Es en nombre del amor que “se acepta renunciar a satisfacer las pulsiones”. Los seres humanos partimos de un goce pulsional autoerótico obtenido con partes del cuerpo —boca, ano, pene—, que luego “pasa por la renuncia al goce pulsional” para evitar ser castigado por el Otro y perder su amor, “y da como resultado la insatisfacción fundamental del deseo”.42 Para no perder el amor de ese Otro se acepta “renunciar a satisfacer las pulsiones”43 que predominan desde la primera infancia. “Pero, si es posible comer la mermelada sin que el Otro lo sepa, todo va bien. Hay gente que permanece toda la vida en este nivel: robar, etcétera, y… pas vu, pas pris (no visto, no capturado). Es una inmoralidad externa cuyo soporte es la policía, el tribunal, el orden público”.44
Sobre la clasificación del criminal
Hechas estas consideraciones, orientadas a la comprensión de la parte subjetiva que debería ser tenida en cuenta para una mejor comprensión del problema, diremos que “todo asesino es plausible de ser situado dentro de una clasificación que contemple su crimen y le otorgue una significación. En este sentido —y dentro de estas diversas estructuras clasificatorias—, el motivo, la clase y la causa se vuelven confusos, mostrando de este modo el fracaso de la captación del real involucrado”.45
También es un ejemplo de esto el caso de J. A., quien rompe, en gran medida, con el saber establecido a nivel forense; de ahí que se le nombre de diversas maneras, como si algo de él no pudiera ser bien dicho.
Ahí puede verse que son los discursos de cada época los encargados de generar “los nombres y las respectivas clasificaciones para los asesinos”46 y no tanto lo que estos padecen, para de este modo poder definir con rigor sus crímenes. Por esto, nunca queda claro, para el discurso jurídico, “a quién mata —o qué cosa— mata el asesino”.47
En el caso de J. A. se verifica, punto por punto, una afirmación de Jacques-Alain Miller, en el sentido de que los ordenamientos que generan las clasificaciones:
No se construyen solamente a nivel teórico sino que se refieren a una práctica efectiva, a una pragmática. Sin embargo, el artificialismo de las clases, el semblante de las clases —en tanto respuestas a un nominalismo—, implica, a su vez, la vía de acceso de individuos, que al mismo tiempo se apartan de ellas y las descompletan. El individuo siempre es la excepción de la clase y de la clasificación, nos conduce así a la noción de sujeto.48
Para la investigación psicoanalítica sobre el crimen, sea en su aspecto serial o demencial, los conceptos de “pulsión”, “goce” y “sujeto” son fundamentales.49 Nuestra preocupación en estos casos no es por el encasillamiento del criminal, siempre centrado en el comportamiento y con la finalidad de que se determine si es o no imputable, ni por caracterizarlo de acuerdo con la cantidad de víctimas, los periodos de tiempo en que lleva a cabo su ataque, si ataca a conocidos o a desconocidos, si hay brutalidad, humillación, demostraciones de domino, perversión en sus distintas versiones, las armas utilizadas, el modus operandi, si se acompaña o no de violación, desaparición o descuartizamiento, sino por “las razones subjetivas del crimen, que permitirían descubrir la verdadera lógica operante en todos ellos”.50
Un aspecto subjetivo invariable, y que vale para cada ser humano en su dimensión subjetiva, es el siguiente: que la meta interna de la pulsión humana es, “en todos los casos, la alteración del cuerpo sentida como satisfacción”.51 Lo que es variable y debe ser establecido, caso por caso, es el modo como cada quien busca que se produzca en él dicho cambio corporal llamado “satisfacción”, y el objeto externo elegido para la pulsión lograr su meta, cuestión en la que entran en juego variables relacionadas con la historia de cada quien, sus identificaciones y marcas de goce venidas del Otro.
Por esta razón, no diferenciamos a los asesinos de acuerdo con el modo “en que asesina[n], a quiénes y cómo culmina[n] su crimen”. Están “los asesinos en masa”, que llegan “a lugares públicos y comienzan a matar a varias personas, a veces se suicidan y generalmente no tienen planeado un escape”.52 Los asesinos múltiples, como J. A., es común que escapen después de haber aniquilado a la víctima. Regularmente, son identificados por alguna de las víctimas que pudo salvarse de la muerte y no se detienen hasta entregarse por voluntad propia, o hasta ser capturados y condenados a cadena perpetua o a muerte.
Por último, están los llamados spree killers, similares a los asesinos seriales, “pero con la diferencia de que matan súbitamente a muchas personas y en periodos de tiempo muy cortos; el serial, por el contrario, se toma su tiempo para cometer cada asesinato”.53 Ninguno de los dos suele tener ningún tipo de relación previa con la víctima; muchos de ellos han sido excombatientes en alguna guerra al servicio de una institución militar. Como si de algún modo revivieran, con su ataque, lo experimentado en otro momento.
Otro aspecto, anotado por Silvia Tendlarz y Carlos Dante García,54 que hace distinto al asesino en masa del serial, es que el goce que aquel alcanza con la violencia que ejerce no pasa por la sexualidad; de ahí que se infiera a menudo que probablemente padezca algún tipo de trastorno mental. Se distingue también del llamado —desde el discurso oficial— “terrorista” (una de sus características subjetivas es el enlace identificatorio con un amo absoluto que hace las veces de un yo ideal que exige la inmolación, para entrar a hacer parte de cierta grandiosidad). El asesino serial, como veremos en el caso de J. A., impresiona por su modo de proceder, pues generalmente sus crímenes están revestidos de un sadismo extremo, acompañado de la necesidad de tomar el control de la víctima.
Raramente, el asesino serial obtiene una ganancia material; el motivo siempre obedece más a una ganancia que se puede definir como un plus de satisfacción psíquica. “Las víctimas representan un valor para el asesino; esto se explica al descubrir que presentan un método específico para matar”.55 Por lo demás, contrario a lo que sucede con “los asesinos en masa, no planean entregarse ni realizar ataques suicidas”,56 pero dado que no se detienen, casi siempre avanzan hasta su aprehensión y severo castigo.
La cuestión del crimen es compleja, no se ha dicho al respecto la última palabra, pues tratándose de algo tan humano no existe una sola teoría que lo explique, sino abordajes diversos y argumentaciones concordantes y disímiles. Una hipótesis de partida, que se puede plantear, es que la proliferación del crimen, en sus distintas modalidades, es una de las formas como se manifiesta, en nuestro tiempo, la caída de la identificación simbólica al ideal; con ello, la caída del principio de autoridad que debilita la inclusión social y contribuye a la implantación de un yo ideal encarnado por un Uno supremo absoluto, tal como sucede en el caso del fundamentalismo.
Quien pretenda presentarse como un experto en asuntos forenses, referidos al crimen, tiene la responsabilidad ética y epistemológica de ponerse al tanto de los distintos debates sobre el crimen, el criminal y el castigo; de lo contrario, no podrá estar a la altura de su tarea. En la actualidad, es común encontrar que la manera de algunos “expertos forenses” de escapar al proceso de estar informados sobre los conflictos clínicos y teóricos, inherentes al problema del crimen, es convertirse en técnicos, orientados por la evaluación y por un resultado a obtener. Otro refugio que usan, para ponerse a salvo de la responsabilidad del acto, es el de la burocracia administrativa, en donde hay que preocuparse únicamente porque las cosas marchen sin ningún contratiempo y que sean rentables.
Composición del texto
En el capítulo 1 se hace un debate disciplinar sobre el crimen, la posición del criminal frente a este, al Otro de la ley y al castigo. Se hace también un análisis del modo como se posiciona el psicoanálisis respecto al crimen y el delito, y por qué no comparte la orientación hacia una biologización de las conductas criminales, ni se inscribe en concepciones genéticas, neuronales, en discursos morales, ni en explicaciones sociológicas y culturalistas. Se argumenta por qué la distancia que separa al criminal del que no lo es resulta menos amplia en el plano de la subjetividad de lo que se supone. Tanto para Sigmund Freud, como para Jacques Lacan, hay una intimidad del ser humano con el crimen; de ahí que ninguna ley pueda exigirle que mientras duerma no tenga sueños inmorales, o que al estar despierto no