Tras los hechos de la Bastilla se convoca a la Asamblea Nacional. Pronto las facciones salen a la luz, sobresalen grupos como los girondinos (provincia de Gironda, del sur) y los jacobinos (convento de los jacobinos). Los primeros, moderados y vinculados con empresarios, buscaban salidas a la construcción de una república con la nobleza; los segundos, radicales, eran conformados por gente de diversos oficios, recibieron en los primeros meses un fuerte respaldo del pueblo. Otro grupo, los sans-culottes, literalmente significa los sin calzones, jugaron un papel importante durante la toma de la Bastilla en 1789 y luego en el asalto al Palacio de las Tullerías de 1792; no obstante, nunca constituyeron un partido político y una vez consolidada la burguesía en grupos de poder como los girondinos y los jacobinos, los sans-culottes se diluyen como fuerza decisoria.
Hay una secuencia de hechos en el remolino fatal de encuentros y desencuentros de los revolucionarios. Los tiempos de “el terror” se dividen en dos: el terror rojo y el terror blanco. El primero liderado por los jacobinos entre 1793 y 1794; el segundo, por los miembros de la Convención Termidoriana, tras la condena a muerte del jacobino Robespierre. Podemos observar, en una línea del tiempo sucinta, el modo como fueron sucediendo los acontecimientos tras la toma de la Bastilla, podemos apreciar la velocidad como una organización reemplaza a la otra, en un ritmo demoledor que aterra a Burke, incluso supera en turbulencia muchos procesos políticos contemporáneos: insurrección de la toma de la Bastilla, Asamblea Nacional (1789), órgano que marca la transición entre los Estados Nacionales y la Asamblea Nacional Constituyente (1789-1791); primera Constitución francesa (1791); Asamblea legislativa, sus miembros eran burgueses escogidos como representantes9 dado el voto censitario y pecuniario (1791-1792); toma del Palacio de las Tullerías (el apresamiento definitivo de los reyes, Comuna popular de París, 1792); la Convención Nacional, órgano estatal por excelencia de la revolución, ejerció el poder ejecutivo y legislativo por períodos (1792-1795), aprueba la Ley del 22 Pradial, que da inicio al Gran Terror (se aniquilaba a todo sospechoso); Convención Termidoriana, reemplaza el terror rojo de los jacobinos y ahora persigue a estos bajo el terror blanco (1794-1795); Comité de Vigilancia, dirigía la policía y la justicia de la revolución (1791), pronto convertido en el Comité de Seguridad General (1792); Comité de Salvación Pública, órgano ejecutivo del anterior (1793); Directorio, producto de la Convención Termidoriana (1795-1799); golpe de Estado del 18 brumario de Napoleón contra el Directorio (1799).
En el epílogo de este período de la revolución en Francia a finales del siglo XVIII, Napoleón plagia la historia inglesa (Oliver Cromwell) y se erige como un líder militar transitorio, entre el Antiguo Régimen y la bases ya germinadas de una nueva república francesa. El mundo económico, pasados los bríos del terror, claman por la vuelta a políticas liberales, al libre comercio. Burke teme que la turbulencia de los hechos en París propicie la pérdida del sentido de la necesidad del orden político-económico y termine cayendo en un foso de contradicciones y de destrucción. Napoleón pronto le va a dar la razón y la república francesa va a aplazar su emergencia moderna al menos medio siglo. No se fía del sentido de la Ilustración en el continente: pensar por uno mismo. Inglaterra hizo ese tránsito un siglo antes, hubo menos violencia, pero sobre todo un hecho muy desde las entrañas marxistas, a pesar de la baja estima de Marx por Burke: el modo de producción capitalista y sus instituciones burguesas marcaron el rumbo de las guerras, las revoluciones y los conflictos británicos desde 1648 a 1688, con procesos de ajuste entre la monarquía, la burguesía y el pueblo. El orden tradicional de Burke era ya un orden capitalista. En 1688, mientras Inglaterra vive los avatares de la gran revolución, Francia está celebrando la construcción del Palacio de Versalles10.
La postura central de Burke, desarrollada con sumo rigor desde la filosofía, la historia y la práctica política, frente a los hechos de la revolución en Francia en 1789, desde su libro Reflexiones sobre la revolución en Francia, se pueden resumir en esta cita:
El gobierno no se hace por virtud de derechos naturales que pueden existir, y que de hecho existen con total independencia de él y con mucha claridad y más alto grado de perfección abstracta. Mas esa perfección abstracta es su defecto práctico. Teniendo derecho a todo, se quiere todo. El gobierno es una invención del ser humano para satisfacer necesidades humanas. Tenemos el derecho de que estas necesidades sean satisfechas mediantes ese saber. Entre estas necesidades ha de contarse la necesidad, fuera de la sociedad civil, de que los hombres refrenen suficientemente sus pasiones. La sociedad requiere no solo que las pasiones de los individuos estén sometidas, sino que, tanto en la masa y conjunto como en los individuos particulares, las inclinaciones de los hombres sean reprimidas con frecuencia, y sus pasiones sean refrenadas. Esto solo puede hacerse mediante un poder que este fuera de ellos, y que en el ejercicio de su función, no esté sujeto a estos deseos y pasiones que tiene la misión de refrenar y someter. En este sentido, el control que ha de ejercerse sobre los hombres debe ser contado, junto con sus libertades, entre sus derechos. Pero como las libertades y las restricciones varían con los tiempos y las circunstancias, y admiten infinitas modificaciones, no pueden ser fijadas según una regla abstracta; y nada sería más disparatado que hablar de ellas como si estuvieran basadas en una regla tal (Burke, 2003, pp. 104-105).
Hay un debate muy famoso ya, auspiciado por los lectores y por la historia, pues en la realidad no sucedió como tal, entre Edmund Burke y Thomas Paine. La controversia produjo en su tiempo un caudal de texto a manera de diálogo. Hay algunos marcos clave del ya conocido como debate Burke-Paine: a) el uso particular del lenguaje en cada uno; b) la concepción política; c) las circunstancias personales11. En cuanto al lenguaje, Burke es un hombre culto, sus habilidades retóricas y argumentativas van acompañadas de reflexiones causales muy rigurosas, apoyadas por cuestiones jurídicas y un análisis económico exhaustivo; la arengas de Paine son emocionales, aunque universales, un tanto entre abstractas e ingenuas, no posee un discurso profesional, de oficio. En ambos casos, los horizontes hermenéuticos influyen demasiado sobre el ordenamiento político posible en sus mentes: la tradición en el uso de conceptos como “naturaleza”, en Burke; “ilustrado”, “derechos humanos” en los dos; “sentido común”, “razón”, en Paine. No siempre se enfrentan al mismo referente, aunque las palabras estimulen un aparente debate. La condición de Burke como hombre de Estado por casi 30 años en el Parlamento británico frente a la, entre aventurera y de penuria, de Paine, hacen de las circunstancias de vida alrededor de su escritura, dos escenarios muy distintos.
Presentamos en este apartado a Thomas Paine (1737, Norfolk, Inglaterra; 1809, Nueva York), pues ya hemos hecho lo propio con Burke al abrir este ensayo. Paine es considerado uno de los padres fundadores de los Estados Unidos, su voz sonó más fuerte y más convincente entre los rebeldes norteamericanos. En realidad, Paine fue considerado un padre fundador por las masas y luego por la historia, pero realmente en el ámbito de las clases aristocráticas de la nueva república nunca fue visto como un igual, era apenas un buen publicista de la causa por la independencia, un agitador político, escritor de panfletos, filósofo de la causa revolucionaria, intelectual radical de origen inglés. Promotor del liberalismo y de la democracia, diría Burke, en abstracto.
To men of Washington’s class, Thomas Paine was just a plain, low-caste bounder who possessed some effective literary tricks. Paine’s proper place was among the “middling sorts” of mechanics, hostlers, cordwainers, tailors and innkeepers because these were people of his class (Hamilton, 2009, p. 153).
A los 37 años Paine era viudo, no tenía dinero, ni oficio definido, ni propiedad (Hamilton, 2009). Esta breve semblanza enlaza de un lado su no incursión