El Bokarí salió triste y acongojado de los alcázares de Al-Mostansir Billah, porque me amaba y habia concebido esperanzas de que mi padre me volveria su afecto.
Pero ni una palabra me dijo acerca de esto, sino cuando un año adelante le ví próximo á la muerte.
Entonces me lo reveló todo; y un amigo suyo, un renegado español, quedaba encargado de mí, de Bekralbayda y del Palacio-de-Rubíes.
Daniel-el-Bokarí murió al cabo, y entonces conocí á Yshac-el-Rumi.
Ya le conoces tú.
Su historia es muy breve.
Se halló en la batalla de Alarcos, como soldado del rey Alonso de Castilla, y fué hecho cautivo, vendido y traido á Africa.
En Africa estudió toda la ciencia que poseia su amo, que era astrólogo, y se enamoró de una hermosa hija que el astrólogo tenia. Ella se enamoró tambien de él, y sin que su padre lo supiese se comunicaban. Pero un dia se apercibió de ello el viejo y quiso matarlos á entrambos.
– Me casaré con ella, dijo Yshac.
– Tú no puedes casarte con mi hija, dijo colérico el viejo: porque eres cristiano.
– Me haré musulman.
– Pero eres mi esclavo.
– ¿Y qué, no vale nada la honra de tu hija?
El astrólogo, á pesar de su codicia, cedió; Yshac se hizo musulman y se casó con su amante.
Pero la infeliz murió poco despues al dar á luz una criatura que nació muerta.
– Ahora comprendo, dijo el rey Nazar, la razon de la sombría tristeza de ese hombre: pero lo que no puedo comprender es la conducta que ha seguido y sigue conmigo.
– ¡Ah! ¡pues es muy fácil de comprender! Yshac me ama.
Frunció el entrecejo el rey Nazar.
– Me ama como un padre ama á su hija, y quiere vengarme y vengar al pobre Daniel-el-Bokarí, de quien fué grande amigo.
– ¿Y por qué entonces el misterio de que te ha rodeado y la especie de traicion de haber arrojado á Bekralbayda en los brazos de mi hijo Mohammet, y habérmela vendido despues?
– Yshac-el-Rumi y yo amamos á Bekralbayda como si fuese nuestra hija: Yshac la llevó á Alhama para que el príncipe la viese y la amase: yo quise que tú la conocieses tambien.
– ¿Y para qué?
– Para que tuviese celos Wadah.
– Pero los celos de Wadah matan.
– Te juro que no matarán á Bekralbayda. ¿No estaba á tu lado en tu alcázar Yshac-el-Rumi?
– No comprendo bien esto.
– Antes de mucho lo comprenderás.
– ¿Pero esa diadema, esas joyas, esas galas que te cubren y que valen un tesoro, Leila?
– ¡Ah! ¡desconfias de mi!
– No, no desconfio: pero en tu habitacion de Córdoba se encontraron todas tus joyas, joyas que yo he conservado, como un precioso tesoro de mi corazon, porque creí que esas joyas y esas ropas eran lo único que me quedaba de tí.
– Despues de la muerte de el Bokarí, permanecimos algunos meses en Tlencen; pero al fin, yo que ansiaba volver á Andalucía, porque en Andalucía estabas tú, escité á Yshac á que viniésemos á vivir á Granada, y cediendo á mis deseos Yshac dispuso el viaje.
Al dia siguiente un esclavo de mi padre entró en nuestra casa.
– Te llamas Yshac-el-Rumi, dijo á este.
– Sí, contestó.
– El poderoso rey Al-Mostansir Billah te ordena que vayas á su alcázar.
Yshac fué.
Al-Mostansir Billah le dió un cofre de hierro muy pequeño y una carta, y le dijo:
– Entrega esto á Leila-Radhyah.
Al-Mostansir Billah cuando hubo entregado el cofre y la carta y dicho estas palabras á Yshac, le volvió la espalda.
Yshac me entregó el cofre y la carta.
Abrí la carta antes que el cofre y ví que decia:
«Un rey tenia una hija:
Y esta hija del rey era muy hermosa.
Y tan hermosa era, que los sabios le habian dicho:
Tu hija será causa de crímenes y desdichas.
El rey encerró á su hija; pero la princesa empezó á languidecer.
El rey llamó á los sabios y les mostró la princesa:
¿Qué enfermedad padece mi hija? les preguntó.
Y los sabios le respondieron:
Tu hija languidece de amor.
Nosotros no nos atrevemos á volverle la salud; pero hemos consultado las estrellas, y las estrellas nos han dicho:
Allá en el Andalucía, del otro lado del mar, en la hermosa Córdoba, la hija del rey encontrará alivio á su dolencia.
Y el rey que amaba mucho á su hija la envió á Córdoba.
Pero su hija no volvió.
Han pasado muchos años.
Tú que vas á Córdoba, señora, busca á Leila-Radhyah y dála esas joyas.
Pero no la digas que su padre la dá un tesoro, porque Leila-Radhyah no tiene ya padre.
No la digas que venga, porque si su padre la vé delante de sí, la matará.»
– Tu padre fué demasiado severo contigo, dijo el rey Nazar.
– Mi padre me ama, dijo Leila-Radhyah con los ojos arrasados de lágrimas.
– ¡Te ama, y á pesar de tu inocencia no te ha recibido!..
– Mi padre me ha enviado hace pocos dias otra carta.
– ¡Otra carta!
– Sí, mírala.
Leila sacó de su seno una bolsita de seda verde y oro, y de ella un pergamino enrollado.
El rey Nazar leyó:
«Leila-Radhyah, decia aquella carta:
He tenido nuevas que han reanimado mi esperanza.
Un walí granadino, me ha dicho que la sultana Wadah está loca.
El rey Nazar puede, pues, apartarla de sí.
El rey Nazar puede ser tu esposo.
Te envio joyas y galas de sultana.
Si quieres tener padre y hermanos, consiente en ser la esposa de Nazar.
Si consientes, yo te enviaré servidumbre y esclavos y guardas, para que puedas presentarte en Granada, como debe ser vista la hija de un rey.
Tu padre te ama, Leila-Radhyah, pero no puede abrazarte hasta que laves tu deshonra.
Procura ser esposa de Al-Hhamar.»
– ¿Y qué has contestado á tu padre? dijo el rey Nazar.
– No le he contestado todavía; pero mi respuesta la llevará un embajador tuyo: un embajador que le diga: tu hija Leila-Radhyah, es sultana de Granada.
– ¡Oh! ese embajador partirá para Tlencen, antes que salga el sol del nuevo dia.
En aquel momento se oyó fuera un ténue silvido, un silvido semejante al de un buho.
El rey y Leila-Radhyah salieron del retrete donde se encontraban y se trasladaron á oscuras á aquel desde donde se veia la cámara de Bekralbayda.
Veamos lo que pasaba en esta cámara.
Estaba desierta.
Bekralbayda