Las palabras de Castillejo, que posteriormente será eficaz secretario de la Junta para Ampliación de Estudios, nos iluminan sobre otra faceta de la personalidad de Giner y su visión de la mujer, al tiempo que nos explican su opción de vida personal en términos de rendida admiración, como es habitual en los discípulos de don Francisco.
La mujer «nueva» krauso-institucionista, idónea compañera del hombre nuevo, habría de surgir, como éste, de la maltrecha clase media española y ascender hasta el ideal por la vía pedagógica, sin perderse en movimientos vociferantes ni saltar a las barricadas, pues los gestos violentos y las posturas de presión herían profundamente la sensibilidad del grupo encabezado por Giner.
La labor de Giner y, por extensión, de la Institución Libre de Enseñanza, en pro de la rehabilitación de la mujer, aunque restringida a sectores burgueses minoritarios, no debe ser despreciada; es la continuación del camino iniciado por Sanz del Río y Fernando de Castro, y encontrará plena consolidación cuando la Institución, a través de una serie de organismos oficiales, esté en condiciones de darle al «espíritu de la casa» mayores vuelos.
Los Congresos Pedagógicos de la Restauración: la destacada participación de la Institución Libre de Enseñanza en pro de la educación de la mujer
La tradición de los Congresos Pedagógicos nace en Alemania en 1848, cuando el doctor Kroeger convoca el primero, la Asamblea de los Maestros Alemanes del Norte, en Hamburgo; desde entonces, los maestros germanos celebraron un Congreso anual, y dos a partir de 1871 (el de la Asamblea y el Congreso de los Delegados de las Asociaciones de Maestros); entre 1854 y 1860 se prohibió a los maestros prusianos la asistencia a este tipo de encuentros por considerarlos la autoridad manifestaciones políticas de tendencia democrática.
En el último cuarto del siglo XIX el movimiento de los Congresos Pedagógicos es general en casi toda Europa y sus ecos llegan también a España: en 1870 Fernando de Castro convoca un Congreso Nacional de Enseñanza, que no llegó a reunirse; en 1876 la Sociedad Barcelonesa de Amigos de la Instrucción trató de reavivar la idea infructuosamente, como le ocurrirá en 1878 a la Academia de Maestros de Madrid. Mayor éxito tiene la iniciativa del Fomento de las Artes, presidido por el institucionista Rafael M.a de Labra, que consigue la celebración del Congreso Nacional Pedagógico de 1882.
Congreso Nacional Pedagógico de 1882
Se celebró en el paraninfo nuevo de la Universidad Central entre el 28 de mayo y el 5 de junio de 1882[72]. De un total de 2.182 adhesiones, 431 son de mujeres.
Por parte de la Institución Libre de Enseñanza participaron en el Congreso los siguientes ponentes: Azcárate, José de Caso, Cossío, Joaquín Costa, Francisco Giner, Hermenegildo Giner, Rafael M.a de Labra, José Ontañón, Ruiz de Quevedo, Torres Campos, Juan Uña y Joaquín Sama.
El programa constaba de seis temas de discusión[73], de los cuales hay dos que conciernen especialmente a la mujer: el cuarto, sobre las escuelas de párvulos y si deben ser maestros o maestras quienes las rijan, y el quinto, sobre la reforma de las Escuelas Normales y el carácter que ha de revestir la cultura femenina.
El cuarto tema, discutido en la sesión ordinaria de 1 de junio, provocó intensos debates; la opinión más generalizada se pronunció a favor de que las mujeres regentasen las escuelas de párvulos por su disposición maternal y su mayor ternura y capacidad para comprender a la primera infancia. Los ponentes de la Institución fueron más allá en sus argumentos y abogaron también por la coeducación y, así, Joaquín Sama define la escuela como
una preparación para la vida; reflexionemos y pensemos que la escuela debe ser copia, en pequeño, de cuanto pasa en la sociedad […]. ¿Cómo se sostiene que en la escuela deben los sexos estar separados? Pues qué, ¿lo están en la vida? (Aplausos)[74].
Francisco Giner aduce que en muchas comarcas del norte de España las escuelas mixtas son una realidad y que reina en ellas un respeto y una cortesía de las que, con frecuencia, está carente el sistema de separación de sexos.
El Congreso concluyó esta sesión apuntando:
Que las escuelas de párvulos deben ser dirigidas por Maestras […].
La unión de los sexos debe terminar en las escuelas de párvulos y aun debiera verificarse esta separación antes de los siete años, por lo perjudicial que es tener ciertas confianzas, aunque pueriles, familiares, con individuos que no son de una misma familia […][75].
Frente a estas conclusiones, los profesores de la Institución habían presentado para su aprobación otras defendiendo el sistema fröbeliano y los jardines de infancia como métodos más adecuados para instruir a los niños pequeños.
Su proyecto, en este punto, sólo tuvo éxito parcial en lo referente a la dirección de las escuelas de párvulos por maestras, éxito refrendado por las medidas tomadas al respecto por Albareda, quien, como ministro de Fomento, inspiró el Real Decreto de 17 de marzo de 1882 que confiaba en exclusiva a la mujer la educación de los párvulos y reorganizaba el programa de estudios de las futuras maestras. El asunto de la coeducación era aún espinoso y sobre él planeaban los fantasmas de una tradición pacata y morbosa, que no veía más que pecado en la aproximación de seres de distinto sexo.
Más arduas fueron las discusiones sobre el tema quinto. A favor de una educación completa para la mujer y del acceso de la que lo desease a los niveles superiores, se pronunciaron Pedro de Alcántara García[76], Encarnación Martínez de Marina y Adela Riquelme; otros ponentes subrayan que la educación de la mujer ha de procurar ilustrarla en el cumplimiento de sus «sagrados deberes» matrimoniales y maternales y, por último, otros se niegan en redondo a que la mujer curse una carrera universitaria. El maestro burgalés Agustín Ruiz Yanguas no se muerde la lengua:
No vayáis a creer que yo quiero bachilleras y doctoras; nada de eso; no quiero que la mujer estudie en la cabecera del enfermo la marcha de una dolencia; no quiero que vaya al foro a defender el derecho de sus clientes, no; su sensibilidad se atrofia, su honra padecerá, y la honra es la vida de la mujer […].
[…] Deseo que la mujer adquiera la bastante y suficiente educación para llenar los sagrados deberes de la maternidad, que sea la directora de la casa […][77].
El representante del magisterio portugués, José Antonio Simoes Raposo, después de criticar los postulados de Stuart Mill sobre la educación de la mujer, ironiza, con gran regocijo por parte de los oyentes, imaginando las desgracias que ocurrirán en un hogar dirigido por una universitaria:
[…] si queréis a la mujer diputada, senadora, generala y ministra, ¿dónde vais a colocar al hombre? […] Yo de mí os diré solamente que no me gustaría tener una mujer que cuando le dijera: «Dame mi camisa y mi cuello», me contestase: «Déjame, que estoy preparando una interpelación al Sr. Ministro de la Guerra». (¡Muy bien! ¡Muy bien! Aplausos)[78].
Los profesores de la Institución presentaron un bloque de propuestas solicitando que se facilitase a la mujer una educación lo más amplia posible:
En cuanto a la mujer y su cultura, cualesquiera que sean