Por ese motivo es necesario, como decíamos, mostrar desde un punto de vista científico (importante, pues, como queda dicho, la ciencia provee a la política la caución intelectual, seria y desapasionada de la que ella carece) la escasa credibilidad y base científica de una doctrina que pretende fijar el significado del federalismo (lo que debe ser) partiendo de premisas eminentemente ideológicas (y tan poco federales), como la de la unidad e indisolubilidad de la nación o, lo que viene a ser lo mismo, la que hace del pacto federativo un pacto individualista tipo Rousseau o Rawls, tesis de las que se deduciría luego, y a las que se adaptaría, la idea federal[27]. Hay, de hecho, en esto algo parecido a lo que ocurre con la memoria y el olvido en la famosa conferencia de Renan Qu’est-ce qu’une nation? (1882), en la que el francés apuntaba que para construir la nación siempre es necesario ser selectivo con el pasado, olvidar aquello que puede ser fuente de discordia, siendo en esto la labor del buen historiador algo negativo o comprometedor, al rescatar éste del pasado la violencia que la origina: «La unidad se logra siempre de manera brutal»[28], dirá Renan. Ahora bien, aun aceptando que el olvido pueda ser aceptable o llegar a ser algo aconsejable y hasta deseable para políticos y ciudadanos con el fin de pacificar una sociedad hija de la violencia, ¿puede ser válido esto para el historiador? Sería, desde luego, una manera muy curiosa de teorizar y hacer ciencia.
Lo que en cualquier caso nos muestra el estudio del federalismo, el estado de la cuestión en la doctrina y las respuestas por ella aportadas a preguntas básicas (¿qué es el federalismo?, ¿cuáles son los sujetos del pacto federativo?, ¿cuál es su fin?, etc.), es que la ciencia no se hace in vitro, como si las tesis que la comunidad científica compulsa fueran productos sin pasado, interés o conexión alguna con el mundo exterior. Al contario, por más que el buen investigador tienda deontológicamente a sentar su conocimiento sobre bases metodológicas fiables y verificables, no deja por ello de verse sometido, como persona que es, a todas las ideas o valores dominantes segregados por la sociedad y el tiempo desde los que se expresa, condicionando así –el caso del federalismo es ejemplar en esto– la percepción que puede tener de su objeto de estudio. Darse cuenta de que ello es así, no permanecer en el error del que, como en el mito de la caverna de Platón, ve la verdad donde no hay más que sombras, es quizá la primera obligación –no la más cómoda o práctica, hay que reconocerlo– del científico de lo social. Y, en el caso que nos ocupa, ello ha de llevar necesariamente, Renan lo percibió perfectamente, a la violencia fundadora del Estado-nación, al momento previo en que el pacto federativo, antes de ceder a la fuerza irresistible y absorbente de la idea de nación, todavía conservaba intacta su esencia. Para encontrar, pues, el verdadero sentido del federalismo, lleva razón en esto Olivier Beaud[29], tenemos que volver a la idea original del pacto federativo, de lo que el pacto implica teleológicamente y debe ser.
En última instancia, una vez vista la conexión o nexo entre ciencia y política o ideología, puede resultar meridianamente claro que de un deficiente conocimiento de la idea federal no se puede hacer, en política, más que un mal federalismo, una mala aplicación de la idea. El federalismo puede ser, ciertamente (o no), la solución a los males de la modernidad, pero esto sólo lo sabremos si conocemos, respetamos y aplicamos correctamente sus principios y valores. Nuestro actual contexto no hace, a fin de cuentas, más que corroborar lo antedicho: mientras la acción política en la UE pretende construir una Europa federal sin tener siquiera una idea exacta de lo que es el federalismo y de lo que ha de suponer teleológicamente el pacto federativo, ¿cuántos Estados no intentan sin éxito buscar una solución «federal» al enconado problema de los nacionalismos concurrentes, sin renunciar a la dialéctica que lo origina? Ese federalismo nacional o monista, a la sabia historia nos remitimos, no tiene respuesta justa y eficaz ante esos problemas. Está abocado al fracaso. Es, en cualquier caso, incompatible con el pluralismo y la idea federal. Y eso es precisamente lo que obliga, y no sólo al estudioso del tema, a reconsiderar otras maneras, nuevas o viejas, de entender el fenómeno federal, de entender, por ende, la democracia. En un país como el nuestro, sumido en la violencia real y simbólica generada por la dialéctica nacionalista (una nación, un Estado; el otro como enemigo, etc.), dicho esfuerzo, teórico y práctico, es, si cabe, más urgente y necesario que en ninguna otra parte.
La ascensión de un filósofo plebeyo: «Soy un vulgar campesino»[30]
Como bien apunta Juan Trías en su estudio introductorio al Principio federativo[31], buena parte de la obra proudhoniana se explica por la condición y medio social en los que nace y se desenvuelve el filósofo de Besançon. Aunque quizá no tal como Trías lo entiende…[32]. En esto, como ya comentábamos anteriormente, es necesario interpretar correctamente los factores y el contexto que van a conformar lo que podríamos llamar la psicología proudhoniana, pues muchos han sido los que, como el citado historiador, han querido agarrarse a la tesis, iniciada por Marx tras su ruptura con el francés, del carácter pequeñoburgués de Proudhon para explicar así los errores y las contradicciones en los que –se piensa– cae una y otra vez el teórico federalista. ¿Qué hay de cierto en esto? Poco en realidad. Como podrá verse en el resumen biográfico que sigue, Proudhon está muy lejos de ser ese pequeñoburgués en el que, según Marx[33], la contradicción surgiría del inevitable conflicto entre sus intereses materiales y sus opiniones. Nada más lejos de la realidad de quien nunca tuvo interés material alguno…[34]. Añadamos, si acaso, que la expresión «pequeñoburgués» puede ser válida en el sentido en que Proudhon, fiel en esto a su origen campesino y francomtois (antijacobino), es partidario de estructuras (propiedad o Estado) de dimensión moderada o modesta, precapitalistas si se quiere, de donde surgirá, como veremos, su defensa de la pequeña propiedad y del mutualismo, y, en lo que hace al federalismo, del grupo natural de asociación (cantón