Un consenso de orden logrado a través de una hegemonía de sentidos permite “‘convertir’ y ‘reducir’ al máximo el momento de fuerza o coacción que forma parte de todo proceso de integración en una sociedad dividida en clases antagónicas” (Brunner, 1977d: 37).
El proceso por el cual las clases y grupos subalternos unifican una concepción propia y coherente de mundo, haciendo valer una alternativa propia del orden en la lucha entre hegemonías, es lo que puede, al mismo tiempo, asegurar el surgimiento de una alternativa nacional-popular. Este tránsito está marcado por el logro de la “comunicabilidad de sentidos de orden alternativo” (Brunner, 1977d: 38).
Brunner rechaza, en cambio, “la tesis de que [el tránsito desde un orden vigente a un nuevo consenso de orden] estaría definido pura y simplemente, o aun preponderantemente, por las relaciones de fuerza que se establecen entre los grupos y las clases en pugna. Esta última visión solo puede acoger en su campo visual una definición reduccionista de la política, entendida como disputa por el poder organizado en los aparatos del Estado”. Contrariamente, esa deliberación ampliada de las clases o grupos subalternos es un proceso que va más allá de la dimensión política y que ocurre en las conciencias, en las instituciones de cualquier tipo y en el terreno de la cotidianeidad, “que es donde finalmente se resuelve el sentido de un orden” (Brunner, 1977d: 39). Esto, propugnado por Brunner, conlleva una aproximación democrática de la confrontación política, que trasciende la institucionalidad política e involucra un amplio debate entre racionalidades y orientaciones contrapuestas sobre las formas de vida colectiva. Involucra la existencia de “una arena donde ningún argumento pueda ser suprimido y donde todos los sentidos contradictorios de orden que conviven en la sociedad puedan enfrentarse, negociarse y negarse, hasta que se establezca un consenso predominante de orden” (Brunner, 1977d: 40).
Como una de las derivaciones de estos planteamientos, Brunner cuestiona la concepción de Althusser, la cual ya hemos visto que había sido destacada inspiradora del discurso intelectual de izquierda en el Chile de la Unidad Popular, en particular de movimientos como el MAPU, en que Brunner así como Moulian en estos momentos participan.
Rechaza así, categóricamente, “aquellas concepciones que ven en la dictadura el carácter necesario del Estado” (Brunner, 1977d: 51). En tal postura, que es la de Althusser, siguen estando, en esos años, sociólogos destacados de América Latina, como el peruano Zavaleta. Según este, “donde hay clases sociales habrá dictadura […] aunque puede manifestarse de manera democrática” (Zavaleta, 1977, citado en Brunner 1977d: 52). Así, se asume que la esencia del poder estatal es su naturaleza de clases, tal como la esencia del ser de las clases es, a su vez, su antagonismo irreductible; de ahí que su relación a través del Estado no pueda ser otra que la dictadura.
Concepción semejante, en cuanto al carácter del Estado, es la de Althusser, aunque este distingue dentro del poder del Estado entre el aparato represivo que puede, si se requiere, funcionar mediante la violencia, y los Aparatos Ideológicos de Estado –instituciones religiosas, escolares, jurídicas, políticas, sindicales, culturales, etc.– que operan mediante ideología, siendo la ideología, para este autor, la representación imaginaria y deformada de la relación entre los individuos y sus condiciones reales de existencia (60). De tal forma, “todo es pensado desde y a partir del Estado, ya sea bajo la forma de dominación represiva, ya bien de dominación ideológica” (55). Esto aparece como una forma o estructura invariante en que los sujetos se encuentran atrapados. “Nada de real importancia existe fuera del Estado. Hay en esta visión lo que Gramsci llama ‘una desesperada búsqueda de aferrar toda la vida popular y nacional’ bajo la forma del Estado. […] Consecuente con esta concepción ‘jacobina’, Althusser pone todo su énfasis en el Estado y concibe la política como su conquista: primero del poder del Estado, luego de sus aparatos, para de ahí pasar a la destrucción del viejo aparato y crear uno nuevo, propio de la clase (o alianza) triunfante” (Brunner, 1977d: 63, 64). Este es el camino para la dictadura del proletariado, incluyendo además el control de los aparatos de comunicación, cultura, educación, organización sindical, etc. Es la figura del estalinismo.
Brunner cuestiona tal concepción de orden como estructura formal e invariante, “construcción puramente formal y simple en sus elementos constitutivos, que pretende dar cuenta de cómo históricamente se realiza el orden en la sociedad. De esa visión hemos querido tomar distancia –dice–, pues nos parece equivocada y perniciosa en sus consecuencias. Igual como nos parece teóricamente pobre y prácticamente conducente a la parálisis el concepto althusseriano de ideología dominante que adquiere su forma en los Aparatos Ideológicos de Estado. Al final de cuentas, ese concepto excluye de la política la lucha por los sentidos posibles de orden de que son portadores clases y grupos que se enfrentan y excluye del sentido de la política la noción de una alternativa popular y nacional” (Brunner, 1977d: 64, 65).
De este modo, Brunner desemboca en críticas parecidas a las que, siguiendo otra línea de razonamiento, hace Moulian a los planteamientos de Lenin e, implícitamente, a través suyo, a Althusser. Al mismo tiempo, Brunner está enfatizando la relevancia de una lucha social que vaya más allá de los reductos político institucionales, los cuales, por lo demás, bajo la dictadura se encuentran inaccesibles. Está argumentando la importancia de la lucha cultural por los sentidos, la cual debe orientar la acción político institucional (cuando ella sea posible), más que a la inversa.
La postura de Brunner es contraria a tales esencialismos sobre el Estado y las clases. En sus planteamientos se va perfilando la epistemología que subyace a su construcción teórica. Es básicamente una epistemología constructivista –lo cual se evidencia en su consistente uso de las formulaciones de Foucault, Wittgenstein, Goffman y otros autores encuadrables en tal marco–, pero en la cual, por otro lado, los componentes de poder y hegemonía son fundamentales –Gramsci, Foucault y Habermas son en esto autores de influencia destacada–. El suyo es, si se quiere, un constructivismo crítico. Se diferencia de Moulian, cuya epistemología es más convencionalmente realista, en línea con el marxismo clásico; solo posteriormente, en los años 1990, puede reconocerse en Moulian un cierto giro, que acompañará a su creciente acercamiento, en tal época futura, al pensamiento de Foucault.
Crítica a la sociología de la vida cotidiana de Goffman
Un último punto destacado en la “Hermenéutica del orden” es la crítica a Goffman en la que Brunner continúa sus cuestionamientos previos. Sintéticamente, sostiene que la idea de orden de Goffman constituye una visión disciplinada de tal orden. Solo considera la dimensión de exis (ceremonias, ritos, costumbres, etc.) de la vida social y no la dimensión de praxis. El orden es vivido como acción ritual; es el acatamiento de las disciplinas entrelazadas y ritualizadas. La pregunta por el sentido es relegada: el orden es su sentido. Esta es una visión muy parcial e incompleta del orden social. Reflejaría, como ya Brunner lo había señalado antes, la vida de la clase media de EE.UU. Lo que prima es un conformismo radical –el modelo del buen escolar–, pero astuto u oportunista. En términos políticos, el orden y las vías de adaptación a él que presenta Goffman son “un llamado al inmovilismo”. “Lo importante es –como señala Goffman– ‘mantener un cierto tipo especificado y obligatorio de equilibrio ritual’, a cambio de vivir tácticamente ‘ajustado’, ganando sin apostar, salvando la cara sin exponerla más de lo exigido” (Brunner, 1977d: 72, 73).
En un texto publicado cuatro meses después –“El orden del cotidiano, la sociedad disciplinaria y los recursos del poder” (1977f)– Brunner seguirá analizando el enfoque de Goffman. Para constituir su propio instrumental teórico, los estudios de Goffman le “proporcionan un buen ejemplo sobre lo que ha sido hasta el presente el análisis de situaciones cotidianas”. La interpretación de Brunner, por su parte, está encaminada a poder analizar la situación en Chile; su interés, tal como precisa, está en la “sociedad disciplinaria” (Brunner, 1977f: i). De ese modo, la lectura que hace de Goffman la realiza en gran medida asumiendo el enfoque de Foucault. Relaciona, así, la organización social del cotidiano con la hegemonía, por la vía de