Tragicomedia de Lisandro y Roselia. Sancho de Muñón. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Sancho de Muñón
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 4057664121400
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      Cel. Gente está á la puerta, acechando están los malogrados. Bellacos, ¿qué escuchais? Por el alma que tengo en las carnes, si con un palo salgo las cabezas os quiebre. ¿No nos dexaréis en nuestra casa vivir bien, escudriñadores de vidas ajenas?

      Eub. Como parla de talanquera.

      Olig. Tus devotos somos, señora.

      Cel. ¡Ay maldito seas! traidor, ¿tú eres? hija Drionea, en mis brazos le tengo el que tú deseabas.

      Drion. ¡Ay! ¡ay! dexámelo abrazar; ¡ay! ¡ay! ¿es él ó no? él es, dame otro abrazo, mi rey, á mi cargo que no holgarás tú tanto con mi vista como yo con la tuya.

      Olig. ¡Oh perla de quien el cielo se enamora y yo con él!

      Cel. Por tu vida, hijo, que hablábamos de tu descuido, que ni la ves ya ni la visitas, dolor de la que en tí confia. Yo la estaba reñendo porque no te enviaba á llamar, que aquí se está sola todo el dia ocupada en su labor sin maldita la recreacion de hombre.

      Eub. Eso os falta, putas.

      Drion. Déxale, que es un desconocido; mal me haga Dios si me contenta otro sino él, este corazon se me alegra cuando lo veo, y él no hace más caso de mí que si nunca me conociera; bien dicen que amores nuevos olvidan viejos; á osadas que bebes los aires por quien yo sé.

      Olig. ¿Por quién he de yo penar sino por tí?

      Drion. A la hé, por Carmisa.

      Olig. Hí, hí, hí.

      Drion. A la fe, digo la verdad; ¿mirad por quién? donosa vision.

      Cel. Calla, que quien feo ama hermoso le parece; hay ojos que de lagañas se agradan.

      Olig. No te enojes, mi Drionea; oye ántes que me juzgues por malhechor.

      Cel. De mucho como te quiere te pide celos.

      Eub. ¡Oh putas, putas! el que no os conoce os compre, por eso me voy, que quien quita la causa quita el pecado. Jesus, ya me encendia; líbreme Dios de tentacion maligna; ¡Ave María! ¡Ave María! vade retro, Satana.

      Olig. Pues no es otra cosa sino que un amigo mio bachiller la tiene á esa que dices, y el maestre-escuela súpolo, y echóle preso fasta que pague la pena de los diez florines, y yo por partes dél la voy á hablar sobre ciertas prendas.

      Cel. ¡Oh crudo y riguroso y tirano juez, que en tal caso tal ley pone! Ese robóle, digo yo, que no justicia.

      Olig. Reprendes la ley porque es en tu perjuicio y disfavor, que ella justa y buena es.

      Cel. Mientes, hablando con honor.

      Olig. Mas ¿qué es de la señora Libia, que no la veo?

      Cel. Arriba está con dolor de muelas.

      Olig. ¡Ah, señora Libia! si os tienen encerrada por gran tesoro, razon es; mas si por otra cosa, injuria es que hacen á Dios en no dexar ver sus obras.

      Libia. ¡Ay cuitada! métete en esa nasa, no suba acá el amigo de mi hermana.

      Polo. ¡Mis ojos! pláceme no te congoxes; cubre el brocal con la manta, ó trastorna la nasa sobre mí.

      Lib. Eso es mejor, esconde la falda del escapulario, que se te parece el hábito.

      Cel. No te responderá, que le duelen mucho.

      Olig. Pues, madre mia, toma el manto y vamos, que la cabeza de casa peligra y hay necesidad de tí.

      Cel. ¡Ay dolor de la que no tiene que se cobijar!

      Olig. Pídelo prestado y luégo.

      Cel. No estoy en barrio que sepan dar ni un jarro de agua.

      Olig. Ya te entiendo; toma señal, porque no pienses que serás burlada.

      Cel. En el cielo sea pagado. Drionea, hija, daca ese bernio raido, pues no hay otro.

      Olig. Quede Dios contigo, señora; yo seré más contino en adelante.

      Drion. Sí, la semana que no haya viérnes te esperaré. Mas, ¡nunca acá vuelvas, plega á Dios!

      Cel. ¿Qué mal es el de tu amo?

      Olig. Arde en amores de Roselia, y creemos que morirá, si tú, que eres única en esto, no le remedias.

      Cel. Gracias á Dios, hijo, que sus dones reparte por quien quiere, á unos da el dón de profetar, á otros de predicar, á otros de hacer milagros, á mí de sanar enfermos.

      Olig. Bien creerás, madre, que en tí, como en sagrada y postrimera áncora de su salud, tiene puesta mi amo su confianza despues de muchos remedios aplicados.

      Cel. En eso habeis errado la cura y dañado la postema del su afligido corazon, que, como dixo Séneca, la llaga á la cual muchas medicinas tocan, con dificultad llega á cicatrizar; y si el principio se yerra, no puede seguirse buen fin.

      Olig. Por tanto se pone el pandero en tus manos, que lo sabrás bien tañer.

      Cel. Ni la graveza de la herida sufre excusa, ni el precio de la cura ménos valor, por la bondad del cerujano, que la enmienda en lo no acertado es más trabajosa que el remedio en sus principios.

      Olig. Dexa esos rodeos, que tu boca será medida de lo que pidieres.

      Cel. Bien es que me entiendas, que yo vivo de mi oficio; ésta fué la herencia que me dexaron mis padres y mi tia, que Dios perdone, y como sabes que este nuestro trato sea tan peligroso, no queremos poner la mano en labor tan delicada sin ver el por qué, que cada puntada nos podria costar la vida sino fuese por nuestras buenas diligencias, aunque caro le costó á mi antecesora la negra cadenilla, que habiéndose librado del toro, cayó en el arroyo; huyendo un peligro cayó en otro, libróse de Pleberio y vino á dar en las manos de aquellos malogrados que bien escotaron la tercera parte con la vida. Dígolo, que si en estos pleitos me he de ver con vosotros, dende agora me tornaré á mi casa y me despido de entender en ello, que más quiero poco con seguridad que mucho con temor de perdello.

      Olig. Buena pró te haga lo que mi amo te diere, que ni yo seré á estorballo ni ménos despues de dado te ladraré por parte ó partecilla; allá te aven con Dios, y entremos, que abierta está la puerta.

      Eub. Señor, aquí viene Celestina.

      Lis. ¡Oh hombre sin comedimiento! Corre, baxa, dale la mano, y dile que suba su merced.

      Eub. No es mujer de tanta cuenta.

      Lis. ¡Perenal! ¿dó consiste mi bien todo y mi remedio, dices no ser señora de cuenta y de mucha honra? ¡Señora mia! ¡Señora Celestina! dame la mano, que es agra la escalera, ayudarte hé.

      Cel. A tan chico santo no tanta fiesta, mi señor.

      Lis. Pon dos coxines aquí á la señora. ¿No vienes, rapaz? ¡Ah, rapaz! dale dos bofetadas, Eubulo.

      Fil. ¡Ay! ¡Ay!

      Lis. Dale bien, manos de topo; no haréis lo que yo mando: ¡oh! cosa recia es servirse hombre de bobos y lerdos.

      Eub. Mas, ¡oh! cosa difícil servir á locos y necios.

      Olig. Calla, que la blanda respuesta quiebra la ira, y la dura la despierta.

      Lis. Ha sido tan deseada tu venida, madre mia, que bien se puede decir nunca mucho costó poco: siéntese. Ya sabrás que amor, viendo embelesados mis ojos en la contemplacion de la más hermosa que todas las mujeres, y desplegadas las velas de mi deseo en pos de su fermosura, me puso en tal estrecho, que si en esta mi cuita no me ayudas, por mejor tengo la dichosa muerte, que todos los trabajos ataja, que no la desesperada vida donde las sombras de mi tristura