produce a sí misma. La base para tal autoproducción surge, históricamente, con la producción de un excedente, de algo más que lo necesario para la reproducción de la vida. El manejo del excedente va asociado a la división en clases sociales, básicamente entre quienes realizan el trabajo necesario para la subsistencia y quienes controlan y organizan el trabajo. Excedente y dominación van a la par.
Junto con la producción material y posibilitando su complejización, se desarrolla la comunicación, la interacción entre los miembros de la sociedad mediante el lenguaje y otras formas de simbolización. Esta es la dimensión de la creatividad social; es el espacio de la organización cultural, que permite a la sociedad mirarse a sí misma, conocerse y proponerse metas y orientaciones de acción. Así, la producción de la sociedad se apoya en esta dimensión comunicativa y en la dimensión de la producción de la vida material, ambas estrechamente interconectadas. Cómo haga la sociedad tal autoproducción es algo expresado en su peculiar forma de “organización cultural”, en su “modelo cultural”.
En Chile, el Estado de compromiso, esa entidad que hemos visto configurada y ampliamente descrita y analizada por Moulian, en que la burguesía, desde principios del siglo XX, comparte su dirección de la sociedad con otras fuerzas sociales a través del compromiso elaborado en el Estado, desarrolla conjuntamente una particular forma cultural. Esta constituye una “cultura de compromiso”, con un núcleo orientado políticamente y una “ideología distribucionista”. Esta es una lógica que “invade todas las esferas de la sociedad, todas las instituciones sociales, y, muy importantemente, la propia organización de la cultura” (Brunner, 1979c: 6, 7). El Estado, de tal modo, no es un típico organismo de racionalización (instrumental). Esta cultura de compromiso entra en crisis en el período 1970-1973. La creatividad reivindicativa desborda los mecanismos de respuesta a todo nivel. Se descompone la cultura de compromiso. Se desata un permanente enfrentamiento, degradándose los procesos de relación social. “El Estado mismo se vio impedido, en esas circunstancias, de continuar cumpliendo su rol fundamental en la construcción de los procesos de acumulación y comunicación […]”. Esto lleva a la crisis de todo un sistema de identidad nacional “que se fundaba en la integración social de la creatividad reivindicativa y en su eficacia como mecanismo de auto-formación de la sociedad” (Brunner, 1979c: 9, 10).
Brunner va aún más allá y sostiene que la crisis experimentada por la sociedad chilena en ese período 1970-1973 más que ser un mero fenómeno político o, más en particular, un producto de la insuficiencia en la dirección del gobierno de la Unidad Popular –lo cual hemos visto es afirmado por Moulian–, o un desajuste entre los procesos de democratización y de transformación de la economía capitalista, como afirman otros, es resultado de un problema más profundo. Es resultado de una crisis que “afectó el centro vital de la sociedad: su modo histórico de producción de sí misma” (Brunner, 1979c: 10).
La revolución capitalista autoritaria inaugurada con el golpe militar hace eso: rompe con el modelo de la cultura de compromiso, de conducción negociada de los procesos de acumulación y comunicación por medio de la intervención del Estado. Reorganiza los procesos de acumulación y creación sobre la base del disciplinamiento de la sociedad y reorienta los procesos de autoformación de la sociedad. El lugar central en la organización de la cultura, que hasta 1973 lo asumía la experiencia de creatividad reivindicativa ahora lo asume la experiencia disciplinaria.
En tal experiencia disciplinaria, Brunner destaca tres ejes: (1) La experiencia de atomización, de enfrentamiento individual a exigencias de subordinación y pasividad política. (2) La experiencia de supeditación a estrictas estructuraciones jerárquicas de las relaciones sociales. (3) La experiencia de acceso diferencial al mercado, que opera como un mecanismo aparentemente natural y neutral para administrar la desigualdad.
En gran medida, este modelo de organización cultural disciplinaria opera por medios de comunicación extralingüísticos, que no apelan a una argumentación persuasiva, que permita confrontación de argumentos y justificaciones, y las argumentaciones que hay son de poco espesor. Esto es lo que caracteriza la represión, la operación del mercado y la rígida imposición normativa de los que se vale el régimen. La configuración ideológico persuasiva es, en contraste,