Cuando se afirma que “la danza es un arte de bailarines” no se expresa ningún absurdo; no es una reiteración. Todo tipo de danza, incluso la más espontánea, requiere del afilamiento o afinación de los miembros del cuerpo humano. El entrenamiento y la capacitación permiten a los cuerpos humanos manipular la expresividad deseada. Por ello, el cuerpo humano –a partir de sus características naturales– constituye la materia prima esencial, el elemento primordial de la danza y, a la vez, el indicador de las habilidades, actuales y posibles, para hacer significativos los movimientos en el espacio. Al fragor de la danza, el cuerpo establecerá los límites de sus capacidades y de él emanarán todas las intensidades posibles.
La constitución física del ser humano resulta la fuente de toda danza. Lo son asimismo las aptitudes de sus miembros, partes y funciones. Pero además de las características esenciales de cada cuerpo –origen étnico, rasgos físicos, complexión, etc.–, en cada comunidad influyen o, mejor, van influyendo a través del tiempo otros factores que podríamos denominar culturales y que producen cambios en la estructura y en la naturaleza de los cuerpos de los hombres y mujeres: hábitos de trabajo, tipo de alimentación y organización, costumbres domésticas, diversiones, deportes, ritos, desarrollo técnico e histórico y hasta guerras, hecatombes y accidentes. A este conjunto de actitudes y acciones que operan sobre el cuerpo humano y que tienen influencia y efectos sobre las maneras de hacer sus danzas lo denominamos cultura del cuerpo. Ésta es la summa o conjunto de consideraciones, costumbres, interpretaciones, capacidades, ampliaciones teóricas y físicas que una comunidad, clase o agrupación social posee en un momento histórico específico con respecto a sus cuerpos.
Aspecto primordial en la detección y el estudio del cuerpo humano como materia prima de la danza es el reconocimiento de que está conformado por partes y miembros que aparentemente no intervienen en y para la danza, o sea, para producir los movimientos que este arte puede aprovechar. Sin embargo, en danzas muy antiguas o muy recientes descubrimos la incorporación, a los movimientos de la danza, los de los ojos y párpados, la boca y otras partes del rostro, los músculos de la espalda, los dedos de pies y manos, que pueden convertirse en piezas móviles –aun minúsculas o casi imperceptibles–. La intensidad de la mirada de los bailarines es un elemento primordial de la danza flamenca, y resulta fundamental en ciertas danzas indígenas y folclóricas, principalmente de Asia. Buenos ejemplos de esta plenitud dancística que adquieren las distintas partes del cuerpo son los movimientos de cadera y la calidad dancística de ciertas vibraciones en las ejecuciones de Yolanda Montes Tongolele y los bailes de la música tropical, así como los movimientos cargados de simbolismo y belleza de los ojos y dedos de las bailarinas de Bali. En resumen, el cuerpo humano es el elementos fundamental y primigenio del arte de la danza y en sus realizaciones cualquiera de sus partes puede ser utilizada.
Cultura del cuerpo
La cultura del cuerpo incluye tanto los aspectos físicos como aquellos ingredientes subjetivos, inmateriales, que tienen influencia en los conceptos y el manejo del cuerpo humano. Cada comunidad, clase social, pueblo o nación va elaborando, ampliando y aplicando su propia cultura del cuerpo en cada una de sus etapas históricas. En las funciones y capacidades del cuerpo humano pueden resultar fundamentales instituciones y creencias, hechos históricos y avances –o retrocesos– científicos, tecnológicos y políticos. Por ejemplo, los ritmos reiterativos de las danzas indígenas de algunas regiones de la República mexicana, así como la persistente cadencia con la que las plantas de los pies de los danzantes golpean la tierra, se relacionan con el llamado a sus deidades prehispánicas; asimismo, sus pasos tienen relación con las partes o niveles en los cuales se dividía el universo prehispánico. Este modo de hacer danza se vincula estrechamente con el carácter del indio: sus pasos y ceremonias resultan tan mesurados, solemnes y concentrados como su personalidad individual y social. De igual manera, las vestimentas son un remedo de los dioses mismos, pues el ejercicio dancístico tenía un origen divino –las deidades lo inventaron– y era, antes que nada, evocativo y azuzativo: se bailaba para satisfacer a los dioses. Los indígenas realizaban descalzos muchas de sus funciones, actividades domésticas y de trabajo agrícola; aun en la actualidad recorren grandes distancias caminando y corriendo sin llevar cubiertos los pies. Esta circunstancia –existente desde la época prehispánica– ha hecho que en sus danzas los golpes secos de las plantas de los pies sobre la Madre Tierra constituyan una acción expresiva contundente, única, fundamental, que implica la evocación histórica de la fuerza de los dioses en el cosmos que, como lo indican todas las fuentes, es un espacio limitado, explicado. En el espacio prehispánico hay zonas, niveles y puntos cardinales. Por estas razones, no podemos apreciar o analizar las danzas indígenas autóctonas de la misma manera que las danzas occidentales o las contemporáneas, por ejemplo, las cuales, por otra parte (pertenecientes a su propio “sistema de las artes”), siempre buscan la renovación de su repertorio y no la repetición de las estructuras dancísticas tradicionales.
Aunque gran cantidad de sistemas, rutinas, actitudes y mecanismos se han adoptado y asimilado de una comunidad a otra, de una época a otra, sus combinaciones pueden dar resultados distintos para cada conglomerado. Este proceso de universalización en cadena de hábitos alimenticios, adaptación de ritmos, adquisición de reglas de entrenamiento y capacitación, etc., resulta notable y evidente en la época contemporánea, en la cual pesa de manera importante, por primera vez en la historia del ser humano, el proceso de globalización. Sin embargo, cada grupo social, cada entidad nacional, e incluso cada compañía de danza aderezará e impregnará sus expresiones dancísticas con ingredientes, estructuras y claves culturales que le son propios y valiosos. Siempre ha sido así porque la originalidad constituye una característica básica de todo arte. Pero también porque el fenómeno de la globalización trae consigo ineludiblemente el asentamiento de los rasgos de la identidad cultural. Ante las ampliaciones y debates de la globalización, las comunidades y grupos sociales y nacionales hacen valer subrayadamente su identidad, incluso como aportación al fenómeno global. Bien conocidos son, por ejemplo, los desplazamientos sufridos por las danzas mexicanas regionales de la época colonial (siglos XVII al XIX), propias para las celebraciones y las fiestas al aire libre, en dirección de los tablados y los escenarios pertenecientes al espectáculo teatral de la época. Y es posible detectar la evolución de ritmos y modalidades provenientes de España en los sones mexicanos –jaliscienses, huastecos, etc.–, distintos asimismo de los sones desarrollados por los danzantes cubanos, poseedores principalmente de fuertes ingredientes africanos. En todo proceso generalizador o universalizador adquieren gran importancia los rasgos que identifican a un grupo social, cultural, étnico o artístico, toda vez que estos rasgos habrán de manifestarse evidentemente ante el empuje de otras culturas. Resulta una aberración creer que el movimiento de globalización exige la erradicación de los rasgos de identidad; por el contrario, los requiere. El primer proceso globalizador del orbe se manifestó, sin duda, en la expansión de las artes.
Otro ejemplo: el estilo del danzón practicado en las zonas cálidas del Golfo de México y el Caribe –costas de Veracruz y de Cuba, principalmente– pierde, al aclimatarse en el Altiplano, el paseo inicial, evocación del requerimiento y el coqueteo de la pareja, así como el uso del abanico, implemento indispensable en regiones de calor agobiante. El paso de la danza ritual a la danza de diversión, así como el traslado de las danzas comunales a los espectáculos teatrales tardaron siglos en algunos casos. Así ocurrió con la asimilación de los coros a los rituales-obras teatrales de Grecia, fenómeno que da nombre a la coreografía, arte de los desplazamientos del coro o de los bailarines en el escenario. En las sucesivas transformaciones y adaptaciones de las culturas en el tiempo y el espacio, cada grupo humano fue agregando y quitando ingredientes según su propia cultura del cuerpo: vestimentas, máscaras, disfraces, pasos, trazos en el espacio, actitudes, gestos, horarios, objetivos, formas e incluso capacidades, habilidades y proezas. En el concepto cultura del cuerpo intervienen tanto factores completamente físicos, objetivos, materiales, como factores que pertenecen al ámbito de la moral, la ideología, la religión, las creencias