A lo largo de su evolución, el ser humano ha aprendido a especificar y a medir este tiempo total al grado de haber inventado los segundos, los minutos, las horas, los días, etcétera: maneras de apresar al tiempo, de describir su paso; formas de medirlo y registrarlo para aprovecharlo en bien de la humanidad. Y no sólo eso; el cuerpo ha asimilado, adquirido e interiorizado estas marcas de su invención hasta el extremo de adaptarse a los lapsos que marcan actividades de trabajo, de diversión, de reflexión, de comunicación, de desplazamiento, de placer. Es decir, hay un tiempo convencional, culturizado –que forma parte de cada cultura–, adquirido, que el ser humano aplica y manipula de manera inconsciente o involuntaria. Por ejemplo, duerme, se despierta, se alimenta, se desplaza, realiza acciones, jornadas de estudio y de trabajo, etc., sin detenerse a pensar que el tiempo existe y sirve de base a estas actividades. Todas estas nociones –naturales y adquiridas, espontáneas y aceptadas– se han convertido en apoyos silenciosos, invisibles, secretos de la danza y de sus manifestaciones. El tiempo, en danza, resulta, por tanto, también elemento fundamental. Y no nos referimos solamente a la duración de una obra (acompañada, marcada e influida por la duración de una obra de música de acompañamiento), sino también al tiempo interno de la obra, es decir, el juego de los lapsos y ritmos que el coreógrafo o los mismos bailarines manipulan para expresar plenamente la significación que desean hacer patente, perceptible en la experiencia dancística.
LA RELACIÓN LUZ-OSCURIDAD
En todas las artes escénicas –teatro, ópera, circo, pantomima e incluso danza–, la combinación de luces y sombras, de luces y oscuridad es, desde sus orígenes, elemento fundamental, toda vez que el espectador debe ver lo que cada manifestación de estos géneros ofrece. Un juego de luces puede hacer y deshacer protagonistas. Sin embargo, en la danza esta relación entre la luz y la oscuridad resulta primordial –como ocurre en la pantomima– porque toda la pieza recibe los efectos de la combinación, porque el espectador recibe el impacto visual y porque en el desarrollo de la pieza, el funcionamiento de los otros siete elementos de la danza puede recibir la influencia directa del binomio luz-oscuridad.
Existen artes teatrales en las que es posible la sustitución de los efectos visuales por otros medios o elementos; por ejemplo, en el teatro radiofónico se promueve la imaginación del oyente mediante la voz y los sonidos, en función de un escenario ficticio. En la ópera, el valor de las piezas musicales y su interpretación resultan esenciales y en algunos casos sustituyen o superan a los elementos visuales. Por el contrario, en el arte de la danza, lo visual resulta insustituible e inaplazable; no hay danza si no existe el ámbito luminoso adecuado para que el espacio contenga a la pieza, al fenómeno, para que los espectadores sepan que el momento dancístico se ha iniciado, que prosigue, que termina.
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