Con el paso del tiempo, se une a la militar la función ministerial o de servicio al monarca en el gobierno del Estado. Característica de estos dos estamentos es su carácter privilegiado, concretado fundamentalmente en la exención del pago de impuestos.
Nos queda por hablar del tercer estamento, el estado llano.
Para definirlo debemos hacerlo negativamente: lo conforman quienes no pertenecen ni a la nobleza ni al clero. Fácil es imaginar la fisonomía variopinta que ofrece el estado llano: agricultores, comerciantes, artesanos, etc. Cierto es que entre el clero y la nobleza podemos encontrar subgrupos claramente diferenciados: alto y bajo clero; nobleza provincial, cortesana, de toga.
Pero es también indudable que el estado llano es una caja de Pandora: en él agrupamos desde miserables mendigos hasta acaudalados banqueros. El número mayoritario está formado por los campesinos. Pero el grupo que sin duda será el protagonista es la burguesía.
Etimológicamente, burgués es el que vive en el burgo, en la ciudad. Desde la Baja Edad Media los burgueses ascienden en número y en la escala social: acaparan las actividades comerciales, ocupan las funciones administrativas, descollan en las tareas intelectuales y en el magisterio. La burguesía hace avanzar el tiempo histórico en forma cada vez más acelerada: es la fuerza de los hombres que aspiran a ser algo más, a ser alguien, y que pueden hacerlo, pues ejercen el poder financiero —que no determina pero sí facilita los medios— y la capacidad intelectual para llevar la iniciativa de los acontecimientos y arrastrar a los demás.
2. El Nuevo Régimen
Si intentamos ahora trazar un bosquejo de las características principales del Nuevo Régimen lo primero que salta a la vista es el derrumbe de aquel edificio perfectamente trabado de creencias, verdades absolutas y principios establecidos. Domina un pluralismo: todo se ha relativizado. Los dogmas no caen bien en el nuevo orden. Se acepta universalmente lo que la humana razón ha demostrado. En todo lo demás campea el principio de tolerancia: la coexistencia de opiniones diversas y a menudo opuestas es algo que se piensa beneficioso en el nuevo sistema.
Ciertos principios, no obstante, reemplazan a las verdades absolutas del Antiguo Régimen: la soberanía popular, los derechos del hombre, el sistema constitucional son intocables. Lo bueno y lo malo en el ámbito público se identifica con lo constitucional o lo anticonstitucional, pues en el terreno de la moral tales nociones comienzan a formar parte del ámbito personal privado.
En lo político, el cambio operado es profundo y definitivo. El absolutismo es removido por una nueva filosofía política, que podemos denominar liberal, filosofía que encierra dentro de sí nociones tales como la soberanía popular, la separación de poderes, el constitucionalismo y el reconocimiento legal de los derechos del ciudadano. La democracia aún no se abre paso, si entendemos por tal el sistema político que adopta el sufragio universal.
El liberalismo mantiene el voto censitario: los ciudadanos con capacidad de sufragar —siempre serán una élite— gozan de todos los derechos civiles y políticos, mientras que el resto de la población está en posesión sólo de los derechos civiles, por los que se establece la igualdad de todos frente a la ley.
En el ámbito institucional se impone la racionalización y la centralización. El caos institucional antiguo, producto de privilegios y de costumbres inveteradas, es reemplazado por un organigrama racionalizado, donde cada función pública tiene su razón de ser. A su vez, se intenta centralizar toda la administración en el Estado, y se estrecha la dependencia de las circunscripciones locales al poder central.
La estructura social experimenta profundas transformaciones: se procura llegar a una verdadera sociedad de libres e iguales. Para eso se eliminan los privilegios de nacimiento. Frente al Estado, todos los hombres son de una sola categoría: la de ciudadanos. La igualdad del Nuevo Régimen es sobre todo la legal, pues las leyes no hacen distingos ni acepción de personas. Esto no obsta para que haya una desigualdad de funciones: sólo algunos, los más capacitados por su profesión o poder económico, gozan de todos los derechos políticos. El liberalismo fue elitista, y en líneas generales es lícito afirmar que fue la burguesía acomodada la que se hizo con el poder político9.
Entre el estado de cosas del Antiguo al Nuevo Régimen se pueden apreciar notables contrastes: ha habido mudanza, transformación, cambio, cuya causa hemos de atribuir a unos hechos históricos tan agudos que han logrado penetrar la corteza de la superficie histórica y modificarla sustancialmente. Y estos sucesos son las revoluciones.
La historiografía reciente gusta hablar de Revolución Atlántica para referirse a los procesos de cambio que se dan en Europa y América entre 1770 y 1850. La Revolución francesa, la emancipación de las colonias inglesas de América del Norte, y la independencia de Iberoamérica unas décadas después responderían al mismo proceso histórico10. La unidad estaría dada por los mismos principios teóricos, herederos de la Ilustración europea, y que hemos denominado liberales. A este sustrato ideológico nos referiremos a continuación.
1 Cfr. J. BODIN, Les six livres de la République, Scientia Verlag, Aalen 1961.
2 J.B. BOSSUET, Politique tirée des propres paroles de l’Ecriture Sainte, Paris 1709, V, 4.1, p. 240.
3 Ibidem.
4 T. HOBBES, Leviatán, I, 11.
5 Ibid., II, 17.
6 M. D’ADDIO, Storia delle dotrine politiche, ECIG, Genova 1992, I, p. 443.
7 T. HOBBES, Elementos de derecho natural y político, II, 10, 5.
8 Para una visión general de las doctrinas políticas de Hobbes, cfr. M. RHONHEIMER, la filosofia politica di Thomas Hobbes, Armando, Roma 1997.
9 Para la caracterización global del Antiguo y Nuevo Régimen, hemos seguido en parte a J.L. COMELLAS, De las revoluciones al liberalismo, vol. X de la «Historia Universal», EUNSA, Pamplona 1982, pp. 15-43.
10 Cfr. J. GODECHOT, Las Revoluciones, Labor, Barcelona 1977, p. 364-366; F. FURET y D. RICHET, La Révolution Française, Fayard, Paris 1989.
III
LA ILUSTRACIÓN
A lo largo de los siglos más característicos del Antiguo Régimen —los siglos XVII y XVIII—, bajo la aparente estabilidad de una estructura basada en la homogeneidad ideológica, se fueron desarrollando corrientes de pensamiento que irían minando dicha estructura. Algunos representantes de estas corrientes se denominaron a sí mismos «librepensadores», como queriendo subrayar las distancias que los separaban de la ideología dominante. La Ilustración será el nombre común bajo el que se agruparán los intelectuales inconformistas, que a la postre cambiarán la faz cultural e institucional del mundo occidental.
Si la Ilustración es la manifestación paradigmática de la filosofía