“No habrá más Matanzas antes del festival de la Luna de Sangre”, dijo su padre. “Faltan seis semanas. En seis semanas, podemos hacer un montón de armas”.
Esta vez, Hannah se quedó en silencio, quizás al ver que la marea giraba.
“Así pues, ¿estamos de acuerdo?” preguntó Anka. “¿Liberaremos a los combatientes durante el festival de la Luna de Sangre?”
Sartes vio que los demás asentían uno a uno. Incluso Hannah lo hizo, al final. Sintió la mano de su padre sobre su hombro. Vio la aprobación en sus ojos y esto lo significaba todo para él.
Solo rezaba para que su plan no los matara a todos.
CAPÍTULO TRES
Ceres soñaba y, en sus sueños, veía ejércitos enfrentándose. Se veía a ella misma luchando al frente, vestida con una armadura que brillaba al sol. Se veía dirigiendo a una gran nación, librando una guerra que decidiría el mismo destino de la humanidad.
Pero en medio de todo aquello, se veía a sí misma entrecerrando los ojos, buscando a su madre. Alargó el brazo en busca de una espada y, al bajar la vista, vio que no estaba allí.
Ceres se despertó sobresaltada. Era de noche y el mar que tenía ante ella, iluminado por la luz de la luna, era interminable. Mientras se mecía en su pequeña barca, no veía ni rastro de tierra. Solo las estrellas la convencían de que todavía llevaba su pequeña embarcación por el camino correcto.
Constelaciones conocidas brillaban por allá arriba. Estaba la Cola del Dragón, baja en el cielo por debajo de la luna. Estaba el Ojo Antiguo, formada alrededor de una de las estrellas más brillantes en el tramo de oscuridad. El barco que la gente del bosque habían medio construido, medio cultivado, parecía no desviarse nunca de la ruta que Ceres había elegido, incluso cuando tenía que descansar o comer.
Por el lado de estribor de la barca, Ceres vio luces en el agua. Medusas luminosas pasaban flotando como nubes submarinas. Ceres vio la figura más rápida de un pez parecido a un dardo colándose a través del banco, mordiendo a las medusas a cada paso y yendo a toda prisa antes de que los tentáculos de las demás pudieran tocarlo. Ceres los observó hasta que desaparecieron en las profundidades.
Comió una pieza de la dulce y suculenta fruta con la que los habitantes de la isla habían abastecido su barca. Cuando partió, parecía que habría suficiente para unas semanas. Ahora, no parecía tanto. Pensaba en el líder de la gente del bosque, tan hermoso a su extraño y asimétrico modo, con su maldición que le dejaba trozos donde su piel era de un verde musgo o endurecida como la corteza. ¿Estaría allí en la isla, tocando su extraña música y pensando en ella?”
La neblina empezaba a levantarse del agua alrededor de Ceres, se hacía más espesa y reflejaba fragmentos de la luz de la luna incluso mientras le tapaba la vista del cielo nocturno que había allí arriba. Se arremolinaba y cambiaba alrededor de la barca, tentáculos de niebla se alargaban como dedos. Los pensamientos sobre Eoin parecían llevarla inexorablemente a pensar en Thanos. Thanos, a quien habían matado en las orillas de Haylon antes de que Ceres pudiera decirle que no pensaba ninguna de las cosas duras que le había dicho cuando se fue. Allá sola en la barca, Ceres no podía escapar de lo mucho que lo echaba de menos. El amor que había sentido por él parecía un hilo que tiraba de ella hacia Delos, aunque Thanos ya no estuviera allí.
Pensar en Thanos le dolía. El recuerdo parecía una herida abierta que nunca iba a cerrarse. Ella necesitaba hacer muchas cosas, pero ninguna de ellas se lo devolvería. Le hubiera dicho muchas cosas si estuviera allí, pero no estaba. Solo había el vacío de la neblina.
La neblina continuaba yendo en espiral alrededor de la barca y ahora Ceres veía fragmentos de roca sobresaliendo del agua. Algunas eran afiladas, de basalto negro, pero otras eran de los colores del arcoíris, parecían piedras preciosas gigantes colocadas en el agitado azul del océano. Algunas tenían marcas en ellas en forma de remolino y espiral y Ceres no estaba segura de si eran naturales o si alguna mano lejana las había tallado.
¿Estaba su madre en algún lugar más allá de ellas?
El pensamiento provocó una emoción en Ceres, que subía en su interior como la neblina que se arremolinaba alrededor de la barca. Iba a ver a su madre. A su madre de verdad, no a la que siempre la había odiado y la había vendido a los esclavistas a la primera oportunidad. Ceres no sabía cómo sería aquella mujer, pero la sola oportunidad de descubrirlo, la llenaba de emoción mientras guiaba su pequeña barca a través de las rocas.
Las fuertes corrientes empujaban su barca, amenazando con arrebatarle el timón de la mano. Si no hubiera tenido la fuerza que procedía de su poder interior, Ceres dudaba que hubiera podido sujetarlo. Tiró del timón hacia un lado y su pequeña barca respondió con una gracia casi viva, esquivando una roca que estaba lo suficientemente cerca para tocarla.
Navegaba entre las rocas y, a cada una que pasaba, pensaba en lo mucho que se estaba acercando a su madre. ¿Qué tipo de mujer sería? En sus visiones era confusa, pero Ceres imaginaba y tenía esperanzas. Quizás sería amable y dulce, y cariñosa: todas las cosas que nunca tuvo de su supuesta madre en Delos.
¿Qué pensaría de ella su madre? Aquel pensamiento atrapó a Ceres mientras guiaba su barca hacia delante a través de la neblina. No sabía qué habría más adelante. Quizás su madre la miraría y vería a alguien que no había podido triunfar en el Stade, que no había sido más que una esclava en el Imperio, que había perdido a la persona que más amaba. ¿Y si su madre la rechazaba? ¿Y si era dura, o cruel, o despiadada?
Quizás, solo quizás, estaría orgullosa.
Ceres salió de la neblina tan de repente que podría haberse tratado de una cortina que se levantaba, y ahora el mar estaba plano, sin ninguna de las rocas en forma de diente que habían salido de él antes. Al instante, vio que había algo diferente. La luz de la luna parecía, de algún modo, más brillante y, a su alrededor, una nebulosa giraba manchada del color de la noche. Incluso las estrellas parecían cambiadas, de modo que ahora Ceres no podía distinguir las constelaciones conocidas que había antes. Un cometa pasó por el horizonte como un rayo, de un rojo intenso mezclado con amarillos y otros colores que no tenían equivalente en el mundo que tenía debajo.
Aún más extraño, Ceres sintió el poder en su pulso, como si estuviera respondiendo a aquel lugar. Parecía que se estiraba en su interior, desplegándose y permitiéndole experimentar aquel lugar en un centenar de maneras en las que nunca antes había pensado.
Ceres vio una forma que salía del agua, un cuello largo y serpenteante que se levantaba antes de sumergirse de nuevo bajo las olas formando un rocío de espuma. La criatura se levantó de nuevo por poco tiempo y Ceres tuvo la sensación de que algo enorme pasaba nadando por el agua antes de desaparecer. Lo que parecían pájaros revoloteaban a la luz de la luna y, al acercarse, Ceres vio que eran mariposas nocturnas plateadas, más grandes que su cabeza.
De repente, los ojos le pesaban por el sueño, Ceres amarró el timón, se tumbó y dejó que el sueño se apoderara de ella.
*
Ceres se despertó con los chillidos de los pájaros. Parpadeó por la luz del sol mientras se incorporaba y vio que, después de todo, no eran pájaros. Dos criaturas con cuerpo de gatos grandes daban vueltas por encima suyo con unas alas parecidas a las de un águila, los picos abiertos como los de un ave rapaz al chillar. Pero no daban señales de acercarse, sencillamente volaron en círculo alrededor de la barca antes de alejarse volando en la distancia.
Ceres las observó y por observarlas vio la diminuta mota en forma de isla a la que se dirigían en el horizonte. Tan rápido como pudo, Ceres levantó de nuevo la pequeña vela, intentando coger el viento que corría para que la empujara hacia la isla.
La mota se hizo más grande y lo que parecían ser más rocas salían del océano a medida que Ceres se iba acercando, pero no eran las mismas que había encontrado allí en la neblina. Estas tenían