Las pequeñas grandes cosas. Henry Fraser. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Henry Fraser
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Философия
Год издания: 0
isbn: 9788416788576
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que escribieran James Martin mientras terminaban un crucigrama sobre cocineros británicos. Aunque sabía que la próxima respuesta era Antony Worrall Thompson, me quedé callado.

      Hoy en día todavía me sorprende lo poco que mis padres exteriorizaban el estrés y el miedo que estaban pasando mientras se sentaban junto a la cama, me apoyaban y me querían. Desde entonces, me han contado (porque les he preguntado) lo desoladores y espantosos que fueron esos primeros días, solos en un país en el que no hablaban el idioma, sin saber si lo superaría y viviendo un horror nuevo tras otro. Tuvieron que dejarlo todo, dejar a mi hermano pequeño en manos de otros, los negocios desatendidos para enfrentarse a la posibilidad de que la vida a partir de entonces nunca volvería a ser igual. Es testimonio de su fortaleza como individuos y como pareja que consiguieran salir adelante durante esos días, e increíble para mí que nunca se dejaran llevar por la presión. Me han enseñado muchísimo: con el amor de otros, sean quienes sean, puedes hacer frente a la oscuridad y superarla.

      Cuando me bajaron las fiebres altísimas y disminuyó el trauma de la primera operación, había una última posibilidad de salvarme el cuello, esta vez desde la espalda. Todavía recuerdo las luces del techo mientras empujaban mi camilla hasta el quirófano. La parte del hospital en la que me encontraba era de alta tecnología y elegante, pero el resto del centro todavía se encontraba en las ruinas de un viejo monasterio y, mientras me llevaban por los pasillos, pensé: «Si despierto y puedo caminar, nunca más volveré a subestimar nada».

      La operación fue un éxito, ya que esta vez los cirujanos consiguieron realinearme el cuello atornillando y conectando las vértebras dañadas para colocarlas en su sitio. El cuello estaría a salvo de sufrir más daños, un factor crucial en el futuro. No obstante, cuando desperté, no notaba que hubiera cambiado nada y me encontraba en el mismo estado que antes, febril e inmóvil, sin saber lo que ocurría. Cuando mis padres salieron de la habitación para hablar con el doctor, un enfermero que estaba comprobando mis constantes vitales me dijo que nunca más podría mover los brazos y las piernas, y pensé: «¿Qué? Es de locos». No conseguía procesar lo que me decía; solo pensaba que no podía ser cierto. Al rememorarlo, creo que de algún modo me había protegido a mí mismo del horror que suponían esas palabras, las había sepultado bajo los pensamientos delirantes que me invadían la mente. Solo alcancé a comprender lo que esas palabras significaban mucho, mucho más tarde.

      Después de que los médicos portugueses me hubieran arreglado las vértebras, no podían hacer mucho más por mí a corto plazo, así que solo tenía que recuperarme lo suficiente para que me llevaran volando a casa. Poco a poco, me libré de la fiebre y de las pesadillas, del pánico y del sufrimiento, a veces durante más de unos segundos, y cuando pienso en todo aquel trauma y sufrimiento, también recuerdo momentos felices, en especial cuando veía en DVD la final de la Copa del Mundo de rugby de 2003 con mi padre. Por la noche, cuando el ala estaba en silencio y mis padres habían salido a comer algo, sufría todo tipo de alucinaciones raras por la fiebre durante los pocos ratos que podía dormir.

      2. Las pequeñas grandes cosas

      El traslado de Portugal a Inglaterra fue traumático, pero en aquel momento no fui consciente de cuánto. Sin que lo supiéramos ni mis padres ni yo, ese día no solo tenía infección por SARM y neumonía, sino que también había contraído septicemia. Al principio, el piloto y el asistente médico se negaron a realizar el viaje por lo mal que me encontraba, pero la hábil negociación de los médicos portugueses consiguió convencerles de que nos llevaran volando a casa. Yo estaba profundamente sedado durante el trayecto, pero eso no impidió que me encontrara mal y que sufriera varios ataques de pánico en mitad del vuelo.

      Cuando llegamos al hospital de Stoke Mandeville en Buckinghamshire, me ingresaron en una habitación de la unidad de cuidados intensivos, lo más lejos posible de los demás pacientes para impedir que los contagiara. Lo primero que recuerdo es despertar en una habitación pequeña y oscura, sin ventanas ni luz natural. No había visto el exterior desde el accidente, dos semanas y media antes, y ansiaba ver la luz del sol. Estaba conectado al mismo millón de máquinas de siempre con tubos que me entraban y salían por todas partes. Pero, por lo menos, antes de marcharme de Portugal me habían hecho una traqueotomía, por lo que en vez de estar conectado a un ventilador mediante un tubo que me salía de la boca, ahora estaba conectado a un tubo más pequeño que me salía por la parte delantera de la garganta. Así que podía hablar un poco, aunque había que acercarse mucho, prácticamente pegarme el oído a la cara, para escuchar lo que decía. Y el tictac del marcapasos ya no me volvía loco, ya que me lo habían colocado bajo la piel, cerca de la clavícula.

      Como ya estaba en Reino Unido, me moría de ganas de ver a mis hermanos. Nunca había estado sin ver a por lo menos uno de ellos durante tanto tiempo y necesitaba su fortaleza y su entereza a mi lado. Estamos muy unidos y somos muy competitivos, un hilo invisible nos conecta dondequiera que estemos y sea lo que sea que hagamos. Como ya he dicho, lo nuestro es el deporte: el cricket, la natación, el fútbol, lo que sea, pero siempre hemos sido unos locos del rugby, inspirados por nuestro padre, que jugaba en un equipo local mucho antes de que naciéramos. Al haber criado, sorprendentemente, una cuarta parte de un equipo de rugby por sí solo, nos transmitió el amor por ese deporte tan bonito a los cuatro y, prácticamente en cuanto empezamos a caminar, estábamos al aire libre pasándonos el balón, pateándolo, haciendo placajes… éramos un enredo feroz de extremidades y carácter. Cuando crecimos lo suficiente, Will y yo nos enfrentábamos a Tom y Dom en una formación de dos contra dos, casi siempre en el jardín pero a veces en el camino de gravilla que había delante de casa. Los encuentros normalmente terminaban en una pelea y en llantos pero, a pesar de lo que hubiera ocurrido, dejábamos a un lado el día anterior después del colegio para continuar con el partido. Y todas esas melés funcionaron: conforme nos hicimos mayores, todos terminamos por jugar para nuestros colegios, para el equipo de rugby local y representamos en varias ocasiones a Hertfordshire, Londres y a la división sureste de rugby.

      En el momento de mi accidente, Tom, mi hermano mayor, se encontraba en el último año en la Universidad de Bournemouth, donde estudiaba Publicidad. Will, que es jugador profesional de rugby, acababa de volver de un entrenamiento en Sudáfrica para que lo operaran del tobillo y, desde hacía más de tres semanas, no los había visto ni a él ni a mi hermano pequeño, Dom, que se encontraba en el último año de secundaria. Había llegado la hora.

      Hasta ese momento no había sentido gran cosa. Mi interior había dejado de funcionar. Era extraño. Era como si estuviera allí, tumbado en la cama, indefenso, pero a la vez no lo estuviera. Me habían suministrado una medicación tan fuerte y mi cuerpo había sufrido tal trauma que me encontraba en un estado alterado, como si estuviera alucinando, como si no viera con claridad lo que ocurría o no sintiera nada, ni física ni emocionalmente. Pero cuando mis hermanos entraron en la habitación por primera vez, fue como si, de algún modo, recuperara la noción de la realidad y me viera a mí mismo a través de sus ojos, mi auténtica incapacidad, y todos nos derrumbamos juntos. Para completar el coro de lágrimas, mi madre, los enfermeros y los médicos se unieron al llanto. Pensarlo ahora hace que me emocione de nuevo.

      No obstante, nuestras lágrimas no eran solo de tristeza. Para empezar, estábamos juntos. Mientras estuve boca abajo en el agua y cuando se me había parado el corazón tantas veces en Portugal podría haber muerto, pero allí estaba: de vuelta en Inglaterra y reunido con mis hermanos. Estaba vivo y, aunque no coleando, estaba de una sola pieza y mi corazón seguía latiendo. Fue como si las lágrimas de mis hermanos y sus fuertes abrazos me dieran una oleada de vida enorme y en esos momentos supe que, con mis hermanos a mi lado, sobreviviría a aquello. Siempre habíamos sido, y siempre seríamos, un equipo. Aquel día vi lo difícil que había sido para mi madre llevarlos al hospital y que me vieran en ese estado. Pero también vi que estaban a bordo, que ayudarían a mis padres a superar esa pesadilla.

      No puedes llorar para siempre, por lo que, al echar un vistazo a mis hermanos, mis lágrimas se convirtieron en risa. No era el único que tenía problemas. Will seguía llevando una escayola muy grande por la operación y, al parecer, Dom tampoco podía caminar sin ayuda. Aunque yo no lo sabía, se había hecho un corte en el pie con un trozo de cristal