Fue un baño estupendo. Se preguntó, mientras se enjabonaba, cómo pudo resistir en Córcega, y tatareó los compases de una canción. En medio de un soporífero intervalo, oyó al valet de chambre traer el café y los bollitos. ¡Café y bollitos! Salió de la bañera salpicándolo todo, se frotó voluptuosamente con la toalla, se envolvió su largo tiempo mortificado cuerpo en una bata de seda y ganó su dormitorio a buen paso.
Con inmensa sorpresa vio que míster Bunter, pausadamente, metía en el neceser todos los útiles de tocador. Otra asombrada mirada le mostró que sus maletas…, apenas abiertas la noche anterior…, estaban cerradas de nuevo y preparadas para un viaje.
– ¿Qué pasa, Bunter? – preguntó su señoría —. ¿No sabes que tenemos la intención de pasar aquí quince días?
– Perdóneme, milord – respondió Bunter, deferente —. Pero después de leer The Times (que llega aquí todas las mañanas por avión, milord), no dudé de que su señoría desearía marchar inmediatamente a Riddlesdale.
– ¿A Riddlesdale? – preguntó Wimsey —. ¿Qué sucede?.. ¿Le ocurre algo a mi hermano?
Por toda respuesta, Bunter le alargó el periódico, doblado de forma que dejaba ver el siguiente encabezamiento:
Lord Peter abrió los ojos como si estuviese hipnotizado.
– Pensé que su señoría no querría perderse esto – dijo Bunter —, así que me tomé la libertad de…
Lord Peter se recobró.
– ¿A qué hora sale el primer tren? – preguntó.
– Pido perdón a su señoría… Creí que su señoría desearía llegar lo más rápidamente posible… Y me permití sacar dos billetes para el avión Victoria, que sale a las once y media.
Lord Peter miró el reloj.
– Las diez – dijo —. Perfectamente. Hiciste muy bien. ¡El pobre Gerald, detenido por asesinato! ¡Pobre viejo! ¡Tiene que ser terriblemente doloroso para él! Siempre le tuvo horror a mis relaciones con la Policía. Y ahora le ha tocado a él… Lord Peter Wimsey en la barra de los testigos… Es muy desagradable para un hermano… El duque de Denver en el banquillo de los acusados… es todavía peor. En fin, lo menos que podemos hacer es desayunar.
– Sí, milord. El relato del juicio viene completo en el periódico, milord.
– ¿Sí?.. ¿Quién está encargado del caso?
Míster Parker, milord.
– ¿Parker? ¡Estupendo! ¡Magnífico Parker! Me gustaría saber cómo se las ha arreglado para que le encargaran. ¿Qué aspecto tiene la cosa, Bunter?
– Si me lo permite, milord, le diré que este caso será muy interesante. Existen detalles extremadamente sugestivos en la declaración de los testigos.
– Desde un punto de vista criminológico, apostaría a que es interesante – replicó su señoría, sentándose a tomar su café au lait-; pero, al mismo tiempo, es terriblemente molesto para mi hermano al no sentirse inclinado hacia la criminología, ¿eh?
– Pues sí. Milord – respondió Bunter —. Se dice, milord, que no hay nada como tener un interés personal.
“Hoy tuvo lugar en Riddlesdale el juicio sobre la muerte del capitán Denis Cathcart, cuyo cadáver fue encontrado el jueves, a las tres de la madrugada, delante de la puerta del invernadero de Riddlesdale Lodge, el pabellón de caza del duque de Denver. Según las declaraciones tomadas, el difunto discutió acaloradamente con el duque de Denver, la víspera por la noche, y fue poco después cuando se oyó un disparo de revólver en un bosquecillo cercano a la casa. Se encontró el revólver, propiedad del duque, muy cerca del escenario del crimen. El jurado dictó veredicto de culpabilidad contra el duque de Denver. Lady Mary Wimsey, hermana del duque, que estaba prometida al difunto, se desmayó después de declarar y se encuentra gravemente enferma en Riddlesdale Lodge. La duquesa de Denver, que había partido precipitadamente de Londres ayer, estuvo presente en el juicio. Más información en la página 12”.
“¡Pobre Gerald! – pensó lord Wimsey, mientras volvía las páginas del periódico hasta llegar a la número 12 —. ¡Y pobre Mary! Me gustaría saber si, realmente, estaba enamorada de ese individuo. Mamá aseguraba que no; pero Mary no hizo jamás confidencias a nadie”.
La información íntegra empezaba por describir el pueblecito de Riddlesdale, donde el duque de Denver había alquilado recientemente, para la temporada, un pequeño pabellón de caza. Cuando ocurrió la tragedia, el duque se hallaba instalado allí con algunos invitados. En ausencia de la duquesa, lady Mary Wimsey actuaba de anfitriona. Los otros invitados eran el coronel Marchbanks y su esposa, el honorable Frederick Arbuthnot, míster Pettigrew-Robinson y señora, y el muerto, Denis Cathcart.
El primer testigo fue el duque de Denver, quien declaró haber descubierto el cadáver. Según sus palabras, al entrar en la casa por la puerta del invernadero, a las tres de la madrugada del jueves 14 de octubre, tropezó su pie contra algo. Encendió la linterna eléctrica y vio a sus plantas el cuerpo de Denis Cathcart. Inmediatamente le dio la vuelta y descubrió que Cathcart había recibido un balazo en el pecho. Estaba muerto. Cuando Denver se hallaba inclinado sobre el cadáver, oyó un grito en el invernadero y, al alzar la vista vio a lady Mary Wimsey que le miraba llena de horror. La muchacha salió por la puerta del invernadero y exclamó en seguida: “¡Oh Dios mío! ¡Tú le has matado, Gerald!” (Sensación)[3].
EL CORONER. – ¿Le sorprendió esta acusación?
DUQUE DE D. – Estaba tan pasmado y tan desconcertado por el hecho… Creo que le dije a mi hermana: “No mires”, y ella me respondió: “¡Oh, es Denis! ¿Cómo ha ocurrido?.. ¿Fue un accidente?”. Yo me quedé junto al cadáver y la mandé a la casa para que despertara a la gente.
EL CORONER. – ¿Esperaba usted ver a lady Mary Wimsey en el invernadero?
DUQUE DE D. – Como he dicho, estaba tan sorprendido que ni pensé en ello.
EL CORONER. – ¿Recuerda cómo estaba vestida?
DUQUE DE D. – Me parece que no estaba en pijama. (Risas). Creo que llevaba puesto un abrigo.
EL CORONER. – Según tengo entendido, lady Mary Wimsey estaba prometida en matrimonio al difunto.
DUQUE DE D. – Sí
EL CORONER. – ¿Le conocía usted bien?
DUQUE DE D. – Era hijo de un antiguo amigo de mi padre. Sus padres han muerto. Creo que vivía principalmente en el extranjero. Me lo encontré por casualidad durante la guerra y, en mil novecientos diecinueve, vino con permiso a Denver. Se hizo novio de mi hermana en los primeros días de este año.
EL CORONER. – ¿Con su consentimiento y el de la familia?
DUQUE DE D. – ¡Claro está!
EL CORONER. – ¿Qué clase de persona era el capitán Cathcart?
DUQUE DE D. – Pues… era un brillante oficial. Ignoro lo que hacía antes de entrar en el ejército en mil novecientos catorce. Creo que vivía de sus rentas; su padre estaba en buena posición. Excelente tirador, practicaba todos los deportes a la perfección. Nunca oí nada en contra de él… hasta aquella noche.
EL CORONER. – ¿Qué oyó?
DUQUE DE D. – Pues… la cuestión es… que fue terriblemente extraño. El… Si otro cualquiera que no hubiera sido Tomray Freeborn lo hubiese dicho, jamás lo habría creído. (Sensación).
EL CORONER. – Siento tener que preguntar a su gracia de qué hechos acusa al difunto.
DUQUE DE D. – Pues no… No le acuso, exactamente. Un antiguo amigo mío hizo la insinuación. Como es lógico, supuse que