Sin embargo, todo en la existencia se halla ligado al conocimiento: de la vida biológica y ecológica, de la historia, de las sociedades y del arte. Por tanto, como vinieron a comprobar los albores del siglo XXI, sí hay una manera aconsejable de entrar en contacto con la danza o con cualquier otro tipo de obra o experiencia artística: con un máximo de información previa, con un cúmulo de conocimientos que le permitan al espectador gozar, penetrar o sencillamente recibir la obra de arte en su ser interior... “Entrar en conocimiento” implica cierta precaución, tiento. ¿Preparación? Más bien, poseer una serie de datos fundamentales, información básica, previa, que permita tomar en cuenta algunos aspectos de la danza que –por esenciales– auxiliarán al espectador en su acercamiento o, mejor, su cercamiento de la obra. Sin embargo, como termina por aconsejar este libro, cuando sobrevenga el enfrentamiento –por así decirlo, la situación del tú-yo– con la experiencia dancística, el espectador debe olvidarse de todo, archivar o, más bien, “echar por delante”, diluidos en la sustancia de la expectación, todos los conocimientos y datos adquiridos en torno a la danza y a la pieza que tiene enfrente. O sea que los datos y la información recabados resultarán valiosos para extender en lo posible el gozo, la asimilación, la comprensión profunda ante la obra dancística. Al espectador, nuevo o avezado, le será grato y gratificante vivir la danza sin cortapisas, elucubraciones o guías, las cuales quedarán guardadas en sus registros mentales y lo harán penetrar en un nuevo conocimiento. Vivirá, así, más intensamente la experiencia dancística; el verdadero enfrentamiento con la obra que ejecutan los danzantes ante su vista y ante su propio cuerpo –el del espectador– se llevará a cabo “dejando trabajar”, como pinzas emocionales, la información recibida. Será ésta una experiencia a la vez orgánica e intelectual, sensitiva y regocijante, espontánea, fresca, abierta, completa. Impresionante.
Las ideas que expongo en esta obra son las reflexiones de un espectador que siempre se preguntó y trató de explicarse todo con respecto a la danza al enfrentarse a ella, con curiosidad, sí, pero también con pasión y con respeto. Es este libro un saldo, una especie de esqueleto de la enorme cantidad de información, vital y/o intelectual (histórica), que el autor ha acumulado como espectador y observador –que no es lo mismo–, estudioso e investigador de la danza. Son datos reunidos por la experiencia de enfrentarse a la danza y también de ponderar en torno a ella. Son los datos fundamentales que le gustaría poseer al espectador curioso para convertirse en un espectador informado. Por medio de ellos puede agudizar su percepción: aspectos de la acción dancística que literalmente puede “echar por delante” ante la experiencia de la danza –incluso en una fiesta, cuando se ponga a bailar; ante su maestro de danza o sus danzantes favoritos– y de los cuales va a prescindir cuando el arrebato, el placer, las suscitaciones de la danza lo hagan olvidarse no sólo de la información previamente adquirida sino también, aunque no se dé cuenta de ello, de su propio nombre y del cúmulo de conocimientos que lleva dentro y que surgen del ser interior en el momento más inesperado, durante la experiencia artística.
Ciudad de México, junio de 2007
SOBRE EL ORIGEN DE LA DANZA
Un estudioso de la danza, Curt Sachs, afirmó que esta manifestación artística “es la madre de las artes” porque “vive en el tiempo y en el espacio”. Y añadió que el vocablo arte no alcanzaba a expresar con justicia, por completo, los resultados y la realidad misma de este arte, el cual acoge en su seno no sólo los inconmensurables espectáculos de todos los siglos; no se limita a los actos rituales que le dieron vida; tampoco acaba por cubrir completamente ese ejercicio espontáneo y autogestivo que de lleno y de manera tan profunda comienza por expresar el niño que recién aprende a caminar y a dominar los movimientos de pies, brazos y manos. La danza cubre todo esto y más. ¿Bailan los animales?, ¿bailan los astros en el universo? Aunque las acciones dancísticas son ineludibles experiencias humanas, ¿podrán en el futuro inventarse danzas de robots, danzas de instrumentos electrónicos y maquinarias propias de la computación, danzas virtuales que nos hagan penetrar en un espacio que sólo exista en la imaginación, en la realidad otra del futuro o en la minúscula realidad de los seres infinitesimales? ¿Danzas de chips y bytes? ¿Podrán estas acciones sustituir a las danzas que generan nuestros cuerpos? ¿Podrá el ser humano establecer coreografías científicas, exactas, a prueba de manifestaciones espontáneas de sus participantes? ¿No bailamos todos en este instante bajo el influjo, el imperio de los traslados que desde el Big-Bang nos ha impuesto el espacio-tiempo, en conjunto con el conocimiento, la cultura, el pensamiento, la historia acumulados? ¿Cuánta gente baila simultáneamente en el planeta en este instante?
Sólo propuestas a discutir, teorías e hipótesis de trabajo, interpretaciones podemos esbozar cuando nos referimos al surgimiento de la danza en el mundo, en la historia; todas ellas, sin duda, interesantes. ¿Fueron los primeros ejercicios dancísticos, con su carga de subjetividad y elementos mágicos y mitológicos, producto de las iniciativas de semidioses, sacerdotes, dirigentes, seres carismáticos que se limitaban a realizar los impulsos que sus cuerpos biológicos les transmitían e indicaban? ¿Fue un invento serio y racional que permitió el manejo simbólico de las partes del cuerpo y sus movimientos? ¿Fue la primera producción dancística la prolongación de un acto de amor sexual que expresaba por primera vez en estos términos la enorme carga subjetiva (emociones y sentimientos) recién surgida en primates, en homínidos?
Tal vez el primer acto dancístico fue un invento semejante a las instrucciones que gobernantes y pueblo le dieron al sacerdote Ome Tochtzin, “al que habían encomendado en Tenochtitlan las muy importantes funciones de maestro de canto y dirigente de la ceremonia del teocali o pulque sagrado…”, tal como lo infiere Alfredo López Austin en su libro Hombre-Dios, una de las más bellas exaltaciones y de los más completos rastreos eruditos en la cultura vital prehispánica (en torno al mito de Quetzalcóatl, joven dios con destino de bailarín). O tal vez fue la comunidad, cualquier comunidad del mundo, en cualquier época, la que hizo aparecer espontáneamente, mediante movimientos del cuerpo, nuevos o ancestrales, las significaciones de las que impregna ese espacio concreto que, al ser danzado, deja de ser vacío y se convierte en ámbito, posesión y expresión cultural de sus participantes. La pose misma de Xochipilli, príncipe de las flores, dios mexica de la danza y del juego, indica un hurgamiento del cielo con la mirada y con los miembros del cuerpo en pleno reto o en súplica o conminación para el reconocimiento del orden espacial que implica su humanidad.
Al penetrar en estos temas, pareciera que imaginamos todo; bien podríamos interpretar esta actitud, ante la ausencia de datos objetivos, científicos, como el reconocimiento de la eterna curiosidad humana para descubrir la verdad: nos inventamos momentos y mundos de los que somos diseñadores y participantes, legos y especialistas; los interpretamos y más tarde, los datos científicos, objetivos, corroboran una parte o una totalidad de nuestros aciertos. Y en seguida recordamos o acudimos al acto dancístico: volvemos los ojos en dirección a los danzantes en la fiesta, la calle, el tinglado multicolor de la pista, el tablado, el escenario, las calles del carnaval, los juegos infantiles. Y vemos esa inconsciente, involuntaria danza de los deportistas en campo abierto o en espacio cerrado; o sus movimientos conscientes, corporales, en pleno dominio de situaciones, secuencias, instantes… Creemos recordar peripecias de nuestro propio cuerpo o reproducciones de cuerpos idos, originales, que comenzaron a moverse, a intensificar su expresividad, a ponerles nombre a los movimientos, a establecer las coreografías; seres humanos que codificaron sus preparativos y movimientos, sus procesos de capacitación.
La gente suda limpiamente y se desvive por danzar; de sus cuerpos emana inesperada sabiduría. Observamos,