En 1843, momento en el que por fin consigue vender su calamitosa imprenta, su deuda asciende a unos 10.000 francos, cifra considerable si tenemos en cuenta que el presupuesto de Proudhon en sus años de bonanza, hacia finales de la década de 1850 y principios de 1860, cuando sus derechos de autor le permiten vivir de manera más holgada, eran de unos 4.000 francos anuales. Entra Proudhon, a pesar de todo, en un periodo más clemente, en el que goza de mayor tranquilidad material: los hermanos Gauthier, propietarios de una empresa de comercio fluvial en Lyon, lo contratan como gestor-contable; llegará incluso a pleitear y a ganar varios procesos y sumas considerables de dinero para ellos. Las condiciones en las que trabaja el francés no son malas –en Lyon entra, además, en contacto con la clase obrera, con los canuts– y los Gauthier le permiten ausentarse durante varios meses al año para continuar sus estudios y proyectos de edición en París. Así vivirá Proudhon los años previos a la Revolución de 1848.
En 1843 publica De la Création de l’Ordre dans l’Humanité, obra clave en el pensamiento proudhoniano, que cierra la fase Suard y a la que volveremos con más detenimiento más adelante. Digamos por el momento que esta extraña y demasiado ambiciosa obra es la primera piedra de su edificio dialéctico. En ella encontramos ya la dialéctica serial que animará su pensamiento político, de la anarquía positiva inicial al ulterior federalismo. Como ya ocurriera con sus escritos sobre la propriedad, De la Création tendrá mejor acogida en el extranjero que en Francia, en donde pasa casi completamente desapercibida. Si el alemán Karl Grün ve entonces en él «al Feuerbach francés», el ruso Herzen –Proudhon hará amistad con ambos en París– tampoco escatimará en elogios: «Hay en este libro una prodigiosa cantidad de ideas luminosas»[46]. Cantidad de ideas luminosas que, como ocurre constantemente en Proudhon, se verán oscurecidas por la peculiar y desconcertante forma y estilo que da a sus escritos…
Gracias a la relación de confianza que mantiene con los Gauthier, Proudhon va a ausentarse, como decíamos, durante varios meses al año para continuar sus estudios y diferentes proyectos en París, momento importante, en el que va a entrar en relación con algunos socialistas alemanes como el mencionado K. Grün o el propio Marx, o con el anarquista ruso Bakunin, quienes, más jóvenes que Proudhon, muchos de ellos todavía desconocidos, veían entonces en él al máximo exponente del socialismo francés. El contacto que mantiene con la izquierda hegeliana alemana exiliada en París va a ser determinante en el proceso de «hegelianización» (Proudhon reconocerá más tarde que la dialéctica lo obsesionaba)[47] del filósofo francés, quien mantendrá largas y hoy ya legendarias tertulias con los alemanes (Grün y Marx sobre todo) sobre la filosofía del maestro de Berlín, pero será sobre todo determinante por la ruptura que se produce entre Marx y Proudhon en 1846 y que acabará consumándose con la devastadora crítica que entonces hará Marx de la Philosophie de la misère (1846) de Proudhon, a través de su Misère de la philosophie.
Sobre la hegelianización de Proudhon, hay que decir que el tema, tras el minucioso análisis realizado por Pierre Haubtmann a partir de sus Cahiers, Carnets y de su Correspondance, parece hoy estar zanjado: el hegelianismo de Proudhon no es más que un hegelianismo de fachada, pues en realidad el francés va a ser uno de sus más feroces críticos. Sí es cierto que Proudhon, que, como hemos dicho, no leía el alemán, ha podido verse seducido por la dialéctica que en aquel entonces se consideraba –él mismo llega a calificarla así– como la más profunda, algo que no ha de sorprender si se atiende al carácter orgulloso del francés. Para él, manejar (con mayor o menor fortuna) la filosofía alemana suponía ponerse bajo el patronazgo de la filosofía más en boga del momento, por delante de sus compatriotas franceses, quienes, como reconocerán Marx o Herzen, nada entendían de antítesis ni de filosofía especulativa. Esa ventaja que él creía tomar frente al resto de socialistas franceses era para él su gloria y, de hecho, en no pocas ocasiones escribirá a sus amigos Bergmann y Ackermann vanagloriándose de utilizar la metafísica más profunda y compleja y de estar así revolucionando la ciencia social en su país. Como bien dirá Marx, Proudhon toma de la dialéctica hegeliana el lenguaje (tesis, antítesis, síntesis), alejándose de ella en lo esencial: la dialéctica proudhoniana no es ternaria, como la hegeliana, sino que el tercer paso (síntesis) se ve sustituido por la balanza o equilibrio de los contrarios. No hay pues, como en Hegel, superación de la contradicción o antinomia en la síntesis final, sino más bien equilibrio inestable de fuerzas. Esto puede verse ya en De la Création, obra anterior a su texto más hegeliano, esto es, el Système des contradictions économiques, en donde, a pesar de hablar de síntesis, no dejará de criticar el tercer paso hegeliano. Por consiguiente, no hay en Proudhon de Hegel más que la tentación, o quizá la vanidad, de seguir y/o medirse (o superar) al filósofo más grande del momento.
Más importante para la posteridad del pensamiento proudhoniano es, en cualquier caso, la ruptura que se produce entre Proudhon y Marx en 1846, dos años después de su primer encuentro en París. Recordemos que es Marx, y no Proudhon, quien fuerza su primer encuentro. En 1844, Marx es todavía un joven desconocido, mientras que a Proudhon le precede ya la celebridad y gloria obtenidas por sus escritos sobre la propiedad. El primer encuentro tiene lugar en octubre de 1844, en la habitación que Proudhon alquilaba en París. Desde entonces hasta la expulsión de Marx, en febrero de 1845, los dos hombres se ven en repetidas ocasiones. Sus conversaciones van a girar básicamente en torno a Hegel y la economía. Hasta la famosa carta de Marx a Proudhon (5 de mayo de 1846) y la posterior respuesta de éste (17 de mayo de 1846), Marx no dejará de elogiar los escritos de Proudhon –sobre todo Qu’est-ce que la propriété?– y hasta llegará a esgrimir su defensa en La Sagrada Familia en respuesta a la crítica realizada por Edgar Bauer en la traducción alemana y comentario del Première Mémoire de Proudhon. Recordemos que Marx había considerado esta obra como el manifiesto científico del proletariado francés. El socialismo francés habría, pues, abandonado el utopismo, según Marx, de la mano de Proudhon. La situación cambia radicalmente, y la opinión que le merece a Marx la obra proudhoniana también, tras la respuesta de Proudhon a Marx. En su carta, Marx le proponía a Proudhon convertirse en el representante francés de una red internacional (en su carta habla de Alemania, Inglaterra y Francia) cuyo fin sería poner en contacto a los socialistas y comunistas de los citados países para discutir, desarrollar científicamente y transmitir a las masas las doctrinas comunistas y socialistas. Hay que reconocer que en su carta Marx comete tres errores de importancia que muestran que el alemán se habría equivocado en su apreciación tanto de la obra como de la psicología proudhoniana durante sus tertulias parisinas: 1) Marx habla de «ejercer una vigilancia sobre los escritos populares», frase que no podía ser del gusto del socialista antiautoritario Proudhon; 2) igualmente alude el alemán «al momento de la acción», lo que Proudhon igualmente rechazará, pues su idea de la revolución no pasa por un golpe de mano, la conquista del poder por medio del cual llevar a cabo la revolución social, sino que en esto siempre considerará la revolución política (la acción) como el fin y la revolución social como el medio; 3) Marx comete, además, la imprudencia de criticar y denunciar en su carta a su compatriota K. Grün, amigo de Proudhon y rival de Marx (Grün, como Marx, quería convertir a Proudhon, pero no al comunismo, sino al ateísmo feuerbachiano), por haberse atribuido el papel que el propio Marx se atribuía a sí mismo; esto es ser el Privat-dozent, el profesor de Proudhon en filosofía hegeliana. La respuesta de Proudhon se acaba convirtiendo en una verdadera lección:
Busquemos juntos, si lo desea, las leyes de la sociedad, el modo en que se realizan, el progreso según el cual llegamos a descubrirlas; pero, ¡por Dios!, después de haber demolido todos los dogmatismos a priori, no pensemos en adoctrinar al pueblo; no caigamos en la contradicción de su compatriota Martín Lutero, quien después de haber derrocado la teología católica se puso enseguida, con gran aparato de excomuniones y anatemas, a fundar una teología protestante. Desde hace tres siglos, Alemania no se