—Habla la Agente Wise —dijo.
—Wise, soy yo, Durán. ¿Tienes un segundo?
—Lo tengo —dijo, mirando hacia al cuadrilatero con ganas de volver allí. El entrenador de Margo estaba trabajando con ella en cómo evitar las fintas—. ¿Qué puedo hacer por ti?
—Esperaba que te incorporaras a un caso. Es efectivo en este momento, y necesitaría que tú y DeMarco tomaran un vuelo esta noche.
—No sé —dijo. Y esa era la verdad. Era muy repentino y ella le había hablado a Melissa, su hija, varias veces en las últimas semanas, acerca de no estar tan disponible para trabajos de ultimo minuto. Había estado pasando mucho más tiempo con Melissa y Michelle, su nieta, por algo más de un mes y finalmente tenían algo bueno que marchaba, algo como una rutina. Algo como una familia.
—Aprecio que pienses en mí —dijo Kate—. Pero no sé si puedo incorporarme a este. Es muy de ultimo minuto. Y tomar un vuelo… eso lo hace ver como que es bastante lejos. No sé si estoy preparada para un largo viaje. ¿Dónde es, en todo caso?
—Nueva York. Kate… Estoy casi seguro de que tiene relación con el caso Nobilini.
El nombre le produjo escalofríos. Su cabeza comenzó a vibrar, y no por el golpe que Margo le había dado hacía unos instantes. Destellos de un caso de hacía casi ocho años surgieron en su mente cual cascada —provocadores, incitantes.
—¿Kate?
—Estoy aquí —dijo. Miró entonces hacia el ring. Margo se estaba estirando y trotaba con suavidad en su sitio, lista para el próximo asalto.
Era una pena que no volviera a subirse. Porque tan pronto como Kate escuchó el nombre, supo que tomaría el caso. Tenía que hacerlo.
El caso Nobilini se le había escapado hacía ocho años —una de las auténticas derrotas que había tenido en su carrera.
Esta era su oportunidad de cerrarlo —de echarle el cerrojo al único caso que la había superado.
—¿Cuándo es el vuelo? —preguntó a Durán.
—Dulles a JFK, sale en cuatro horas.
Pensó en Melissa y Michelle con un peso en el corazón. Melissa no lo comprendería, pero Kate no podía rechazar esta oportunidad.
—Allí estaré —dijo.
CAPÍTULO DOS
Kate consiguió empacar y salir de Richmond en menos de hora y media. Cuando se encontró con su compañera, Kristen DeMarco, en las afueras de uno de los muchos Starbucks en el Aeropuerto Internacional de Dulles, solo disponían de diez minutos antes del despegue; ya la mayor parte de los pasajeros del avión se hallaba a bordo.
DeMarco caminó con rapidez hacia Kate, café en mano, al tiempo que sonreía y meneaba la cabeza. —Si solo te decidieras y te mudaras a Washington, no andarías con estas prisas y casi llegando tarde todo el tiempo.
—No puedo hacerlo —dijo Kate juntándose con ella y apurando el paso hasta la puerta de embarque—. Ya es bastante que este llamado trabajo de medio tiempo me mantenga alejada de mi familia más de lo que me gustaría. Si vivir en Washington fuera un requisito, no lo haría en absoluto.
—¿Cómo están Melissa y la pequeña Michelle? —preguntó DeMarco.
—Les va bien. Hablé con Melissa viniendo para acá. Dijo que comprendía y me deseó suerte. Y por primera vez, creo que en verdad lo sentía así.
—Bien. Te dije que se convencería. Supongo que no será de lo más agradable tener a una arisca como madre.
—Estoy lejos de ser arisca —dijo Kate al tiempo que llegaban a la puerta de embarque. Con todo, pensó en lo que estaba haciendo cuando recibió la llamada y pensó que estaría bien aceptar ese calificativo… al menos en parte.
—Lo último que escuché —dijo Kate—, es que estabas trabajando en un triple homicidio allá en Maine.
—Sí, lo estaba. Lo cerramos hace cerca de una semana —como seis agentes en total en esa cosa. Cuando recibí la llamada de Durán sobre este caso, me dijo que planeaba enviarte y preguntó si quería hacer equipo contigo. Yo, por supuesto, me abalancé sobre esa oportunidad. Le dije que me gustaría hacer equipo contigo siempre que fuera posible.
—Gracias —dijo Kate. Lo dejó hasta allí, sin embargo. En verdad significaba mucho para ella, pero no quería ponerse sentimental con DeMarco.
Abordaron el avión y ocuparon sus asientos, una junto a la otra. Una vez se pusieron cómodas, DeMarco buscó en su bolso de mano y sacó una gruesa carpeta repleta de papeles y documentos.
—Esto es todo sobre el archivo Nobilini —dijo—. Considerando tu historia con respecto al mismo, supongo que lo conoces al derecho y al revés.
—Probablemente —dijo Kate.
—Es un vuelo bastante corto —señaló DeMarco—. Preferiría escucharlo de ti, en lugar de repasar notas y archivos.
Kate hubiera pensado igual. Lo que la sorprendía era lo bien dispuesta que estaba a compartir los detalles del caso con DeMarco. El caso, a través de los años, había sido como una verdadera molestia en el fondo de su mente, pero ella siempre había logrado apartarlo, por no querer concentrarse en el único y verdadero fracaso de su carrera.
Así que mientras el avión comenzaba a posicionarse en la pista, Kate empezó a repasar las líneas del caso. Mientras lo hacía, haciendo un alto para dar espacio a la monotonía de los anuncios que precedían al vuelo, se dio cuenta que ahora todo se veía novedoso. Quizás era todo el tiempo que había pasado desde que ella realmente lo había manejado, o el retiro a medias (o ambos), pero el caso lo sentía ahora vivo y activo.
Le contó a DeMarco los detalles del caso, localizado en un suburbio de lujo justo en las afueras de la ciudad de Nueva York. Solo un cuerpo, pero el caso había tenido la presión de alguien en el Congreso con quien la víctima estaba estrechamente relacionada. Nada de huellas, nada de pistas. El cuerpo, de un tal Frank Nobilini, fue hallado en un callejón en el distrito de Midtown. La mejor conjetura: que él se dirigía al trabajo y cubría a pie la única cuadra desde el estacionamiento a su oficina. Solo una simple herida de bala en la parte trasera de la cabeza, estilo ejecución.
—¿Como podría ser estilo ejecución si alguien claramente lo secuestró y lo arrastró al callejón? —preguntó DeMarco.
—Esa es otra pregunta sin respuesta en el caso. Supusimos que Nobilini fue traído a empellones, obligado a ponerse de rodillas, y luego baleado por detrás de la cabeza. Sangre y pequeños fragmentos de su cráneo estaban esparcidos por toda la pared del edificio, junto al cuerpo. Las llaves de su BMW estaban todavía en su mano.
DeMarco asintió y permitió que Kate continuara.
—La víctima era de una pequeña población, un pequeño y bien acomodado suburbio llamado Ashton —dijo Kate—. Es la clase de pueblo que atrae visitantes a sus pretenciosas tiendas de antigüedades, costosos restaurantes, y propiedades inmaculadas.
—Y eso es lo que no entiendo —dijo DeMarco—. En un lugar como ese, las personas tienden a chismorrear, ¿correcto? Uno pensaría que alguien habría sabido algo o escuchado rumores acerca de quién fue el asesino. Pero no hay nada en estos archivos —dijo esto último mientras tamborileaba sus dedos sobre la carpeta.
—Eso siempre me desconcertó —dijo Kate—. Ashton es un lugar acomodado. Pero fuera de eso, es también una comunidad con lazos estrechos. Todos se conocen entre sí. En su mayor parte, todos son corteses entre sí. Vecinos que ayudan a vecinos, buenos resultados en los eventos solidarios de la escuela, una comunidad integrada. El lugar es de una pulcritud única.