Caballero, Heredero, Príncipe . Морган Райс. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Морган Райс
Издательство: Lukeman Literary Management Ltd
Серия: De Coronas y Gloria
Жанр произведения: Героическая фантастика
Год издания: 0
isbn: 9781632919687
Скачать книгу
arco, tan enorme que Ceres no podía imaginar que podría haber pasado por debajo de él. Bajó la vista por el lateral del barco y el agua era tan clara que pudo divisar el fondo del mar allá abajo. No estaba lejos del fondo y Ceres veía los restos de edificios muy antiguos allá abajo. Estaba lo suficientemente cerca para que Ceres pudiera nadar hasta ellos simplemente aguantando la respiración. Pero no lo hizo, tanto por las cosas que ya había visto en el agua como por lo que había más adelante.

      Allí estaba. La isla donde conseguiría todas las respuestas que necesitaba. Donde sabría más sobre sus poder.

      Donde, finalmente, conocería a su madre.

      CAPÍTULO CUATRO

      Lucio blandía la espada por encima de su cabeza, regocijándose por el modo en que destellaba con la luz del amanecer, en el instante antes en que mató al anciano que osó ponerse en su camino. A su alrededor, caían más plebeyos a manos de sus hombres: los que osaban resistirse y los que eran lo suficientemente estúpidos para estar en el lugar erróneo en el momento equivocado.

      Él sonreía mientras los gritos resonaban a su alrededor. Le gustaba cuando los campesinos intentaban luchar, porque esto solo daba a sus hombres una excusa para demostrarles lo débiles que eran en realidad comparados con sus superiores. ¿A cuántos había matado en saqueos como este? No se había molestado en llevar la cuenta. ¿Por qué tendría que prestar la mínima atención a los de su especie?

      Lucio miró a su alrededor mientras los campesinos empezaban a correr e hizo un gesto a unos cuantos de sus hombres. Echaron a correr tras ellos. Correr era casi mejor que luchar, porque existía la posibilidad de cazarlos como la presa que eran.

      “¿Su caballo, su alteza?” preguntó uno de sus hombres, que llevaba al semental de Lucio.

      Lucio negó con la cabeza. “Mi arco, creo”.

      El hombre asintió y le pasó a Lucio un elegante arco recurvo de ceniza blanca, mezclado con cuerno y endurecido con plata. Colocó una flecha, tiró la cuerda hacia atrás y la soltó. Lejos en la distancia, uno de los campesinos que corrían cayó al suelo.

      Ya no quedaba con quien luchar, pero aquello no significaba que hubieran acabado allí. Ni de lejos. Había descubierto que esconder campesinos podía ser tan divertido como correr o luchar con los que estaban en su camino. Existían muchas maneras de torturar a los que parecía que tenían oro y muchas maneras de ejecutar a los que podrían tener afinidad con los rebeldes. La rueda ardiente, la horca, el nudo corredizo… ¿qué tocaría hoy?

      Lucio hizo un gesto a dos de sus hombres para que empezaran a abrir puertas de una patada. De vez en cuando, le gustaba quemar a los que se escondían, pero las casas tenían más valor que los campesinos. Una mujer salió corriendo y Lucio la cogió, arrojándola con indiferencia hacia uno de los esclavistas que les había dado por seguirlos como hacen las gaviotas con los barcos de pesca.

      Entró sigilosamente en le templo de la aldea. El sacerdote ya estaba en el suelo, sujetándose la nariz rota, mientras los hombres de Lucio reunían adornos de oro y plata en un saco. Una mujer con la sotana de una sacerdotisa se encaró a él. Lucio se fijó en un destello de cabello rubio que escapaba por debajo de su hábito, un incuestionable parecido en rasgos que hizo que se detuviera.

      “No puede hacer esto”, insistió la mujer. “¡Somos un templo!”

      Lucio la agarró y apartó la capucha de su sotana para mirarla. No era el doble de Estefanía –ninguna mujer de baja cuna podría serlo- pero estaba lo suficientemente cerca para serle de valor por un rato. Al menos hasta que se aburriera.

      “Me envía tu rey”, dijo Lucio. “¡No intentes decirme lo que no puedo hacer!”

      Demasiadas personas lo habían intentado durante su vida. Habían intentado ponerle límites, cuando él era la única persona en el Imperio que no debería tener límites. Sus padres lo intentaron, pero él sería rey un día. Sería el rey, a pesar de lo que había encontrado en la biblioteca cuando el viejo Cosmas pensó que era demasiado estúpido para entenderlo. Thanos aprendería cuál era su lugar.

      Lucio agarró fuerte con su mano el pelo de la sacerdotisa. Estefanía también aprendería cuál era su lugar. ¿Cómo se atrevía a casarse con Thanos así, como si fuera el príncipe deseado? No, Lucio encontraría la manera de compensarlo. Separaría a Thanos y a Estefanía con la misma facilidad que partía las cabezas de aquellos que iban a él. Pediría a Estefanía en matrimonio, tanto porque era de Thanos como porque sería el adorno perfecto para alguien de su rango. La disfrutaría y, hasta entonces, la sacerdotisa que había atrapado sería una sustituta apta.

      La tiró hacia uno de sus hombres para que la vigilara y salió a ver qué otras diversiones encontraba en la aldea. Una vez fuera, vio a dos de sus hombres atando a uno de los aldeanos que había echado a correr a un árbol, con los brazos en cruz.

      “¿Por qué habéis dejado a este con vida?” preguntó Lucio.

      Uno de ellos sonrió. “Ahora Tor me estaba contando algo que hacen los norteños. Lo llaman el Águila de la Sangre”.

      A Lucio le gustó cómo sonaba. Estaba a punto de preguntar de qué se trataba cuando escuchó el grito de uno de los centinelas, que estaban allí para vigilar si venían los rebeldes. Lucio miró a su alrededor, pero en lugar de una muchedumbre de escoria común, vio una sola figura cabalgando en una silla de montar probablemente del tamaño de la suya. Lucio reconoció la armadura al instante.

      “Thanos”, dijo. Chasqueó sus dedos. “Bien, parece que el día de hoy va a resultar más interesante de lo que pensaba. Tráeme mi arco otra vez”.

      ***

      Thanos espoleó a su caballo para que fuera hacia delante cuando vio a Lucio y lo que su hermanastro estaba haciendo. Cualquier duda que le quedase por haber dejado atrás a Estefanía se quemó en el calor de su ira al ver a los campesinos muertos, a los esclavistas, al hombre atado a un árbol.

      Vio que Lucio daba un paso y levantaba un arco. Por un instante, Thanos no podía creer que lo hiciera, pero ¿por qué no? Lucio había intentado matarlo antes.

      Vio que la flecha salía volando y levantó el escudo justo a tiempo. La punta golpeó la parte exterior metálica de su escudo antes de rebotar. Le siguió una segunda y, esta vez, lo perforó, deteniéndose a solo unos centímetros de la cara de Thanos.

      Thanos obligó a su caballo a marchar cuando una tercera flecha pasó zumbando por su lado. Vio que Lucio y sus hombres iban cayendo mientras él escoraba a través del lugar donde ellos estaban. Se dio la vuelta y desenfundó su espada, justo cuando Lucio consiguió ponerse de pie.

      Thanos colocó la espada contra el corazón de Lucio. “Detén esto ahora, Lucio. No permitiré que mates a nadie más de nuestro pueblo”.

      “¿Nuestro pueblo?” replicó Lucio. “Ellos son mi pueblo, Thanos. Mío para hacer lo que quiera con él. Deja que te lo demuestre”.

      Thanos vio que desenfundaba su espada e iba hacia el hombre que estaba atado al árbol. Thanos se dio cuenta de lo que iba a hacer su hermanastro y puso a su caballo en movimiento una vez más.

      “Detenedlo”, ordenó Lucio.

      Sus hombres obedecieron de un salto. Uno fue hacia Thanos, apuntando con una lanza hacia su cara. Thanos la paró con su escudo, cortando la punta del arma con sus espada y, a continuación, dando una patada al hombre que se cayó despatarrado. Dio una puñalada cuando otro corrió hacia él, clavándola en el hombro de la cota de malla del hombre y sacando la espada de nuevo.

      Se forzó a ir hacia delante, a través de la presión de sus contrincantes. Lucio todavía se dirigía hacia la víctima que había elegido. Thanos blandió su espada hacia uno de los matones de Lucio y fue a toda prisa hacia delante mientras Lucio echaba su espada hacia atrás. A duras penas Thanos consiguió interponer su escudo cuando el golpe sonó a metal contra metal.

      Lucio