La traición en la historia de España. Bruno Padín Portela. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Bruno Padín Portela
Издательство: Bookwire
Серия: Universitaria
Жанр произведения: Документальная литература
Год издания: 0
isbn: 9788446049579
Скачать книгу
matar al rey de acuerdo con Helmequis, que era scilpor del rey». Entonces, y con la ayuda de otro hombre llamado Peredeo, ataron la espada de Alboíno para que no pudiese cogerla y Rosamunda hizo entrar a Helmequis, el asesino, para que cumpliese su labor. Murió Alboíno, como refiere Paulo Diácono, por la «maquinación de una sola mujerzuela»[69]. Tras el asesinato de Alboíno, Longino, prefecto de Rávena, aconsejó a Rosamunda que matara a Helmequis y se casara con él. Ella aceptó, le preparó una copa de veneno y, cuando Helmequis se percató de que estaba envenenada, desenvainó su espada sobre Rosamunda y la obligó a beberse lo que quedaba: «Así, por juicio de Dios omnipotente, los malvadísimos asesinos murieron al mismo tiempo»[70]. Aparecen, pues, elementos claves como la traición, la ambición, la honra, la venganza o la lujuria (que trataremos más detenidamente después), mientras que algunas acciones, como el hecho de emplear la espada, se verían reflejadas después en la Estoria de España.

      La condesa es, por definición, lujuriosa y adúltera. A lo largo de la historia española se cuentan numerosos episodios en los que las conductas lujuriosas son el preludio a auténticos desastres. Podemos llamar la atención de nuevo sobre la «pérdida de España», época dominada por un ambiente de vicio y decadencia. Lo que sucede es que en la mayoría de ocasiones la lujuria atañe a los hombres, generalmente monarcas o nobles y no, como sucede en esta ocasión, a mujeres. La lujuria es un deseo excesivo de placer sexual que, si se satisface estando casada, se convierte en adulterio. Pero, ¿qué implicaciones conllevan la lujuria y el adulterio? En primer lugar, hay que decir que nos movemos en un periodo en el que existe una auténtica aversión al sexo. Esta se convierte, en efecto, en una característica central del pensamiento cristiano en el siglo X. Incluso el sexo marital se concibe como una especie de concesión, es decir, Dios permite a las personas casadas tener sexo, pero con fines exclusivamente reproductores, nunca por placer.