2) Lejos de ser el individualista que con tanta frecuencia se ha querido ver en él, Proudhon es un pensador profundamente enraizado, hoy diríamos «situado». Como bien ha visto Bernard Voyenne[58], su ascendencia jurassique, natural del Franco Condado, es importante a la hora de entender el papel fundamental que Proudhon atribuye al grupo natural (región o cantón) en su pacto federativo, como verdadero actor y sujeto del mismo. Como han señalado con frecuencia sus biógrafos, con ser el francés un fiel seguidor de los valores de la Revolución francesa, no por ello deja de ser menos crítico con la marcada tendencia a la centralización y a la homogeneización, destructora de la diversidad y autonomía local, que va a caracterizar la democracia francesa y a los universales hijos, ambos, de la Revolución de 1789. Proudhon es en todos los sentidos de la palabra un antijacobino defensor de las libertades locales. Por consiguiente, ni el individuo, ni el municipio (por abajo), ni el Estado-nación o el Pueblo (por arriba) han de aparecer como sujetos del pacto federativo, pues carecen de todo aquello que en opinión de Proudhon, fiel, como vemos, a su filosofía personalista, le permite al individuo ser consecuente con sus propios valores (lengua, cultura, derecho, etc.), en los que encuentra su verdadero yo y mediante los que accede a la autonomía, y abrirse asimismo (nuevamente la dialéctica y-y) a valores ajenos o compartidos, fruto de la relación de solidaridad y del diálogo de culturas que se instaura en el seno de la federación. Ni el individuo abstracto del liberalismo político, ni el municipio, en el que priman las relaciones económicas más que las culturales, ni aún menos el Estado-nación, por absorbente y homogeneizador, son capaces de mantener la tensión dialéctica entre lo uno y lo múltiple, entre la diversidad y la unidad (en todos ellos se fuerza la unidad en detrimento de la diversidad) que ha de caracterizar el pacto federativo. Claro que tampoco hay que caer en la tentación de ver a Proudhon como un regionalista / nacionalista en el que la afirmación del grupo natural le llevaría a abrazar el principio de las nacionalidades. Si la comunidad o grupo natural tiene importancia para el individuo, y naturalmente dentro del pacto federativo, es, como veremos, en el sentido en que es el filtro u horizonte hermenéutico que le permite entender y expresar su lugar en el mundo, su dignidad y personalidad inviolables; en una palabra, acceder a la autonomía en igualdad de condiciones con sus semejantes otros. Porque sólo desde su propia cultura y valores puede la persona abrirse a una verdadera autonomía, a un verdadero diálogo, esto es, al diálogo de iguales que exige la democracia, de donde surge la necesidad de conservar la diversidad de valores, la «fuerza colectiva» o comunidad en la que cobra sentido la vida humana. Este aspecto, tantas veces pasado por alto entre los estudiosos de la obra proudhoniana y de la democracia, es fundamental a la hora de entender la particular filosofía federalista de Proudhon.
Judith Butler dice de manera muy acertada que «cuando el yo quiere dar una definición de sí mismo tiene que hacerse necesariamente sociólogo»[59]. Pues bien, es ese yo sociólogo, ese Proudhon sociólogo, el que nos interesa aquí. Es ese Proudhon sociólogo el teórico del federalismo, el pensador del pluralismo democrático. Y ese Proudhon sociólogo es un hijo del pueblo y un patriota del Franco Condado, aspectos, ambos, cruciales en su manera de pensar el federalismo. A explicar con detenimiento estos dos aspectos clave del pensamiento federal proudhoniano dedicamos las páginas siguientes.
La dialéctica serial o equilibrio de fuerzas como principio y base de la relación federal
La filosofía personalista o dialéctica serial de Proudhon hay que entenderla desde su perspectiva crítica para poder percibir con total claridad su parte constructiva: Destruam et aedificabo rezaba ya el epígrafe que abre su Système des Contradictions économiques. Encontramos, de hecho, en su De l’Utilité de la Célébration du Dimanche un muy significativo comentario, preñado ya de federalismo, sobre el sistema (aún indefinido) que, en opinión del francés, debía aportar una solución al problema social: «Encontrar –dirá Proudhon– un estado de igualdad social que no sea ni comunismo, ni despotismo, ni división, ni anarquía, sino libertad en el orden e independencia en la unidad»[60]. Estamos en 1839, muy lejos todavía de su filosofía de la justicia y de su teoría federativa, cuya sistematización, como se sabe, llegará mucho más tarde, aunque no cabe duda de que Proudhon está manejando ya las ideas (equilibrio de lo uno y lo múltiple) con las que construirá posteriormente su principio federativo. Pero antes de construir tiene el francés que demoler.
Su punto de partida es, como en tantos otros pensadores, el rechazo de la alienación humana, pero en Proudhon adquiere, si cabe, mayor importancia ese gesto fundador inicial en la medida en que de lo que se trata en última instancia es de recuperar para la relación o el pacto federal (económico y político) a un hombre y una sociedad no alienados (es en este sentido, a diferencia