El escepticismo de Hume es incompatible con la vida ordinaria de una persona normal. Lo reconoce el mismo filósofo: después de negar la propia identidad —pues tampoco tenemos ninguna impresión sensible de la misma— Hume se encuentra «absoluta y necesariamente determinado a vivir, a hablar y a obrar como los otros hombres, en los asuntos ordinarios de la vida»2. Se decretaba así la derrota de la filosofía, que no era capaz de resolver los problemas más ordinarios de la existencia humana.
En el ámbito moral, Hume identifica bien con placer y mal con dolor. La conducta humana está determinada por las pasiones, y la razón es un instrumento al servicio de la pasión para llegar al placer o evitar el dolor. Después de la crítica al principio de causalidad y la negación del alcance metafísico del conocimiento humano, Hume saca como consecuencia la imposibilidad de hacer derivar el deber ser del ser, es decir, de la naturaleza humana entendida en sentido normativo.
Hume dedicó dos obras específicas a la filosofía de la religión, los Diálogos sobre religión natural, e Historia natural de la religión. El estudio de la religión, piensa Hume, se debe hacer desde la óptica de la antropología. Es decir, interesa estudiar no tanto la esencia y los atributos divinos en cuanto tales, sino el sentimiento religioso que el hombre posee.
Para Hume la religión es un tipo de filosofía. Como ocurre con cualquier otro tipo de saber, la religión no puede superar el ámbito de la experiencia, si tiene la pretensión de ser verdadera:
«Toda filosofía del mundo y toda religión, que son especies de filosofía, no serán nunca capaces de llevarnos más allá del curso habitual de la experiencia ni de proveernos de normas de conducta distintas de las que nos provee la reflexión sobre la vida común»3.
En su Historia natural de la religión, Hume trata de establecer el origen del sentimiento religioso. El filósofo considera que se encuentra en el terror a la muerte, en el miedo a la infelicidad reservada a los malos y en el deseo de felicidad prometida a los buenos. Estos sentimientos son, en realidad, pasiones, y son la causa de la tendencia universal a creer en un poder invisible e inteligente. Según Hume, esta tendencia es la marca que el artífice divino dejó impresa en su obra. Las religiones históricas han desfigurado la imagen de la divinidad, mezclando la verdadera religión con la superstición, el fanatismo y la intolerancia.
¿Cuál es para Hume la verdadera religión? El escepticismo reaparece con renovado vigor: «el único punto de la teología en el que encontramos un consenso del género humano casi universal es que existe en el mundo un poder invisible e inteligente; pero si este poder es supremo o subordinado, si se limita a un solo ser o se distribuye en varios, y cuáles atributos, cualidades, conexiones o principios de acción deberían asignarse a ellos, respecto a todos estos puntos, existe la mayor diversidad entre los sistemas vulgares de filosofía»4. Dios es más bien un objeto de culto en el templo que de discusión entre escuelas. La religión es un hecho psicológico que no se puede eliminar de la naturaleza humana, y se reduce a un simple sentir de carácter instintivo, sin fundamento racional ni sobrenatural.
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La artificiosidad de los sistemas racionalistas, la falta de contacto con la experiencia sensible, el atenerse a las definiciones arbitrarias más que a la realidad propuesta por el sentido común, todos estos elementos serán objeto de la crítica de los ilustrados.
Sobre todo Condillac y Voltaire acusarán al racionalismo de ser una construcción imaginaria y artificial. La Ilustración del siglo XVIII mirará más bien, aunque no únicamente, hacia la filosofía británica de corte empirista. Pero esta dirección del pensamiento terminaba en el escepticismo: la metafísica como conocimiento último de la realidad de las cosas será sólo una quimera; la teología como ciencia, una contradicción; la moral objetiva se convertirá en una ética hedonista y utilitarista.
Habrá que esperar hasta el siglo XX para encontrar propuestas filosóficas que, aceptando el punto de partida de la Modernidad —es decir, la subjetividad—, recuperen el ámbito del ser.
Esta será la tarea del espiritualismo y del personalismo contemporáneos. En tales propuestas, el sujeto no se identifica con la conciencia, sino que es un sujeto que al mismo tiempo es un ser.
La síntesis de la filosofía del ser con la perspectiva subjetiva libera a la filosofía tradicional del objetivismo del que ha sido frecuentemente —y no sin razón— acusada, y contemporáneamente abre al sujeto a la riqueza de la comunicación con el Absoluto y con los otros seres creados5.
2. Introducción a la Ilustración
Ilustración, Aufklärung, Enlightenment, Illuminismo, Les Lumières son palabras que, en lenguas distintas, sirven para identificar un movimiento cultural, una forma de ver el mundo, una Weltanschauung que, si bien contiene elementos filosóficos evidentes, supera el campo estrictamente filosófico.
Cronológicamente, la Ilustración pertenece al siglo XVIII, y es un fenómeno cultural eminentemente europeo, cuyos desarrollos más importantes se producen en Inglaterra, Francia y Alemania. El periodo histórico marcado por la Ilustración, cargado de estímulos intelectuales y filosóficos, pero carente, al mismo tiempo, de una figura que sea un punto de referencia obligatorio, es, en este sentido, análogo al periodo renacentista. Hay un ambiente filosófico que lo abarca todo: en esto reside su especificidad, en ser un ambiente, una forma de pensar.
Inmanuel Kant trató de definir este nuevo estado de la cultura. En un opúsculo titulado ¿Qué es la Ilustración? , Kant responde a la pregunta retórica del siguiente modo: «La Ilustración es la salida del hombre de su estado de minoría de edad, que debe imputarse a sí mismo. Minoría de edad es la incapacidad de valerse del propio intelecto sin la guía de otro. Imputable a sí mismo es esta minoría, si la causa de ella no depende del defecto de la inteligencia, sino de la falta de decisión y de valentía para hacer uso de la propia inteligencia sin ser guiados por otros. Sapere aude! ¡Ten la valentía de servirte de tu propia inteligencia! Es este el lema de la Ilustración»6.
Como se desprende de la definición kantiana, la llave teórica de la Ilustración está constituida por la razón. Pero ¿de qué razón se trata? No es la racionalista de los sistemas metafísicos del siglo XVII, aunque haya heredado el optimismo en su capacidad.
Es más bien la razón empirista de los ingleses, que invita a permanecer dóciles a los datos de los sentidos y a los resultados de los experimentos. La razón ilustrada no será ya el lugar de los espíritus, el depósito de las ideas innatas, sino una razón entendida como facultad, como capacidad de conocer. Capacidad o fuerza inagotable, que llevará hasta el conocimiento de los misterios insondables de la naturaleza. El apegamiento de la razón dieciochesca a la experiencia sensible ayudará al desarrollo de las ciencias naturales: botánica, química, zoología, historia natural, medicina.
Por otro lado, la fe en la capacidad de la razón se manifestará en otro concepto clave para entender la Ilustración: la noción de progreso. El intelectual de este periodo considera que la extensión de las luces llevará a una vida más humana, más prudente y más confortable. La Ilustración será el primer periodo de la historia en la que surge una disciplina nueva: la filosofía de la historia. Con ella se emprende un análisis de la historia humana desde un punto de vista universal y progresivo. La historia es el desarrollo de la razón, que hace que el hombre salga de las tinieblas medievales y entre en el reino de la racionalidad.
Esta visión optimista y progresiva de la historia está muy relacionada con otra de las características de la razón ilustrada: el rechazo de la tradición. Todo fenómeno