Una vez más esa oscuridad al acecho se apoderó de Riley.
Tarde o temprano, esta ilusión feliz de familia y amistad podría dar paso a la realidad de la maldad, asesinato, crueldad y monstruos humanos.
Y tenía la sensación de que eso sucedería muy pronto.
CAPÍTULO DOS
Sentada en la primera fila del auditorio en Quántico, Riley se sentía terriblemente incómoda. Había enfrentado un sinnúmero de asesinos despiadados sin perder la compostura. Pero, en este momento, se sentía a punto de entrar en pánico.
El director del FBI, Gavin Milner, estaba parado en el podio en la parte delantera de la gran sala. Estaba hablando de la larga trayectoria de Riley, especialmente del caso por el que estaba siendo honrada, el caso enfriado del llamado “Asesino de la Caja de Fósforos”.
A Riley le sorprendió el ronroneo distinguido de su voz. No había hablado mucho con el director Milner, pero le agradaba. Era un hombre delgado y apuesto con un bigote impecablemente arreglado. Riley pensó que se veía y sonaba más como un decano de una escuela de bellas artes que como la cabeza de la organización de aplicación de ley más élite de la nación.
Riley no había estado prestándole mucha atención a sus palabras. Estaba demasiado nerviosa y acomplejada. Pero ahora que parecía que estaba llegando al final de su discurso, Riley comenzó a prestar más atención.
Milner dijo: “Todos sabemos del coraje, inteligencia y gracia bajo presión de la agente especial Riley Paige. Ha sido galardonada por todas estas cualidades en el pasado. Pero hoy estamos aquí para honrarla por algo diferente, por su tenacidad, su determinación por hacer justicia. Debido a sus esfuerzos, un asesino que cobró tres víctimas en veinticinco años al fin comparecerá ante la justicia. Todos estamos en deuda con ella por su servicio, y por su ejemplo”.
Sonrió, mirándola directamente. Cogió la caja en la que estaba guardada el premio.
“Esa es mi señal de entrada”, pensó Riley.
Sus piernas se sentían inestables mientras se levantó de la silla y se abrió paso al escenario.
Se colocó a un lado del podio y Milner colocó la medalla de la perseverancia alrededor de su cuello.
Se sentía sorprendentemente pesada.
“Qué extraño”, pensó Riley. “Las otras no se sintieron así”.
Había recibido otros tres premios anteriormente, el Escudo de la Valentía y medallas de valor y logro meritorio.
Pero esta se sentía más pesada... y diferente.
Se sentía casi mal de alguna manera.
Riley no estaba segura del por qué.
El director del FBI le dio unas palmaditas en el hombro y se rio un poco.
Le dijo a Riley en un susurro...
“Algo más para añadir a tu colección, ¿cierto?”.
Riley se rio con nerviosismo y estrechó la mano del director.
Las personas en el auditorio comenzaron a aplaudir.
De nuevo con una sonrisa y en un casi susurro, el director Milner le dijo: “Es hora de enfrentar tu público”.
Riley se dio la vuelta y se sintió abrumada por lo que vio.
Había más gente en el auditorio de lo que creía. Y todos los rostros eran conocidos, amigos, familiares, compañeros de trabajo y personas que había ayudado o salvado en el cumplimiento de su deber.
Todos estaban de pie, sonriendo y aplaudiendo.
Riley sintió un nudo en la garganta y lágrimas se formaron en sus ojos.
“Todos ellos creen en mí”.
Se sentía agradecida y humillada, pero también culpable.
¿Qué pensarían estas mismas personas de ella si supieran todos sus secretos más oscuros?
No sabían nada acerca de su relación actual con un asesino salvaje pero brillante que se había escapado de Sing Sing. Desde luego no sospechaban que el criminal la había ayudado a resolver varios casos. Y no había forma de que supieran lo irremediablemente entrelazada que estaba la vida de Riley con la de Shane Hatcher.
Riley casi se estremeció ante la idea.
No era de extrañar que esta medalla se sentía más pesada que las otras.
“No, no me merezco esto”, pensó Riley.
Pero ¿qué podía hacer? ¿Darse la vuelta y regresársela al director Milner?
En su lugar, se las arregló para sonreír y pronunciar unas palabras de agradecimiento. Luego bajó del escenario con cuidado.
*
Unos momentos más tarde, Riley estaba en una sala grande y llena de personas con refrescos en las manos. Parecía que la mayoría de las personas que habían estado en el auditorio estaban aquí. Ella era el centro de un remolino de actividad mientras todos tomaron turnos felicitándola. Estaba agradecida por la presencia estabilizadora del director Milner, quien estaba parado a su lado.
Los primeros en felicitarla fueron sus colegas, otros agentes de campo, especialistas, administradores y trabajadores de oficina.
La mayoría de ellos estaban visiblemente felices por ella. Por ejemplo, Sam Flores, la cabeza del equipo de análisis técnico de Quántico, subió un pulgar y le dio una sonrisa sincera antes de seguir adelante.
Pero Riley tenía algunos enemigos, y ellos estaban aquí también. La más joven era Emily Creighton, una agente bastante inexperta que se creía la rival de Riley. Riley le llamó la atención luego de cometer un error de novata hace unos meses y Creighton le guardó rencor desde entonces.
Cuando llegó el turno de Creighton de felicitar a Riley, la agente más joven forzó una sonrisa a través de dientes apretados, le dio la mano, murmuró “Felicidades” y se alejó.
Otros colegas la felicitaron antes de que agente especial encargado Carl Walder dio un paso hacia Riley. Infantil tanto en apariencia como en comportamiento, Walder era la personificación absoluta de un burócrata en los ojos de Riley. Siempre estaban en desacuerdo. De hecho, la había suspendido e incluso despedido en varias ocasiones.
Pero en este momento su expresión de buena voluntad la tenía muy entretenida. Con el director Milner parado a su lado, Walder no se atrevió a mostrar nada más que respeto fingido.
Su mano estaba húmeda y fría cuando estrechó la suya y vio gotas de sudor en su frente.
“Una distinción bien merecida, agente Paige”, dijo con una voz temblorosa. “Estamos honrados de tenerte en la fuerza”.
Luego Walder estrechó la mano del director del FBI.
“Nos alegra que esté aquí, director Milner”, dijo Walder.
“Es un placer”, dijo el director Milner.
Riley observó el rostro del director. ¿Notó una pequeña sonrisa de superioridad mientras estrechó la mano de Walder? No podía estar segura. Pero sabía que Walder no inspiraba mucho respeto en el FBI, ni en sus subordinados, ni en sus superiores.
Luego de que todos los colegas de Quántico terminaron de felicitarla, la próxima ola de personas despertó emociones poderosas. Eran personas que había conocido en el cumplimiento de su deber, familiares de víctimas de asesinato o personas que había salvado. Riley no había esperado que estuvieran aquí, sobre todo no un grupo tan grande de ellas.
La primera persona fue un hombre frágil de edad avanzada que había rescatado de una envenenadora loca en enero. Tomó la mano de Riley en las suyas y dijo con lágrimas en los ojos: “Gracias, gracias,