El Carisma de Schoenstatt. P. Rafael Fernández de A.. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: P. Rafael Fernández de A.
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Документальная литература
Год издания: 0
isbn: 9789562469227
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observamos la escena de Caná, podemos ver a María como una persona extraordinaria, tan libre, tan centrada, tan aterrizada… Está en una fiesta de novios y se da cuenta que les falta vino. Entonces interviene, actúa, se acerca a Jesús y le dice que falta el vino. Al parecer su hijo no quiere intervenir. Sin embargo, mirando a María y lo que ella le pedía, decide actuar y Jesús, su hijo, actúa. (cf. Jn.2, 1-8)

      Y luego, en el Gólgota, ella está allí junto a la cruz, junto a su Hijo que se ofrecía por la redención de la humanidad, viviendo el dolor más grande que puede tener una madre. Con el Señor ofrece su corazón traspasado por nosotros. Está al pie de la cruz como la Nueva Eva, uniendo su ofrenda a la ofrenda del Señor.

      De este modo, ella realiza con plenitud lo que dice san Pablo, “suplo en mi carne aquello que falta a la cruz de Cristo” (Col 1, 24-28). Es decir, nuestro propio dolor.

      Desde lo alto de la cruz, el Señor le dice a Juan: “Ahí tienes a tu madre”. Y a María: “Ahí tienes a tu hijo”.(cf. Jn. 19,27) Y Juan la recibió en su casa. Esas palabras son decisivas. Lo que hizo Juan, recibirla en su casa, en su corazón, vivir con ella, es lo que también el P. Kentenich y nosotros queremos hacer.

      Después se queda con los apóstoles, los anima, los reúne, implora con ellos el Espíritu Santo. Lo atrae y lo recibe. Lo comparte con los apóstoles que están desanimados y carentes de fuerza. Lo transmite, así como lo hizo con su prima Isabel.

      Ciertamente que ella no está entre ellos como la representan muchos artistas. Está en medio de ellos, sirviendo, dando ánimo y, por cierto, también implorando para que descienda el Espíritu Santo. Y ellos cambian y salen a predicar el Evangelio llenos del Espíritu Santo, ahora con una sabiduría y valentía que asombran y no temen.

      Ella es la Medianera que hoy día sigue estando al lado del Señor, trabajando con él y ayudándonos en este valle de lágrimas, como dice una oración mariana que viene del siglo XI.

      Esta es la experiencia vital que tuvo nuestro padre fundador en cuyo corazón ardió un gran amor por María. Ciertamente que comparó lo que veía en María con lo que sucedía en el tiempo actual y, por otra parte, lo que se enseñaba normalmente de ella en los estudios de teología.

      Comprendió que el nuevo tiempo debía adquirir una nueva impronta mariana que renovase la piedad mariana y que diera respuesta al tiempo actual.

      Se requería una espiritualidad, como la de María, quien vivió la fe en medio de las realidades temporales, de las pruebas y preocupaciones que ello conlleva. En otras palabras, de alguien que vivió plenamente la armonía de Dios y mundo, actividad de Dios y propia actividad.

      En este sentido, el P. Kentenich hace suya la expresión de san Vicente Pallotti: “Ella es la Gran Misionera, ella hará milagros”. No tanto milagros extraordinarios, que también los hace, sino aquellos milagros que nosotros imploramos en nuestros Santuarios: milagros de arraigo en Dios, de transformación interior y de fecundidad apostólica. Es otra manera de vivir la fe.

      4.1. Una nueva imagen de María

      a. Una imagen integral e integrada de María

      La imagen de María que posee nuestro padre y fundador se basa en lo que la Sagrada Escritura y la tradición de la Iglesia nos dicen de ella. Coincide especialmente con lo que nos entregan sobre ella el Concilio Vaticano II, los documentos de Paulo VI y la Conferencia de Puebla.

      Se trata de una visión integral e integrada de la Virgen María, estrechamente unida a Cristo.

      María es una persona plenamente humana sumergida en el misterio de Cristo Jesús y, a través de él, en Dios Padre y en el Espíritu Santo y, por otra parte, en el misterio de la Iglesia, alma del mundo.

      Cuando el P. Kentenich da una definición de la imagen de María, dice lo siguiente:

      María es la Compañera y Colaboradora de Cristo en toda la obra de la redención: al inicio, como su madre; en su cumbre, en el Gólgota, teniéndola al pie de la cruz, él ofreciéndose con ella al Padre Dios; y, luego, como Medianera de todas las gracias y Madre de la Iglesia.

      Por eso él se refiere siempre a la bi-unidad de Cristo y María. Su imagen de María es marcadamente trinitaria e integrada en la vida de la Iglesia.

      Esta visión de María gravita esencialmente en su relación con Cristo Jesús. Todo lo que es y hace María, proviene de Cristo, de su “bi-unidad” con él.

      Ella coopera en la redención que el Señor nos trae. Y él nos regala la gracia que nos hace hijos de Dios y miembros de su Cuerpo. Y, al mismo tiempo, la gracia que sana nuestra naturaleza humana, herida por el pecado original y personal.

      Así, la redención no se reduce solo a su dimensión crística y trinitaria, sino también a la gracia que nos sana y eleva nuestra naturaleza: nos hace más humanos.

      La visión del P. Kentenich sobre María, sumergida en el misterio de Cristo, evita que nos concentremos unilateralmente en ella.

      A veces se nos dice que los schoenstatianos destacamos tanto el rol de María que dejamos a Cristo de lado. Si esto fuese así, significaría que los que pertenecemos al Movimiento de Schoenstatt no seguimos cabalmente lo que nos enseña el fundador.

      Por otra parte, la visión kentenijiana de la Virgen María evita igualmente que desarrollemos una piedad mariana que solo ve a María como madre nuestra, como aquella que nos acoge y ayuda en nuestras necesidades. Evita así una devoción “milagrera” a la Virgen María.

      Ella no es simplemente la Inmaculada, que fue concebida sin pecado, sino que su ser inmaculado corresponde a que ella fue elegida de forma especialísima como Madre y Compañera del Señor, como la segunda Eva junto al nuevo Adán, que es Cristo Jesús.

      Por otra parte, la imagen de María que muestra el P. Kentenich es mucho más que un ejemplo de esas virtudes que, por ser sus hijos, debemos encarnar. Evitamos así caer en lo que se denomina “tipologismo mariano”, o, en otras palabras, un moralismo mariano.

      Nuestro padre proclama una imagen de María que es un llamado a la acción, a cooperar con Cristo, a asociarnos con ella y capacitarnos para trabajar como y con ella en la redención y construcción del Reino de Dios aquí en la tierra. De este modo, obviamos caer en un pasivismo carente de iniciativa y compromiso con la obra del Señor.

      Ella es madre nuestra y madre de la Iglesia. Es el signo visible de lo que debe ser la Iglesia.

      No podemos detenernos ahora más en detalle en todo este mundo de María. Es tarea de cada uno de nosotros hacerlo.14 Sin embargo, nos detendremos en una dimensión de la imagen de María que destaca nuestro padre y fundador.

      b. María como Vencedora de las herejías antropológicas

      Más allá de lo expuesto, el P. Kentenich describe la imagen de María como “Vencedora de las herejías antropológicas de nuestro tiempo”.

      Esta visión de la Virgen María que nos entrega el padre fundador ciertamente es novedosa e importante y es menos tratada que las otras dimensiones de la imagen de María.

      El gran desafío que hoy enfrentamos como Iglesia es dar respuesta a una cultura alejada del Dios vivo, siendo alma de un humanismo donde resplandezca la armonía de naturaleza y gracia.

      Si buscamos esto, afirma el P. Kentenich, entonces debemos dirigir la mirada hacia la gran señal que Dios hace brillar en el cielo:

      Una mujer vestida del sol, la luna bajo sus pies y en la cabeza una corona de doce estrellas (Ap.12, 1).

      El P. Kentenich afirma que la Santísima Virgen se estableció en el Santuario de Schoenstatt para mostrarse, desde allí, como la Vencedora de las herejías antropológicas.

      ¿Cuáles son estas herejías? Son aquellas que se refieren al hombre, al ser humano.

      Anteriormente se discutió, por ejemplo, sobre herejías en torno a la divinidad