En ninguno de los exámenes de salud mental efectuados al sujeto por psiquiatría, antes de su acusación y posterior condena, se tuvo en cuenta la perspectiva psicoanalítica que aquí se propone; tampoco en los informes de psicología y menos en los conceptos clínicos o informes de evolución y tratamiento del sindicado. El motivo más profundo de la controversia suscitada en los medios forenses, y cuya lógica acá se reproduce, se debe a que se trata de un caso raro, es decir, de un “inclasificable” de la clínica que pone en cuestión las categorías existentes en los manuales diagnósticos, pues cabe en todas y a la vez en ninguna. Al parecer, se trata de un loco que a toda costa quisieron hacer ver como normal, igual que muchos otros en la historia de la criminología.
Nos ocupamos de argumentar por qué se trata de un caso raro, uno en el cual la frontera entre una estructura clínica y otra se torna muy difusa. A juicio de los psiquiatras, el comportamiento del sujeto, por aberrante que parezca, no lo pone del lado de la locura, pero tampoco se atreven a sostener que esté guiado plenamente por la conciencia y la razón moral, ya que le atribuyen un trastorno en el área de la sexualidad, cuestión que lo sitúa del lado del criminal en serie o, como dice en el título del expediente ya referido, como “asesino múltiple”.
Se evidencia, a lo largo del expediente a partir del cual se inspiró esta parte del texto, que los “expertos evaluadores” no se decidieron a reconocer que el nominalismo del que se valieron es apenas una construcción teórica. El diagnóstico es más un arte que una ciencia, y las categorías con las cuales se realiza son un artificio.58 Por científico que se asuma lo dicho sobre la vida psíquica de un sujeto, al no ser posible verificarlo en un laboratorio no será sino el efecto de un consenso entre pares.
Por esta razón, cuando un caso introduce un agujero en el saber, los evaluadores se quedan sin la argumentación suficiente para sostener un diagnóstico en donde las fronteras aparezcan claramente delimitadas. Huyen del impase que les plantea la insuficiencia del saber establecido, porque se han acostumbrado a confeccionar “un diagnóstico automático que refiere cada individuo a una clase patológica”.59
No había duda para los evaluadores que, un ser humano que se dedicase a matar atrozmente a mujeres trabajadoras de extracción humilde, sin intención de robarlas ni de violarlas y sin motivos de venganza, tiene que estar trastornado en algún sentido. Coinciden, desde la psiquiatría, en que sufre un trastorno de personalidad y que el área trastornada es la sexualidad, como si hubiera una sexualidad normal y otra patológica; de ahí que el trastorno de esta área no implica necesariamente trastorno mental, pues las otras áreas de la personalidad, por ejemplo la capacidad de autodeterminarse y, en general, el entendimiento, podrían estar funcionando bien.
El individuo puede continuar con el pleno dominio de sí, sabe lo que hace y cuáles son las consecuencias cuando ejecuta el acto criminal, pues solo parece tener dañadas sus facultades afectivas. Es de este modo como le son entregadas al juez de conocimiento las herramientas para imputar a un loco, a quien sus actos lo muestran objetivamente gobernado por un impulso de furor incontenible. Pinel lo describe de esta forma:
Esa manía sin delirio o es continua o se caracteriza por accesos o paroxismos periódicos, no se advierte ninguna alteración en las funciones del entendimiento, en la percepción, en el juicio, en la imaginación, en la memoria, pero sí cierta perversión en las funciones afectivas, inclusive impulsos a cometer actos de violencia o también un furor sanguinario, y esto sin que se pueda señalar ninguna idea dominante, ni ninguna ilusión de la imaginación que sea la causa determinante de estas funestas inclinaciones.60
El capítulo 4 muestra el abordaje analítico de los casos de tres personajes literarios:61 Raskólnikov, Edipo y Hamlet, más el del filósofo Louis Althusser. Los tres personajes literarios, y el sujeto de carne y hueso que es Althusser, se encuentran, por lo demás, en posiciones distintas frente al acto criminal; la historia de cada uno, las circunstancias en que se dan los crímenes y los desenlaces de la vida de cada quien, después del acto, nada tienen que ver entre sí. Estos crímenes no solo nos permiten profundizar acerca de la manera como procede el psicoanálisis frente al crimen y el criminal, sino también realizar algunas pinceladas, sobre todo a partir del caso de Edipo y de Raskólnikov, sobre la culpa y lo que es una víctima para el psicoanálisis.
En el capítulo 5 se toma la vertiente de la aniquilación del otro y de sí mismo, cuestión en la que nos sirve de orientación Montesquieu en su abordaje del crimen. Nos ocupamos de analizar en qué consiste la pasión por el mal; profundizamos aún más en cómo interviene la pulsión humana en el crimen y hacemos una revisión de los crímenes de los militares colombianos que fueron llamados “falsos positivos”, para establecer un contrapunto con los crímenes de niños efectuados por Gilles de Rais en la Edad Media. Con respecto a este mariscal, se pregunta Jacques-Alain Miller qué hubiese pasado si hubiera entrado en análisis. Y contesta que “quizás la respuesta posible, si aceptásemos a Gilles de Rais en un análisis, es que probablemente él pondría a su analista en una caja y lo tiraría al río, como hizo con su suegra”.62
En capítulo 6 se estudia el problema de la locura diferenciada de la psicosis, pues los criminales a los que se hace referencia a lo largo de la reflexión presentada en este libro han sido considerados portadores de algún tipo de locura antisocial o perversa. Se muestra en qué sentido, y por qué, existen muchas otras locuras fuera de la locura criminal, quizá menos letales para la vida en sociedad, pero no por ello menos importantes.
Otro aspecto abordado en el capítulo final es el relacionado con la locura de escribir. Para terminar, se hace un abordaje sobre el goce criminal, defendido, justificado y ofrecido por Sade, por medio de un contrapunto con la moralidad sostenida por Immanuel Kant. El goce criminal sadiano es el enarbolado por los criminales de los cuales nos ocupamos, y por muchos otros tomados como psicópatas seriales en la literatura existente sobre el crimen.
1 Theodor Reik, Psicoanálisis del crimen. El asesino desconocido (Buenos Aires: Ediciones Hormé, 1915), 123.
2 Ibid.
3 Franz Alexander y Hugo Staub, El delincuente y sus jueces desde el punto de vista psicoanalítico (Madrid: Biblioteca Nueva, 1961), s. p.
4 En las sociedades primitivas, el modo de vincularse entre quienes allí habitan no está regido y regulado por instituciones en donde la ley se defina a partir de un texto escrito, sino que todo lo que suceda estará guiado por tradiciones y creencias compartidas. Es en este sentido que puede decirse que no están dirigidas por un discurso, comandado por una legislación que descansa en cabeza de figuras jerárquicas que ejercen legalmente un poder.
5 Véase, por ejemplo, Rodrigo Dresdner, Psicópatas seriales, un recorrido por su oscura e inquietante naturaleza (Santiago: Lom Ediciones, 2016).
6 “Asesino múltiple de mujeres de Medellín” [expediente], t. 1, s. f.
7 Silvia Tendlarz y Carlos Dante García, ¿A quién mata el asesino? (Buenos Aires: Grama Editores, 2008),