Las chicas se dirigieron al patio trasero a jugar y Riley subió a su habitación y empezó a empacar sus cosas. Era una rutina familiar. El truco era empacar una maleta pequeña con suficientes necesidades para un par de días o un mes.
Mientras estaba poniendo las cosas en su cama, oyó la voz de Gabriela.
“Riley... ¿qué estás haciendo?”.
Riley se dio la vuelta y vio a Gabriela parada en la puerta. Estaba sosteniendo una pila de ropa limpia que estaba a punto de poner en el clóset del pasillo.
Riley tartamudeó: “Gabriela, tengo... tengo que irme”.
Gabriela quedó boquiabierta.
“¿Irte? ¿A dónde?”.
“Me han asignado a un nuevo caso. En California”.
“¿No puedes irte mañana?”, preguntó Gabriela.
Riley tragó grueso.
“Gabriela, el avión del FBI está a la espera en este momento. Tengo que irme”.
Gabriela negó con la cabeza.
Ella dijo: “Es bueno combatir el mal, Riley. Pero a veces pienso que pierdes de vista lo que es bueno”.
Gabriela desapareció al pasillo.
Riley suspiró. ¿Desde cuándo Riley le pagaba a Gabriela para ser su conciencia?
Pero no podía quejarse. Era un trabajo para el que Gabriela era muy buena.
Riley se quedó mirando sus prendas sin empacar.
Negó con la cabeza y se susurró a sí misma…
“No puedo hacerle esto a Jilly. Simplemente no puedo”.
Toda su vida había sacrificado a sus hijas por cosas de trabajo. Siempre. Ni una sola vez había puesto a sus hijas primero.
Y cayó en cuenta que eso era lo que estaba mal en su vida. Esa era una parte de su oscuridad.
Tenía la valentía de enfrentarse a un asesino en serie. Pero ¿tenía la valentía para poner el trabajo en un segundo plano y hacer de las vidas de sus hijas su prioridad?
En este mismo momento, Bill y Lucy se estaban preparando para viajar a California.
Estaban esperando encontrarse con ella en la pista de aterrizaje de Quántico.
Riley suspiró miserablemente.
Solo había una forma de resolver este problema, si es que podía resolverlo en absoluto.
Tenía que intentarlo.
Sacó su teléfono celular y marcó el número privado de Meredith.
Ante el sonido de su voz ronca, dijo: “Señor, habla la agente Paige”.
“¿Qué pasa?”, preguntó Meredith.
Sonaba preocupado. Riley entendía el por qué. Nunca había utilizado este número, excepto en circunstancias extremas.
Se armó de valor y fue directo al grano.
“Señor, me gustaría retrasar mi viaje a California. Solo por esta noche. Los agentes Jeffreys y Vargas pueden ir adelantándose”.
Después de una pausa, Meredith preguntó: “¿Cuál es tu emergencia?”.
Riley tragó. Meredith no se la iba a poner fácil.
Pero estaba decidida a no mentir.
Con voz temblorosa tartamudeó: “Mi hija menor, Jilly... actuará en una obra de teatro escolar esta noche. Ella es la protagonista”.
El silencio que cayó fue ensordecedor.
“¿Me colgó?”, se preguntó Riley.
Luego, con un gruñido Meredith dijo: “¿Podrías repetir eso, por favor? No creo haberte oído bien”.
Riley contuvo un suspiro. Estaba segura de que él la había oído perfectamente.
“Señor, esta obra es importante para ella”, dijo, poniéndose cada vez más nerviosa. “Jilly... bueno, ya sabes que estoy tratando de adoptarla. Ha tenido una vida muy dura, y apenas está superando un momento muy difícil y sus sentimientos son muy delicados y...”.
Su voz se quebró.
“¿Y qué?”, preguntó Meredith.
Riley tragó grueso.
“No puedo decepcionarla, señor. No esta vez. Hoy no”.
Otro silencio sombrío cayó.
Riley estaba empezando a sentirse más decidida.
“Señor, no hará ninguna diferencia en el caso”, dijo. “Los agentes Jeffreys y Vargas se adelantarán y sabes lo capaces que son. Pueden actualizarme cuando llegue allá”.
“¿Y cuándo sería eso?”, preguntó Meredith.
“Mañana por la mañana. Temprano. Me dirigiré al aeropuerto justo cuando termine la obra. Tomaré el primer vuelo que pueda”.
Después de otra pausa, Riley agregó: “Yo me pago el boleto”.
Oyó a Meredith gruñir un poco.
“Por supuesto que lo harás, agente Paige”, dijo.
Riley abrió la boca y recuperó el aliento.
“¡Me está dando permiso!”.
De repente se dio cuenta de que apenas había estado respirando durante la conversación.
Le costó mucho no estallar en frases de agradecimiento.
Sabía que Meredith no le gustaría eso en absoluto. Y lo último que quería era que cambiara de parecer.
Así que se limitó a decir: “Gracias”.
Ella oyó otro gruñido.
Luego Meredith dijo: “Dile a tu hija que le deseo buena suerte”.
Finalizó la llamada.
Riley respiró un suspiro de alivio, luego levantó la mirada y vio que Gabriela estaba parada en la puerta de nuevo, sonriendo.
Era evidente que había escuchado toda la llamada.
“Creo que estás creciendo, Riley”, dijo Gabriela.
*
Sentada entre el público con April y Gabriela, Riley estaba disfrutando de la obra escolar. Se había olvidado lo encantadores que podrían ser eventos como este.
Los chicos estaban vestidos con trajes improvisados. Habían pintado un paisaje que asemejaba escenas de la historia de Deméter y Perséfone: campos llenos de flores, un volcán en Sicilia, las cavernas húmedas del Inframundo y otros lugares míticos.
¡Y la actuación de Jilly era simplemente maravillosa!
Interpretaba a Perséfone, la hija de la diosa Deméter. Riley se encontró recordando la historia familiar mientras se desarrolló en frente de ella.
Perséfone estaba afuera recogiendo flores un día cuando Hades, el dios del Inframundo, llegó en su cuadriga y la raptó. La llevó al Inframundo para ser su reina. Cuando Deméter se dio cuenta de lo que le había sucedido a su hija, lloró de dolor.
Riley sintió escalofríos ante la forma convincente que la chica que interpretaba a Deméter expresó su dolor.
En ese momento, la historia comenzó a abrumar a Riley de una forma que no había esperado.
La historia de Perséfone se parecía mucho a la de Jilly. Después de todo, era la historia de una niña que perdió parte de su infancia a fuerzas mucho mayores que ella.
Los