Riley se sonrojó un poco mientras agradecía a la coronel Larson.
Larson llamó a un soldado que estaba cerca, quien caminó rápidamente hacia ella y saludó.
Dijo: “Cabo Salerno, quiero que conduzcas el auto de la agente Paige de vuelta a la estación de alquiler en el aeropuerto. Ella no lo va a necesitar aquí”.
“Sí, señora. De inmediato”, dijo el cabo. Se metió en el auto de Riley y salió de la base militar.
Riley, Bill y Lucy se metieron en el otro auto.
Mientras Larson condujo, Riley le preguntó: “¿Qué me perdí?”.
“No mucho”, dijo Bill. “La coronel Larson nos recibió aquí anoche y nos enseñó el lugar en el que nos alojaremos”.
“Todavía no hemos conocido al comandante de la base”, agregó Lucy.
La coronel Larson les dijo: “Estamos en camino a encontrarnos con el coronel Dutch Adams en este momento”.
Luego, con una sonrisa, agregó: “No esperen una calurosa bienvenida. Agentes Paige y Vargas, eso va más que todo para ustedes”.
Riley no estaba segura de lo que Larson quería decir con eso. ¿Al coronel Adams le disgustaría que la UAC había enviado dos mujeres? Riley no podía imaginar el por qué. Veía a hombres y mujeres en uniforme entrenando juntos en todas las direcciones. Y con la coronel Larson en la base militar, Adams sin duda estaba acostumbrado a lidiar con una mujer en un puesto de autoridad.
Larson se estacionó delante de un edificio administrativo limpio y moderno y los guio al interior. A lo que se acercaron, tres jóvenes la saludaron. Riley vio que sus chaquetas del comando eran similares a las usadas por los agentes del FBI.
La coronel Larson presentó a los tres hombres como el sargento Matthews y los miembros de su equipo, los agentes especiales Goodwin y Shores. Luego todos entraron en una sala de conferencias, donde los esperaba el propio coronel Dutch Adams.
Matthews y sus agentes saludaron a Adams, pero la coronel Larson no lo hizo. Riley supuso que era porque ella y Adams eran iguales en rango. Pronto vio que la tensión entre los dos coroneles era palpable, casi dolorosa.
Y, como les había advertido, Adams se veía muy disgustado por la presencia de Riley y Lucy.
Ahora Riley comenzó a entender las cosas.
El coronel Dutch Adams era un oficial de la vieja escuela que no estaba nada acostumbrado a que los hombres y las mujeres sirvieran juntos. Y, juzgando por su edad, Riley se sentía bastante segura de que jamás se acostumbraría a eso. Probablemente se retiraría con sus prejuicios intactos.
Estaba segura de que Adams resentía la presencia de la coronel Larson en su base militar ya que era una oficial sobre la cual no tenía ninguna autoridad.
A lo que el grupo se sentó, Riley sintió un escalofrío inquietante de familiaridad mientras estudiaba el rostro de Adams. Era largo y esculpido como los rostros de muchos de los otros militares que había conocido durante su vida, incluyendo el de su padre.
De hecho, Riley encontraba el parecido del coronel Adams a su padre perturbador.
Se dirigió a Riley y sus colegas en un tono excesivamente oficial.
“Bienvenidos al fuerte Nash Mowat. Esta base militar ha estado en operación desde 1942. Tiene una extensión de treinta mil hectáreas, tiene mil quinientos edificios y quinientos sesenta y tres kilómetros de carreteras. Pueden encontrar unas sesenta mil personas aquí en un día normal. Estoy orgulloso de llamarla la mejor base de entrenamiento del ejército del país”.
En ese momento, el coronel Adams parecía estar tratando de reprimir una mueca. No estaba teniendo éxito.
Y agregó: “Y por esa razón les pido que no ocasionen molestias durante el tiempo que estarán aquí. Este lugar funciona como una máquina bien aceitada. Los foráneos tienen una tendencia desafortunada a rezagar las cosas. Si lo hacen, les prometo que tendrán que pagar. ¿Ha quedado claro?”.
Estaba haciendo contacto visual con Riley, obviamente tratando de intimidarla.
Oyó a Bill y Lucy decir: “Sí, señor”.
Pero ella no dijo nada.
“Él no es mi comandante”, pensó.
Simplemente le sostuvo la mirada y asintió.
Luego él movió los ojos a los demás en la sala. Volvió a hablar, su voz llena de ira.
“Tres hombres buenos están muertos. La situación en el fuerte Mowat es inaceptable. Arréglenla. Inmediatamente. Preferiblemente lo antes posible”.
Se detuvo por un momento. Luego dijo: “Habrá un funeral para el sargento Clifford Worthing a las once horas. Espero que todos asistan”.
Sin decir más, se levantó de la silla. Los agentes del comando se pusieron de pie y saludaron y el coronel Adams salió de la sala.
Riley estaba estupefacta. ¿No habían venido aquí para discutir el caso y qué hacer a continuación?
Obviamente notando lo sorprendida que estaba, la coronel Larson le sonrió.
“Generalmente no habla tanto”, dijo. “Tal vez le agradas”.
Todo el mundo se rio ante su sarcasmo.
Riley sabía que un poco de humor era una necesidad en este momento.
Las cosas se pondrían bastante sombrías muy pronto.
CAPÍTULO NUEVE
Todos dejaron de reírse, y Larson seguía mirando a Riley, Bill y Lucy. Su expresión era penetrante y poderosa, como si estuviera evaluándolos de alguna manera. Riley se preguntó si la comandante estaba a punto de hacer algún anuncio extremo.
En su lugar, Larson preguntó: “¿Ya desayunaron?”.
Todos dijeron que no.
“Bueno, esa situación es inaceptable”, dijo Larson con una sonrisa. “Vamos a remediarla antes de que se queden sin energía. Vengan conmigo. Yo les mostraré lo acogedores que podemos ser en el fuerte Mowat”.
Larson luego dejó a su equipo atrás y procedió a guiar a los tres agentes del FBI al club de oficiales. Riley vio de inmediato que la coronel no estaba bromeando. El comedor era como un restaurante de lujo y Larson no los dejó pagar por su comida.
Discutieron el caso mientras desayunaron. Riley cayó en cuenta de que definitivamente había necesitado el café. La comida fue agradable también.
La coronel Larson comenzó a darles su opinión del caso. “Las características más sobresalientes de estos asesinatos son el método utilizado y los rangos de las víctimas. Rolsky, Fraser y Worthing eran sargentos. Todos fueron asesinados desde una larga distancia con un rifle de alta potencia. Y las víctimas fueron fusiladas de noche”.
Bill preguntó: “¿Qué más tienen en común?”.
“No mucho. Dos de ellos eran blancos y uno era negro, así que no es una cuestión racial. Estaban al mando de unidades separadas, así que no tenían reclutas en común”.
Riley agregó: “Supongo que ya buscaron los archivos de soldados amonestados por cuestiones disciplinarias o psicológicas. ¿Ausentados sin permiso? ¿Dados de baja en formas deshonrosas?”.
“Sí”, respondió Larson. “Es una lista muy larga y ya terminamos de investigar a todos que figuraban en ella. Pero se las enviaré a ver qué opinan”.
“Me gustaría hablar con los hombres de cada unidad”.
Larson asintió. “Por supuesto. Pueden hablar con algunos de ellos después del funeral y puedo coordinar todas las reuniones