Citamos tres textos en que el padre fundador se refiere a esta dimensión de nuestra imagen de María.
En primer lugar, un texto de la Segunda Acta de Fundación, de 1939. Es la época en la cual imperaba el nazismo. El P. Kentenich está en Suiza. Dice nuestro padre:
Si tomamos en serio el servicio apostólico a la Santísima Virgen y nos entregamos con toda el alma a propagarlo, esperamos ser dignos de apresurar los tiempos en que la Iglesia pueda cantar: “También has triunfado sobre las herejías antropológicas de estos tiempos, y has implantado el nuevo orden cristiano en la sociedad.” (…)
Se trata de una nueva cultura. Lo que aquí afirma el P. Kentenich es bastante categórico.
Desde este punto de vista, María es para nosotros, en su plenitud personal, el punto de convergencia clásico entre lo natural y lo sobrenatural. Ella es la maravillosa encarnación de la unión armónica entre naturaleza y gracia y, por lo tanto, representante y garantía de una ascética y pedagogía orgánicas.
Antes no se usaba tanto la palabra espiritualidad sino ascética.
Por haberla colocado en este sitio en nuestro pensar, querer y proceder, hemos permanecido en estrecho contacto, no solamente con Dios, sino con los hombres y con la vida, y hemos sabido orientarnos con una seguridad serena y sencilla a través de las corrientes extremistas, tanto dentro como fuera de la Iglesia.15
Es decir, el P. Kentenich afirma que la persona de María fue garantía de la nueva espiritualidad, y que, tenerla a ella, le ayudó a no desviarse por caminos equivocados.
Consideremos que esto lo dice nuestro padre en los años treinta. Es bastante profético: hoy día estamos enfrentando y viviendo estas herejías antropológicas, que son mucho más patentes que en aquel entonces; estamos sumergidos en ellas.
El segundo texto es del año 1949. Después de los años pasados en Dachau, el padre fundador ha llegado al convencimiento de que lo vivido, especialmente con las Hermanas de María, estando él en la cárcel de Coblenza y luego en el Campo de Concentración de Dachau, había probado la profundidad de la entrega en la alianza de amor con María y, por otra parte, el que la obra de Schoenstatt debía ser acogida y comprendida por la Iglesia, especialmente por la jerarquía. Tras intentarlo y haber iniciado los viajes al extranjero, este intento se ve frustrado.
El Visitador, enviado a Schoenstatt por la diócesis de Tréveris, había entregado un informe que contenía algunos reparos, sobre todo en el ámbito de la pedagogía que había practicado el P. Kentenich; el padre fundador se siente movido a escribir una amplia respuesta a ese informe.
Dicha respuesta, en su primera parte, fue ofrecida a la Virgen en el recién bendecido Santuario de Schoenstatt, en Bellavista, Chile. En esa ocasión, realiza un acto de envío, lo cual da origen a lo que posteriormente se llamó Misión del 31 de Mayo.
En esa plática, el P. Kentenich afirma lo siguiente:
Si ustedes me comprenden bien, podría agregar que no solo yo, no solo nosotros, sino también la Santísima Virgen está desvalida ante la situación (el enfrentamiento con los obispos alemanes…). Es cierto que ella es la Omnipotencia Suplicante ante el trono de Dios, pero también es cierto que, en los planes del amor divino, ella está supeditada a instrumentos humanos dóciles y de buena voluntad.
Es decir, nuestro padre y fundador sigue la misma táctica de Dios. Dios no actúa directamente sino a través de instrumentos. A veces lo hace a través de algo extraordinario, como un milagro, pero normalmente lo hace a través de nosotros.
Si es que por el Primer Documento de Fundación ha aceptado la tarea de mostrarse en Alemania, desde nuestro Santuario, en forma preclara como la Vencedora de los errores colectivistas, entonces ella –me expreso a la manera humana– busca ansiosa con su mirada instrumentos que la ayuden a realizar esta tarea.
Cuando el P. Kentenich se refiere a los “errores colectivistas”, alude directamente a las “herejías antropológicas”.
El fundador de Schoenstatt mostró a María en una óptica antropológica; ella quiere dar respuesta a las herejías antropológicas que abundaban y abundan en nuestra cultura.
Aquí el P. Kentenich está aplicando su concepto sobre la Virgen María: ella es el ejemplo de que Dios actúa a través de nosotros y con nosotros, y, por lo tanto, ella quiere hacer lo mismo: actuar con nosotros. Porque ella está realizando un plan de Dios y, en ese plan, nosotros tenemos que actuar; nosotros vamos a realizar, en ese sentido, ese milagro.
El P. Kentenich agrega algo muy significativo:
¿Qué nos queda sino ponernos sin reservas a su disposición, en el sentido de nuestra consagración, aceptar sus deseos, nuevamente entregarnos a ella y dejar a ella la responsabilidad de su gran obra, en la cual nosotros, dependiendo de ella y por interés en su misión, queremos cooperar, sufrir, sacrificarnos y rezar? La Santísima Virgen está desvalida, ella sola nada puede. Es un honor para nosotros poder ayudarla.16
En otras palabras, no hay ninguna contradicción entre la acción de Dios y, en este caso, en dependencia de Dios y de la Virgen María, con nuestra propia actividad.
Es clara la tarea que nos deja nuestro padre y clara su visión sobre la Virgen María, según la cual nosotros, sus hijos, sus seguidores y todos aquellos que quieran inspirarse en él, tienen que orientarse.
Ella es la encarnación de una nueva cultura y la Iglesia tiene que ser el germen de esa nueva cultura. En esa cultura no hay lugar a una oposición entre el Dios creador y redentor y el hombre, entre su actividad y la nuestra. María es el ejemplo preclaro de esa armonía. Más adelante nos detendremos en esto.
Por último, citamos un tercer texto, tomado de la Jornada sobre Pedagogía Mariana, que data de 1934. Aborda aquí la importancia de María respecto a la identidad femenina:
Actualmente el mundo se enfrenta con otras herejías de dimensiones gigantescas y de características que nosotros apenas conocemos o que, tal vez, en algo presentimos.
Nos referimos a las herejías antropológicas. En ellas, Dios ya no constituye el centro, al menos no en forma directa o inmediata. Intencionalmente digo “en forma directa e inmediata”, y no “en forma mediata e indirecta”, porque Dios y lo divino constituyen la protección más perfecta de lo humano.
Cuanto más se esfuerzan por expulsar lo divino del mundo, tanto menos asegurada estará la naturaleza humana.
¿Se dan cuenta qué debemos acentuar, con especial esmero, en nuestra mariología y en nuestras conferencias marianas?
No solo a la Mujer celestial, no solo a la Madre de Dios, llena de gracia, sino también lo auténticamente femenino, la naturalidad y autenticidad originaria de su ser.
Ustedes no me interpretarán mal. Más adelante lo comprenderemos en forma más clara. Ella es la más natural en el cielo y la tierra porque es también la mujer más sobrenatural.
En esta perspectiva, siempre tenemos que tener presente la armonía entre naturaleza y gracia. No podremos aprender a conocer a la Virgen en su naturalidad originaria si no la contemplamos inmersa en el océano, en el mundo de la gracia, en el mundo de lo sobrenatural. Por ello, es la más sobrenatural de las mujeres, la mujer sobrenatural más natural. Sin embargo, siempre pondremos el acento en esa perfección natural, en esa auténtica humanidad y femineidad.
En la misma Jornada Pedagógica de 1934, el P. Kentenich aborda lo que hoy denominaríamos “ideología de género”, a saber, la crisis de los sexos, centrada no en los desórdenes del instinto sexual sino en la identidad del varón y la mujer, que constituyen dos polos de igual dignidad, pero diferentes y complementarios en cuanto a su modalidad.
Por otra parte, en esta misma perspectiva, en muchas jornadas, el P. Kentenich se refiere a la situación actual que se vive en torno al matrimonio y la familia y la creciente despersonalización o masificación del hombre actual; se refiere al colectivismo cultural, al problema de la autoridad en todas sus