»Aceptó la sugerencia y telefoneó desde el mismo local. El abogado llegó casi dos horas más tarde.
»También yo sentí la necesidad de aligerar mi responsabilidad y telefoneé al comando. Me respondió de nuevo el mayor Lombardo, al que dije haber abierto la caja fuerte y que consideraba oportuno que él mismo o el coronel estuvieran presentes. Me dijo que estaban muy ocupados, que estuviera tranquilo y que procediese según mi criterio. Entonces le pedí que me pasase al coronel Bianchi, al que simplemente dije: ‘No puedo ser más explícito… por favor… debe venir usted mismo’. Ninguna duda: ‘Actúe según su criterio, llego en diez minutos’, respondió.
»Podían ser las 14 horas y sentí verdadero alivio.
»El comandante llegó enseguida, acompañado del mayor. Salí a su encuentro y les dije que en la documentación figuraban nombres de personajes importantes, entre ellos, el de nuestro comandante general.
»Una vez en el despacho les hice ver el listado con los diversos inscritos en la logia y, obviamente, las carpetas sectoriales y la restante documentación.
»Estábamos de pie, con el listado sobre la mesa. El coronel recorría los nombres y, en cierto momento, comenzó a decir: ‘Carluccio… están todos… están todos… están todos…’. No entendía y le pregunté si la cosa era importante. ‘Importantísima’, respondió. Insistí: ‘¿Pero quiénes son esos todos’. ‘Los servicios secretos’, fue la respuesta.
»En aquel momento llegó su conductor para avisarle de que lo buscaban al teléfono (su auto no lo tenía). Se ausentó por unos minutos. Enseguida supe que le había llamado el comandante general de la GF.
»El coronel Bianchi, que había asumido la dirección de la diligencia, se puso en contacto con los magistrados, que ordenaron fuese intervenida la documentación para proceder a su examen.
»Mientras nosotros los suboficiales procedíamos a redactar las actas y a recopilar la documentación, el coronel, siempre en el mismo despacho, discutía con el abogado Giacomo Boniver, que cuestionaba el modo de proceder en la intervención de los documentos y expresaba la decisión de no firmar el atestado.
»Sugerí al letrado que dejase constancia de su objeción, de su puño y letra, al final del acta, firmándola para dotar de autenticidad a la discrepancia.
»Así lo hizo.
»La diligencia podía considerarse concluida.
»El coronel Bianchi me llamó aparte y me dio las órdenes siguientes:
»— telefonear en su nombre al oficial de servicio en el Núcleo Regional de la GF de Milán y pedirle que enviase dos Alfetta con cuatro agentes armados en cada una;
»— la patrulla que había llevado a cabo el registro debería volver a Milán, a bordo del Fiat Ritmo, con la documentación intervenida, viajando entre las dos Alfetta;
»— una vez en el cuartel del Núcleo en Milán, transmitir al oficial de servicio la orden de que la documentación quedase bajo custodia en la celda de seguridad (o en un armario blindado), vigilada por un agente armado con metralleta.
»Quedé admirado e impresionado. El comandante se dio cuenta y replicó: ‘Ten confianza… es necesario’.
»Todo fue puntualmente ejecutado».
4. La declaración del general Vicenzo Bianchi sobre el registro del despacho de Gelli en Castiglion Fibocchi
Cerca de un año después, el 9 de marzo de 1982, el coronel Vincenzo Bianchi —promocionado ya a general de brigada— fue oído como testigo en la Comisión parlamentaria de investigación sobre la logia masónica P2, que había sido instituida por ley9. Su relato de la jornada del 17 de marzo de 1981 completa el debido al mariscal Carluccio y es igualmente expresivo10.
«Llegué a Arezzo en las primeras horas del día 17 y me dirigí a la sede del Comando de la GF. Estaba conmigo el teniente coronel Lombardo11. A las 9 se dio comienzo a las actuaciones de policía judicial de conformidad con lo dispuesto en la resolución del juez instructor Turone y según el plan diseñado al efecto. Solo cuando la operación estaba en marcha, dije a los colegas de Arezzo cuál era el objetivo de nuestra misión. En torno a las 10 di noticia sintética de las operaciones a mis superiores directos y al Comando General, hablando con el colega Farnè, entonces coronel […]. Hasta las 13 horas no se produjeron novedades relevantes […].
»Hacia las 14 me llegó una comunicación, llevada en mano por un suboficial: habían telefoneado del Comando General, diciendo que el comandante general me buscaba.
»Nada más recibirla me dirigí a Castiglion Fibocchi, debido a que el mariscal mayor Carluccio, que dirigía la operación de policía judicial (era un suboficial, pero desde hacía años llevaba el caso Sindona, y conocía sus vicisitudes procesales), nos había advertido que era necesaria nuestra presencia. En efecto, había habido problemas con la señora Carla Venturi, secretaria de Gelli, que trató de salir de la habitación con el bolso en el que tenía las llaves de la caja fuerte; había sido interceptada, se habían intervenido las llaves de la caja fuerte, pero había que superar algunas dificultades.
»Con mi colega Lombardo, decidí ir allí antes de nada. Una vez en el lugar, me percaté enseguida de cuál era la situación, dado que se había abierto la valija próxima a la mesa del despacho y también la caja fuerte. En la primera había treinta sobres sellados —que seguían estándolo— y en la segunda estaban los papeles de la logia masónica P2.
»En torno a las 15.30 llamé desde el radioteléfono de mi automóvil, al colega Farnè […]. Me dijo: ‘Te busca el comandante general. Puedes llamarle sobre las 4, porque estará en el Comando General’.
»Inmediatamente después, desde el mismo auto, telefoneé al juez Turone para contar con su apoyo en una decisión bastante delicada. Ya estaba seguro de la decisión que había que tomar, dada la clara relación de los documentos con el motivo del mandamiento de entrada y registro y la intervención de efectos12. A mi juicio, este autorizaba a intervenir en bloque toda la documentación hallada. Por teléfono, le describí el contenido de los sobres sellados, según lo rotulado en su exterior, y lo que había en la correspondencia de la P2. Recibí la orden de ocuparlo todo, con la que estuve plenamente de acuerdo, en vista de que había también documentación directamente relacionada con el caso Sindona […].
»Al finalizar esta llamada, siempre desde el auto, llamé al comandante general de la GF. Creo que sería poco antes de las 16 horas. Le informé de que le hablaba desde el coche y me dijo: ‘¿No puedes llamarme desde otro teléfono?’. Le dije que no me resultaba posible, por hallarme en la periferia de un pueblecito; y me respondió: ‘Está bien, en cuanto puedas, me llamas desde otro teléfono’ […].
»Desde las 16 a las 18 continuó el registro, del que se redactó un atestado con el necesario detalle13. A las 18 concluyó la operación.
»Después me trasladé al cuartel de la GF de Arezzo y llamé de nuevo al comandante general […], que me dijo: ‘Sé que allí has encontrado las listas14. Te comunico que yo también figuro en ellas. […] Ve con cuidado, que están los más altos cargos’. (Yo entendí que ‘del Estado’, no que se refiriese al cuerpo […]). Luego añadió estas palabras textuales: ‘Ten cuidado, que el cuerpo se hunde’. Respondí: ‘Excelencia, puede tener la certeza de que el cuerpo no se hunde’. Añadió: ‘Le aconsejo reserva’. Respondí: ‘Esté tranquilo: por lo que se refiere a mí y a los oficiales participantes en esta operación, la reserva está totalmente asegurada’».
5. El aseguramiento de la documentación intervenida y el problema de la puesta en conocimiento del Gobierno de la República
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