Pasar por la vida sin transgredir la ley no es algo sencillo para ningún ser humano. La posición de respeto a la ley es una conquista que se relaciona con una ética ciudadana, y no con un instinto de adaptación a lo social, que es común encontrar en los organismos vivos, pero complicado de lograr en los sujetos de lenguaje. Ningún ser de lenguaje se acoge gustoso a la ley, cuya función es prohibir; por eso, hay que educarlo con esfuerzo para que renuncie a la parte de sí que lo empuja a la transgresión y al daño. En lo más íntimo de cada ser humano se alberga una voluntad transgresora de la ley, voluntad a la que desde el psicoanálisis se llama “pulsión”. Esta voluntad es silenciosa, y respecto a la misma, cada ciudadano tiene gran responsabilidad, debido a la crueldad que involucra.
Así como para la sociología no hay nada más normal que el crimen, para el psicoanálisis no hay nada “más humano que el crimen”. Esto quiere decir que mientras existan seres humanos y organización social el crimen nunca desaparecerá de la faz de la tierra. No es gratuito que en el origen mítico de la sociedad se establezca la prohibición de tres delitos —el homicidio, el incesto y el canibalismo—, de los cuales únicamente el último parece más o menos superado socialmente.
Intimidad humana del crimen
En un texto titulado “La responsabilidad moral por el contenido de los sueños”,16 Sigmund Freud da cuenta de que es tan íntimo el crimen para cada ser humano que ninguna ley puede exigir que, al estar dormido, no tenga sueños inmorales, o que, al estar despierto, no tenga fantasías criminales. Un psicoanalista, en la clínica de todos los días, se encuentra con personas que, pese a comportarse en la vida como seres pacifistas, que hacen prevalecer los intereses ciudadanos sobre los propios, a menudo tienen sueños nada morales.
Los “sueños inmorales” son aquellos cuyos “contenidos son de egoísmo, de sadismo, de crueldad, de perversión, de incesto”.17 Freud dice, en el texto citado, que incluso un juez tiene derecho a tener sueños inmorales y nadie lo puede castigar por eso, aunque sin duda él mismo se lo puede reprochar internamente y juzgarse indigno de su profesión. De igual modo, puede suceder, por ejemplo, con un defensor de derechos humanos o con un procurador de la república, que son personajes de los que se puede esperar pulcritud del lado del yo racional, pero no así del lado de su inconsciente sexual y agresivo.
Jacques-Alain Miller nos recuerda que “Freud se pregunta sobre la implicación del sujeto en el contenido del sueño: ¿el sujeto debe sentirse responsable? En el sueño ocurre que uno es un asesino, mata, viola, hace cosas que en el mundo de la realidad merecerían castigos severos previstos por la ley”.18
El sueño tiene dos contenidos, uno manifiesto y otro oculto. El primero puede ser color de rosa; pero el segundo, la mayoría de las veces, está hecho de la realización de deseos que un ciudadano que se considere a sí mismo inscrito en la razón moral no aceptaría.
Para el psicoanálisis, lo amoral hace parte tanto de mentes enfermas y de criminales desalmados como de los hombres moralmente “buenos” e incapaces de cometer crimen alguno. La diferencia entre un criminal y un ser que no lo es radica en que mientras el primero ha fracasado en la civilización de sus pulsiones agresivas y sexuales, el segundo ha logrado abstenerse de actos inmorales, mediante la construcción de una ética que implica detenerse antes del acto transgresor, e inscribirse en principios opuestos al daño al semejante o a la corrupción facilitada por un poder atribuido.
Si un crimen monstruoso-excesivo escandaliza y suele pedirse para el victimario un castigo severo —pena de muerte o cadena perpetua—, es porque se ve allí reflejada una parte obscena de nosotros mismos, que estimamos ajena y preferimos localizar afuera, en un Otro socialmente considerado malo, monstruoso, desadaptado y peligroso para la vida en sociedad. Cada quien prefiere lejos de sí la maldad, puesta en otros seres considerados canallas, a no ser que llegue a cierto margen de honestidad perversa y declare: “Yo soy un bandido y es así como viviré y moriré”. La honestidad de Jhon Jairo Velásquez Vásquez (alias Popeye), el conocido sicario del fallecido narcotraficante colombiano Pablo Escobar, consiste en decir: “Soy un bandido y ahora que salgo de la cárcel estoy preparado mejor que nadie para la guerra o para la paz”. La deshonestidad del político criminal y corrupto consiste en decir que se ha sacrificado por los demás y que lo malo que se dice de él son calumnias de la oposición o un complot de sus enemigos políticos.
El lado horrible, reprochable, es lo que el psicoanálisis, gracias al descubrimiento del inconsciente y la “pulsión de muerte”,19 “le ha agregado a la idea de nuestro ser”.20 Cada quien tiene la responsabilidad social de hacerse cargo de esa parte inmoral que lo constituye como un ser reacio al vínculo civilizado, parte que, de distintas maneras, aflora en la conciencia de cada uno, y de la que socialmente sus máximos representantes son los criminales fríos, monstruosos e inconmovibles frente al dolor ajeno. Estas mismas tendencias también las encontramos, por ejemplo, en los nominados “delincuentes de cuello blanco” y en aquellos que en nombre del bien y de la moralidad, o de algún ideal supremo, han cometido crímenes atroces.
“Freud considera que toda conciencia moral y la elaboración teórica y práctica del discurso del derecho son reacciones al mal que cada [uno de nosotros percibe en lo más profundo de su ser]”.21 El derecho es una respuesta destinada a limitar el mal que hay en cada ser social. El mal se regula en lo subjetivo mediante la adquisición cultural de sentimientos de piedad, altruismo, compasión, vergüenza; y en lo social, gracias a la prohibición y el respeto a la ley. Estos sentimientos faltan en aquellos seres que no se conforman con ser monstruos tímidos, pues asumen abierta y descaradamente el deseo de hacer el mal. El delincuente absoluto o el criminal radical es aquel que se orienta en la vida regido por un empuje hacia el mal, a tal punto que insiste hasta ser detenido por la fuerza o por el límite de la muerte.
De acuerdo con el razonamiento realizado hasta aquí, es crucial para una sociedad ocuparse de trabajar en la construcción de una ética ciudadana como prevención del crimen. En las universidades del país, con el auge de la tecnología, se forman profesionales técnicamente muy competentes para responder a las exigencias de la producción capitalista, pero ser un profesional calificado no garantiza ser un ciudadano con capacidad de cultivar una ética de la vida que tenga como principio evitar transgredir la ley, así exista la oportunidad de hacerlo, o nunca ponerle precio a la vida de un semejante, por muy útil que resulte. Se le pone precio a la vida cuando una sociedad necesita la eliminación de cierta cantidad de seres humanos. En los casos en que esto sucede, se “sale del dominio del derecho y se entra en el de la política”.22
El acto de Harry Truman de “tirar la bomba atómica sobre Hiroshima”23 fue criminal y, en sí mismo, absolutamente demencial. Pero, como lo indica Jacques-Alain Miller, son actos que el derecho no juzga, actos que no entran bajo la pregunta que se hacen los criminólogos de hoy sobre quién puede ser ese sujeto que decide acabar con tanta gente de un solo golpe. Tampoco nadie se pregunta cuál era la personalidad de Truman; a nadie se le ocurre clasificarlo como portador de un “trastorno de personalidad” o de un trastorno mental transitorio o permanente, como se hace, por ejemplo, con Hitler. Truman hizo lo que hizo a pesar de que se le aconsejó no hacerlo, y lo hizo contra la población civil indefensa.
El día oscuro en el que se lanzó la bomba atómica quedó como un hecho histórico que hizo parte de la guerra. Nadie, dice Miller, lamenta lo sucedido, porque en ese momento era preferible que fueran muertos los japoneses a que continuaran resistiendo el ataque de los americanos y emplearan, contra estos, bombarderos suicidas. Este hecho ilustra algo que en la contemporaneidad se encuentra instalado y legitimado: que el crimen ha entrado a hacer parte de un “cálculo utilitarista”. No se encuentra, en dicho cálculo, “el goce de la sangre humana, sino más bien cierta frialdad”.24 “Ahora se hace todo en nombre de lo útil, eso limpia el ‘matar’ de toda crueldad, allí donde antes había un gozar del castigo”.25
Es responsabilidad de un psicólogo forense, esté o no orientado por el psicoanálisis, encontrarse en condiciones de abordar y profundizar los debates aludidos en este texto; deberá contar con ellos en su práctica forense, pues, de lo contrario, no pasará de ser un auxiliar