DEFINICIÓN DEL ARTE DE LA DANZA
Se dice popularmente que no hay nada más difícil que explicar lo fácil. En el caso de la danza, el dicho resulta más que cierto. ¿Por qué? Porque la danza, considerada una de las actividades artísticas más antiguas del mundo, es también una de las más complejas, una de las que presenta mayores dificultades para que el teórico, el crítico, el especialista y hasta el mismo bailarín y el coreógrafo ofrezcan explicaciones e indicaciones fáciles y comprensibles.
El mejor camino para comenzar a entender el arte de la danza y sus manifestaciones consiste en exponer una definición adecuada de la acción de bailar, de danzar. Definir quiere decir establecer límites, rodear de lenguaje discursivo, oral o escrito, al objeto de análisis y hacerlo comprensible para el común de los mortales. Una definición funcional es aquella aplicable a un mayor número de casos, de experiencias, de situaciones; el que la utiliza, detecta y entiende operativamente, gracias a ella, los aspectos más importantes, fundamentales, de obras y experiencias concretas, específicas, reales.
El arte de la danza consiste en mover el cuerpo dominando y guardando una relación consciente con el espacio e impregnando de significación el acto o la acción que los movimientos desatan. En esta definición –lo suficientemente amplia y general para permitir su aplicación a cualquier obra de danza–, el concepto o la idea de la acción dancística trae consigo el de música, pero no lo hace explícito porque tanto la música como la danza son acciones en el tiempo –tienen una duración, cubren un lapso–, son fenómenos temporales: poseen un principio y un fin.
La danza no necesita, pues, de la presencia obvia y directa de la música porque: 1) puede surgir, sobrevivir y realizarse sin sonidos que la acompañen o guíen; y 2) la base de la música, el ritmo, se manifiesta en la acción dancística, en la obra de baile, incluso aunque no se oiga; o sea, en una obra de danza, la música se “siente” o se detecta “visualmente”. Las danzas tienen ritmo, acción, ruido o música aunque estos elementos no sean explícitos.
En nuestra definición del arte de la danza intervienen –además de la noción de ritmo– otros elementos no especificados o no aludidos de manera explícita. Por ejemplo, la noción de cuerpo humano, entendiéndose que la danza es arte para seres humanos y no para animales u objetos. Pasamos, entonces, a enumerar, y en seguida a explicar cuáles son los elementos básicos, primordiales, que deben sobrevenir –irrumpir en la realidad, integrarse, relacionarse unos con otros, concretarse– para que exista la danza, el arte de bailar.
LOS ELEMENTOS DE LA DANZA
Sin especificar una jerarquía u orden de importancia en la enumeración, podemos afirmar que los elementos de la danza son los siguientes:
1. el cuerpo humano
2. el espacio
3. el movimiento
4. el impulso del movimiento (sentido, significación)
5. el tiempo (ritmo, música)
6. la relación luz-oscuridad
7. la forma o apariencia
8. el espectador-participante.
Una definición marca los límites de un fenómeno o de una acción y especifica lo que puede o no considerarse como aquello que se define; en este caso, la definición se relaciona con los elementos básicos o primordiales que tienen que converger para que el fenómeno denominado danza ocurra, exista, se haga, sobrevenga en la realidad. Al mismo tiempo, la enumeración de estos elementos indica la naturaleza del fenómeno mismo. Al afirmar que estos ocho elementos deben acaecer para que la danza sea realizada, no queremos decir, de ninguna manera, que cada uno de ellos pueda aislarse; los separamos exclusivamente para poder estudiarlos y describirlos, pero con la convicción de que cualquier experiencia dancística incluye los ocho elementos simultáneamente. Al enumerarlos, deseamos analizarlos por separado, es decir, momentáneamente rompemos o dejamos de considerar las relaciones que guardan entre sí. No obstante, éstas siguen existiendo en la realidad y en un acto de danza cualquiera, en una experiencia dancística considerada al azar, no pueden quedar rotas sino que resultan indispensables. Un elemento aislado no puede sobrevenir o perdurar sin los otros, de la misma manera que, por ejemplo, el sistema circulatorio humano no puede funcionar normalmente sin los sistemas con los cuales coexiste: óseo, muscular y nervioso, entre otros.
Cuando vemos que un niño que apenas ha aprendido a caminar y a dominar el equilibrio se pone a “bailar de alegría” nos resulta, tal vez, difícil detectar la causa física o anímica de los movimientos que realiza en el espacio. El pequeño no podrá explicarlo, pero esta ejecución de su infantil danza responde a un deseo de expresarse de esa manera; sus movimientos provinieron o fueron producto de un impulso. Nosotros sólo detectamos la manifestación en sí y, precisamente por la forma de estos movimientos, podemos inferir la naturaleza del impulso: regocijo, felicidad, bienestar, ejercicio mecánico, placer, descontento, berrinche, etc. Son las relaciones internas las que echan a andar el mecanismo de ese acto e, incluso involuntariamente, las tomamos en cuenta para entender qué tipo de danza ejecuta el incipiente bailarín.
EL CUERPO HUMANO
Aun cuando muchos animales crean por instinto situaciones que podríamos calificar de dancísticas, la danza pertenece por entero al ser humano. Son el hombre y la mujer, a lo largo de la historia, quienes han realizado estos movimientos y quienes los han calificado y registrado, copiado y ampliado. Y practicado.
El cuerpo humano constituye la materia prima de la danza; los miembros, partes y habilidades que lo conforman resultan los principales protagonistas de esta actividad. Cuando un paisaje, una situación, un fenómeno natural nos parece hermoso, intenso, vivo o poético, es porque en el acto se hallan presentes la cultura, la mentalidad, la conciencia, la sensibilidad del ser humano para catalogarlo como tal. De la misma manera, la experiencia dancística es un arte porque está realizada por él y es el que la presencia, la registra, la goza y la califica.
La danza es campo idóneo para el desarrollo corporal y espiritual de los seres humanos, quienes la practican y le adjudican los méritos y cualidades de obra de arte. Porque la danza, no importa qué tan primitiva resulte o aparezca, se produce en términos de acción comunitaria y cultural: avanza, va más allá de los límites que imponen la naturalidad y la necesidad, la utilidad y la supervivencia de la especie humana. Dentro de las fronteras estrictas de la naturaleza y el cosmos existen otros entes u objetos, además de los animales, que poseen la capacidad de moverse: las capas telúricas, los mares y los astros, por ejemplo. Y la especie humana ha creado, asimismo, enseres que se desplazan, o bien que producen energía para crear movimiento: máquinas y aparatos, complicadísimos mecanismos –desde la palanca hasta la relojería– que indican las múltiples habilidades humanas para aprovechar, generar y combinar el movimiento. En todo caso, tanto en la naturaleza como en las sociedades, todo se halla en constante movimiento y las percepciones del ser humano encauzarán esta circunstancia tanto para observar como para procesar y recrear esos movimientos mediante la utilización de su propio cuerpo. De esta manera, la danza sólo sobreviene con la intervención del cuerpo humano y, si acaso, con las combinaciones que éste realice con seres, objetos y mecanismos y fenómenos externos.
Como ocurre en el trabajo físico, utilitario, los deportes y las artes marciales, en el ejercicio de la danza las capacidades del cuerpo humano contarán como límites reales –aunque no potenciales ni virtuales– de la actividad. El niño, el adolescente y el bailarín profesional podrán crear la impresión, la imagen de que realizan proezas que superan las capacidades físicas de su cuerpo, pero en realidad no se elevarán del suelo, en un brinco, más de lo que sus fuerzas, su energía y su capacitación les hayan permitido. Incluso los mejores deportistas y los bailarines más diestros y entrenados sólo podrán realizar las proezas que sus fuerzas y sus límites físicos (incluso ampliados gracias a la técnica