En la Confederación, las unidades que forman el cuerpo político no son individuos, ciudadanos o súbditos, sino grupos, dados a priori por la naturaleza y cuyo volumen medio no sobrepasa al de una población reunida sobre un territorio de algunos centenares de leguas cuadradas[77].
Ésta es la premisa teórica de la que ha de partir todo análisis del federalismo: la base pacto implica actores colectivos, no individuales[78].
¿De la anarquía al federalismo? Una dialéctica en acción
Si en 1840 empecé por la anarquía, conclusión de mi crítica de la idea gubernamental, estaba llamado a concluir por la federación, base necesaria del derecho de gentes europeo y más tarde de la organización de todos los Estados (Correspondance, XII-220).
Proudhon llega tarde al federalismo. Sus escritos federalistas, los dos más importantes, aquí traducidos, son de principios de la década de 1860. ¿Por qué ese repentino interés –podemos preguntarnos– por una idea que, según se piensa, no había suscitado en la obra del francés más que algún que otro comentario desordenado?
No cabe duda de que su exilio belga y la problemática que surge entonces en torno a la cuestión de las nacionalidades, fruto directo de la cual es La Fédération et l’Unité en Italie, es un factor importante (en verdad lo es) en su «conversión» al federalismo, pero en, nuestra opinión, no hay que caer en el error de darle a la política internacional más importancia de la que tiene en la teoría federativa proudhoniana, pues, como se verá, dicha interpretación tiene el inconveniente de dar a entender que Proudhon piensa el federalismo para el orden internacional, más que para el orden interno del Estado-nación (idea reforzada, además, por su apuesta claramente confederal, entendida como internacionalista en nuestro derecho público); federalismo, por consiguiente, por y para las naciones ya constituidas, tesis errónea, que desnaturaliza el sentido del pacto federativo proudhoniano.
En realidad, como lo ha explicado Bernard Voyenne[79], un estudio atento de la obra de Proudhon muestra que su interés por el federalismo es muy anterior a sus últimas obras, conclusión a la que se llega con meridiana facilidad: A) contextualizando mínimamente el pensamiento proudhoniano, enmarcado, no lo olvidemos, en la Francia jacobina postrevolucionaria; B) cotejando su obra pública con sus escritos inéditos, carnets, correspondencia, etc.; y, finalmente, C) leyendo e interpretando la obra proudhoniana con el imprescindible descodificador que es su dialéctica serial. Veamos brevemente cada uno de estos puntos.
A) Como lo demuestra el análisis realizado por Olivier Beaud, el federalismo es en Francia, desde la Revolución de 1789, una palabra o idea extremadamente sospechosa, un auténtico tabú que el espíritu democrático postrevolucionario va a relacionar sistemáticamente con aquellos girondinos defensores de las libertades locales contra la centralización y el progreso que traerá precisamente la Revolución[80]. Puede decirse, de este modo, que el federalismo va a quedar asimilado en la historia de las ideas políticas en Francia –hasta hoy– a la contrarrevolución y al feudalismo. Idea, pues, totalmente contraria a la democracia liberal entonces naciente. Hasta tal punto la palabra y la idea son sospechosas y gozan de mala fama –recordemos que la idea circula relativamente sin problemas por otros países europeos, y en España empieza a sonar con fuerza a partir de 1840[81]– que el diccionario Littré de la lengua francesa (1865) nos ofrece la siguiente definición en la entrada «fédéralisme»:
Neologismo. Sistema, doctrina del gobierno federativo.
El federalismo era una de las formas políticas más empleadas por los salvajes.
Durante la Revolución, proyecto atribuido a los girondinos de romper la unidad nacional y transformar a Francia en una federación de pequeños Estados[82].
Ése es el tono imperante en la Francia del siglo XIX: federalista lo es el salvaje o el traidor a los valores de la Revolución. Teniendo esto en cuenta, no ha de extrañar que Proudhon haya dudado tanto antes de asumir por completo la palabra «federal»[83], como tampoco ha de extrañar, visto lo visto, que empiece su Du Principe fédératif con una frase tan prudente, con respecto a la presentación de la idea, como simplista y pretenciosa, si se atiende a la paternidad de la misma: «Antes de decir lo que se entiende por federación, conviene recordar en algunas páginas el origen y la filiación de la idea. La teoría del sistema federativo es totalmente nueva; creo hasta poder decir que no ha sido formulada por nadie»[84]. Si Proudhon no hace, por consiguiente, suya, de manera explícita, la palabra «federal» hasta finales de la década de 1850, digamos hasta De la Justice o La Guerre et la Paix, esto no quiere decir que la idea no estuviera ya en germen en el pensamiento proudhoniano. Como bien dice Bernard Voyenne, «el árbol [federal] estaba ya todo entero en la semilla»[85].
B) An-arquía, mutualismo, mutuum, descentralización, unidad en la diversidad… he aquí un florilegio de los diversos términos y expresiones utilizados por Proudhon en sus obras y cuadernos de estudio y notas para dar cuenta de la idea-fuerza y evitar al mismo tiempo la fatídica palabra: federalismo. Interesante en esto es ver cómo la censura a la que se ve sometida la idea federal en Francia lleva a Proudhon en ocasiones a consignar en sus Carnets juicios hasta desfavorables sobre el federalismo: «El Gobierno. Plantear correctamente la cuestión. Lo que yo quiero es otra cosa que el federalismo. La verdadera unidad económica, no administrativa; mientras los federalistas no desean ni la una ni la otra»[86]. Comentario tanto más curioso y relativizable cuanto que su fecha coincide con el periodo en el que estaba el francés preparando en la cárcel dos de los escritos (Confessions d’un Révolutionnaire e Idée Générale de la Révolution au xixe siècle) de lo que la crítica considera su etapa más anarquista, escritos en los que encontramos ya buenas dosis del federalismo que decía rechazar en la anterior cita. Digamos, pues, que estamos más bien ante un rechazo del federalismo tal como lo concebía el jacobinismo ayer como hoy al uso, desfigurando lo que es el verdadero federalismo, del que el francés no renegará nunca. En realidad, ya desde antes del periodo 1849-1852, que es en el que por razones diversas (fracaso de la Revolución de 1848 y consiguiente decepción, prolongado periodo de estudio entre rejas, contacto con un federalista como el italiano Giuseppe Ferrari, etc.) cobra mayor fuerza la idea[87], Proudhon venía asumiendo los principios básicos del federalismo que expondrá con posterioridad. Prueba de ello son sus inequívocas reflexiones federalistas sobre el conflicto suizo del Sunderbund que en 1847 retiene su atención. Conviene quizá detenerse en él un instante.
En 1845, tras la decisión del gobierno radical de expulsar a los jesuitas del territorio suizo, los siete cantones católicos habían constituido una liga de resistencia, el Sunderbund, en señal de protesta por la violación de los derechos de los cantones en materia religiosa que eso suponía. La maniobra del gobierno suizo, que se concretará más tarde con una reforma de la Constitución en 1848, buscaba una mayor