Tragicomedia de Lisandro y Roselia. Sancho de Muñón. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Sancho de Muñón
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 4057664121400
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perpétua, la cual antepuso Hércules á todas las holguras presentes. Por seguir este camino angosto y estrecho de la virtud, Ephrain, aunque menor, hubo la bendicion paternal de la mano derecha que su padre Jacob, que, para morir estaba, volvió á él en contra de Manases, hermano mayor, que descuidado era en el culto divino. Al fin, por muchas tribulaciones nos conviene conseguir el reino de Dios, pues á Cristo, adalid nuestro, fué necesario padecer, y así entrar en su gloria.

      Lis. Mueves la pesada piedra cuesta arriba y das martilladas en hierro frio. Solo el afilado cuchillo del desmedido dolor que espero en el disfavor de Roselia es poderoso para me penetrar por mil partes, lo demas no.

      Olig. De diamante es tu dureza, que la sangre del torpe cabron te enternece, doma y ablanda, y no hace mella en tí la punta acerada de verdaderas razones, ni señal la palabra de Dios que á dos filos corta. Si en otro contemplases lo que en tí ver no puedes, por esa niebla levantada de la tierra sensual que lanza de tí ese tu encendido calor fasta cegarte, verias un hombre avariento y codicioso que, atados piés y manos de cadenas de oro macizo, y inhábil para cualquier cosa, por una parte desea ser desatado, porque los eslabones de la gruesa cadena le lastiman, aprietan y hieren, por otra no quiere perder ni dexar tan preciadas ligaduras, á las cuales, libre, accion ni derecho tendria; bien así tú, señor, quéxaste y buscas remedio, porque la nueva prision, con sus molestos y enojosos ñudos te causan crecido tormento, y sabes que, para verdaderamente ser suelto, has de deshacer esos lazos, que tan disformes ronchas por tantas partes afearian tu fama, y con la llave de la razon abrir el candado de los grillos y esposas con que preso estás y fuertemente ligado; y viendo esto, con desman rehusas la secreta ganzúa de viva razon que abriria la ciega cerradura de Cupido, y el radiante resplandor de la cadena con los rayos rutilantes te ciega y halaga tu prision, y te trae la mano por el cerro haciendo de tí cera y pábilo, y te tiene impedido que no veas con limpios y claros ojos en tí lo que en otro viendo por locuras juzgarias. Paga, paga, señor, el carcelaje con alguna pena que al presente sentirás, y dexa á Roselia que preso en tenebroso suétano te tiene. Loco es el hombre que sus prisiones ama, aunque sean de oro.

      Lis. Pierdes trabajo, no me quiebres la cabeza con tus porradas. Hi de puta el necio, qué caramillos arma por salirse afuera del juego.

      Olig. Mi deber hago, que es darte consejo porque no me condenes arrepentido.

      Lis. ¿Arrepentir? Ya me viese en tan sublime estado que pesar me pudiese de lo que nunca me pesará. Mas, por mi vida, Oligides, no solias tú ser tan sancto ni lo eres, ¿qué es esto?

      Olig. En todas las cosas, señor, guardar el medio es loable cosa, ó no digna de tanta culpa como sería exceder en los extremos; yo, si peco, con templanza peco.

      Lis. ¿Qué excesos me ves tú hacer?

      Olig. Meterte en el amor en quien, como dice el cómico, todos estos vicios reinan, injurias, sospechas, enemistades, envidias, celos, iras, pecados, vigilias, paz, guerra, tregua.

      Lis. La aguja de mi razon enderezará esa nao de confusa discordia.

      Olig. Señor, la cosa que en sí ni tiene consejo, ni órden recibe, regirse con razon no puede.

      Lis. Ay, ay, ay, miserable me siento, la vida me es enojosa, ardo en amor, vivo me quemo, y muero y no sé qué me haga.

      Olig. Basta las penas y pesadumbres que consigo el amor acarrea, sin que tú más le añadas.

      Lis. De tí me quexo, que me puedes remediar y no quieres.

      Olig. Buena medicina te daba si la conocieras; pero, pues dices eso, aunque poco puedo, mis fuerzas pondré en servirte en este negocio, y no me acuses cuando salieres del yerro en que estás metido, y plega á Dios que en paz salgamos todos, y no seamos tus servientes cebo de anzuelo ó carne de buitrera.

      Lis. ¿Qué piensas hacer?

      Olig. Mañana te doy la respuesta.

      Lis. En tus manos encomiendo mi ánima y mi espíritu.

      Olig. En las de Dios, señor.

      Lis. Llama.

      Olig. Entra, que abierto está.

      Lis. Di á esos mozos que no me trayan de cenar.

      Olig. No te apasiones, cena, no dobles tus males.

      Lis. No estoy para ello.

      Olig. A más que esto vendrás de esta vez que á no comer, mas, ¿qué se me da á mí? ahórquenlo en buen dia claro, siquiera se muera ó le tome el diablo. Andaos por ahí á decir verdades y moriréis por los hospitales; no es tiempo de eso, ya me llamaba sancto, y pardios las buenas doctrinas de Eubulo, criado antiguo de esta casa, me habian casi convertido; pero poco puedo medrar con sus devociones y sanctidades; no ando yo tras eso, ni es esto lo que busco. Quiero perquisar y inquerir con mi pensamiento la entrada á Roselia y ser alcahuete, venga el bien y venga por do quisiere, á tuerto ó á derecho nuestra casa fasta el techo, que buena parte me cabrá de sus amores, que á rio vuelto, como dicen, ganancia de pescadores.

       DEL PRIMER ACTO.

       Índice

      Despues de ido Oligides á dar órden como su señor se vea con Roselia queda Lisandro manifestando su pasion con palabras muy lastimeras á Eubulo, hombre de honestas costumbres, criado suyo. Éste nunca cesa de darle consejos buenos, aunque por demas se fatiga. Vuelve Oligides y dice que hay oportunidad para ver y hablar á Roselia. Cabalga Lisandro; van delante dél sus dos mozos de espuelas Siro y Geta. Éstos pasan entre sí cosas muy donosas, de las que entre semejantes suelen pasar, y al cabo burlan de los desatinos que su amo, vencido del amor, dice á su querida Roselia. Venido Lisandro, retráese á su aposento.

      LEANDRO. — EUBULO. — OLIGIDES. — SIRO. — GETA.

      Lisandro. ¡Ay de mí si tan discreto fuese para quexarme como soy yunque para sufrir! entónces conocerias, Eubulo, en mis abrasadas palabras el fuego del lastimado corazon, que no basta á sufrir golpes de tanto dolor; porque cuanto más el deseo se aviva, tanto más la esperanza me fallece de gozar de aquel ángel caido del cielo para enamorar el mundo, cuya figura, no ménos tengo en mi ánima estampada y impresa que enclavada en mi memoria.

      Eubulo. Señor, si vas por el camino de tu deseo, créeme, que no irás conforme á discrecion y tu honra, ca la pasion que te ocupa no te dexará juzgar la verdad. No te arrojes ni abalances en esa hoguera tan apresuradamente sin primero mirar lo que haces, que las cosas arrebatadas siempre traen arrepentimiento, que quien de presto se determina muy de espacio se arrepiente. Esfuerza á desechar de tí ese desatinado amor, langosta de todas virtudes; y dado que difícil se te haga y cuesta arriba, por eso piensa que en las grandes afrentas se conocen los grandes corazones. No te dés por vencido ni te acobardes, pues el esforzado acometer hace muchas veces al hombre vencedor.

      Lis. Bien veo, Eubulo, que á tus tan sentenciosas palabras no bastan ningunas fundadas razones; pero, ¿qué quieres que haga, que á las fuerzas de amor el resistir es querer ser vencido?

      Eub. El huir es vencer, por ende huye las ocasiones, no pases más por su puerta ni la veas.

      Lis. ¿Qué dices, mal mirado? ¿que no vea la lumbre de aquellos alindados ojos que alegremente esclarecen la oscura pena de mi alma? ¿Que no vea aquel cuerpo glorificado, en quien Dios francamente repartió sus gracias? ¿Que no vea aquella soberana pintura cuyas sobras de fermosura, si repartidas fuesen por todo el mundo, no habria cosa fea en él?

      Eub. Bien muestras que el amor se ha en tí aposentado, pues no consientes algun consejo ni tienes reposo. Esto digo, que más vale prevenir el mal con remedio que no, despues de venido, con diligencia curallo. Ataja esos nuevos deseos, cercena y corta los malos apetitos que brotan para perdicion