Pocas líneas más adelante se afirma que «es presupuesto indispensable de la operación la constitución de un club […] en el que estén representados, al mayor nivel, operadores empresariales y financieros, exponentes de las profesiones liberales, administradores públicos y magistrados, así como hombres de la política, poquísimos y muy selectos, que no superen el número de treinta o cuarenta». La previsión de las reducidas dimensiones de este «club» demuestran que no se habla de la logia P2 en su conjunto, sino de un organismo mucho más reducido de hombres, de los que se indica, como irrenunciables características que «deben ser homogéneos por razón de su modo de sentir, desinterés, honestidad y rigor moral».
Sigue la indicación de las tareas y de la propia razón de ser del «club». Deberá operar como «un verdadero y propio comité de garantes en relación con los políticos que asumirán la responsabilidad de ejecutar el plan y con las fuerzas amigas nacionales y extranjeras que le prestarán apoyo». Y, además, deberá «establecer de inmediato una relación válida con la masonería internacional».
En otros términos, los hombres del «club» deberán tener la cuota de participación necesaria para vigilar con autoridad la evolución de las presiones (o golpe reptante) y para garantizar su buen resultado, manteniendo también los contactos necesarios a alto nivel con los ambientes nacionales e internacionales idóneos y dispuestos a apoyar tal sofisticado proyecto subversivo.
Después, el «Plan» entra en los particulares de los procedimientos que adoptar para obtener los resultados apetecidos.
Así, en relación con el mundo político, es necesario, ante todo, «seleccionar a los hombres […] a los que puede encomendarse la tarea de promover la revitalización de cada área de la parte política». Luego será necesario «dotar a los seleccionados de los instrumentos financieros suficientes […] para que puedan acceder a una posición predominante en sus respectivos partidos».
De inmediato, la atención se proyecta sobre la prensa. Mejor, sobre los periodistas, dado que «la presión sobre la prensa debe ejercerse en el nivel de los periodistas a través de una selección». Más precisamente, también en relación con los periodistas el «Plan» prevé una selección oculta, concebida de este modo: «Será necesario elaborar una lista de al menos dos o tres elementos, para cada diario o periódico, de modo que ninguno de ellos sepa del otro. La acción deberá conducirse como mancha de aceite, o mejor, en cadena, por no más de tres o cuatro elementos que conozcan el ambiente». Es obvio que el control de la prensa se conecta directamente con el del mundo político: «A los periodistas captados deberá encomendárseles el papel de ‘simpatizar’ con los exponentes políticos seleccionados del modo ya dicho».
Inmediatamente, tres imperativos categóricos: 1) adquirir algunos semanarios de batalla; 2) coordinar a toda la prensa provincial y local a través de una agencia centralizada; 3) coordinar a muchas televisiones por cable con la agencia para la prensa local; 4) disolver la RAI [Radiotelevisión Italiana] en nombre de la libertad de antena.
En fin, a medio y largo plazo, el «Plan» prevé reformas radicales en materia de ordenamiento judicial, capaces de amenazar la independencia de la magistratura: responsabilidad del ministro ante el Parlamento por las actuaciones del ministerio público, reforma de Consejo Superior de la Magistratura, que deberá responder también ante el Parlamento.
8. Una primera actuación del «Plan de resurgimiento democrático»: la conquista de la editora Rizzoli y la ocupación de Corriere della Sera. La larga sombra de la junta militar argentina
La primera realización del «Plan» guarda relación, precisamente, con el mundo editorial y la prensa, y se produjo ya entre 1976 y 1977, cuando comenzó a advertirse el peso de Licio Gelli en el grupo Rizzoli, propietario del Corriere della Sera desde julio de 1974, y en el diario mismo. El 17 de septiembre de 1976, en Europeo, dirigido por Gianluigi Melega, apareció un artículo sobre Gelli titulado «¿Masón? No, fascista». Sumario: «Derechas subversivas, cuerpos separados, secuestros organizados: sobre estos temas la magistratura romana ha querido oír al venerable maestro de la logia Propaganda 2». Seguían otros artículos de contenido análogo, hasta que, el 2 de febrero de 1977, Gianluigi Melega fue despedido, sorpresivamente, por Andrea Rizzoli por «divergencias con el editor»24.
El grupo Rizzoli se transformó enseguida en un feudo de la logia P2. El presidente del grupo, Angelo Rizzoli, y el director general Bruno Tassan Din eran afiliados a la logia. El Corriere fue literalmente ocupado: el 30 de octubre de 1977 Franco di Bella (carnet n.º 1887 de la P2) fue nombrado director.
Mientras tanto, el 24 de marzo de 1976, concluía en Roma el XIII Congreso de la Democracia Cristiana, con la afirmación de las corrientes de izquierda de Aldo Moro y Benigno Zaccagnini sobre la derecha de Giulio Andreotti, Amintore Fanfani y Arnaldo Forlani. En aquel momento, en Italia, seguía en pie el último gobierno Moro, que caería en pocas semanas como efecto de la salida del PSI de la mayoría. De allí a poco, el resultado de las elecciones anticipadas del 20 de junio, que registraron un crecimiento consistente del PCI, produciría el efecto de incrementar la preocupación en los medios de la OTAN, ya desatada por el resultado del congreso democristiano. Y el empuje de la P2, en semejante clima, adquirió asimismo más fuerza.
Precisamente, el mismo día 24 de marzo de 1976, en Buenos Aires, los generales afines a la P2, amigos de Licio Gelli, perpetraron el golpe militar. Fue el inicio de una dictadura sanguinaria que dominaría Argentina durante cinco años con la represión violenta de cualquier forma de disidencia, practicada con métodos como la privación de la libertad sin intervención judicial, la detención en centros secretos, las torturas más escalofriantes, los homicidios (más de dos mil) y la desaparición de personas (cerca de treinta mil desaparecidos).
Pocos saben, tanto en Italia como en Argentina, que en ese 1976 ambos países compartían un serio problema: el poder oculto de la logia P2, presente y vital en uno y otro. La vertiente italiana del Sistema P2 comenzó a echar una mano a su homólogo argentino, precisamente, amordazando al corresponsal de Corriere en Buenos Aires, Giangiacomo Foà, que a partir del otoño de 1976 fue invitado a dejar de escribir sobre Argentina25. Es la primera señal de la toma de este medio por la P2 que acompañó a otras oscuras vicisitudes políticas italo-argentinas de aquel periodo.
No hay que olvidar que los más altos miembros de la junta militar —como Massera, López Rega, Suárez Mason y otros— aparecerán en las listas de afiliados a la P2. También resultará que Licio Gelli (desde 1974 consejero económico de la embajada argentina en Roma) tuvo un papel en la preparación del golpe militar. Hay una correspondencia entre él, Massera y Suárez Mason, en la que se habla de su participación en una reunión preparatoria de enero de 1976 e, inmediatamente después del golpe, Gelli escribió a Suárez Mason y a Massera congratulándose por el éxito de la operación y porque todo se hubiera desarrollado «según los planes previstos». Hay una gran armonía entre Gelli y la junta argentina implicada en la P2. Enseguida, mediante la adquisición de la editorial Abril, la P2 ampliaría su control a varias cabeceras de la prensa argentina26.
En Italia, el 29 de julio de 1976 tomó posesión el gobierno Andreotti III, con Arnaldo Forlani como ministro de Asuntos Exteriores. El subsecretario del departamento era Franco Foschi (carnet n.º 1913 de la P2). Corriere della Sera, controlado ya por la P2, contribuyó a ocultar la violación de los derechos humanos en Argentina. Su corresponsal en Buenos Aires fue definitivamente alejado.
Mientras, la junta militar argentina informó a la embajada de Italia de su decisión de no reconocer el estatus de refugiados a quienes lograsen entrar en el recinto de la misma. La embajada italiana respondió enseguida instalando tornos de acceso con mando a distancia para evitar el ingreso de eventuales solicitantes de asilo.
Las relaciones del Gobierno italiano con los generales argentinos eran cordiales. El 24 de octubre