– Bien – dije —. Has recibido una lección. Procura no hacer el imbécil en otro sentido.
Regresó al frente, y estoy seguro de que llevaba la firme intención de hacerse matar, pero no lo consiguió. Fue allí donde alcanzó el grado de mayor y su D. S. O. después de haber realizado para el Intelligence Service una misión peligrosa en las líneas germanas. En 1918, en el curso de un bombardeo, quedó enterrado en un embudo de proyectil, cerca de Caudry, y permaneció en aquella ciudad durante dos años, debido a graves crisis de depresión nerviosa. A continuación, se instaló en Picadilly, en un apartamento, con Bunter, que había estado bajo sus órdenes como sargento, y que le era y le sigue siendo muy fiel.
No me importa decirle que yo estaba preparado para casi nada. Peter había perdido su magnífica franqueza y no se confiaba a nadie, incluyendo su madre y yo. Su frívola actitud le hacía impenetrable y adoptaba una pose de dilettante. Se convirtió en un perfecto comediante. Su fortuna le permitía vivir a su capricho, y con un ojo divertido y burlón observaba yo los esfuerzos del Londres femenino de la posguerra para atraparle.
– No puede ser bueno para el pobre Peter vivir como un ermitaño – me decía una solícita matrona.
– Madam – le respondí —, si lo es, no lo parece.
No. En ese aspecto no me producía preocupación alguna. Pero encontraba peligroso que un hombre de su habilidad no tuviera un trabajo con que ocupar su mente, y así se lo dije.
En 1921, el robo de las esmeraldas de lord Attenbury produjo mucho ruido. Cuando juzgaron al ladrón, el público experimentó muchas emociones violentas, pero la mayor de todas fue cuando hizo su aparición como testigo lord Peter Wimsey.
Se hizo célebre y se vengó de ello al mismo tiempo. Yo creo que para un oficial experimentado del servicio de información, la investigación no hubiese presentado serias dificultades; pero un “sabueso noble” era una novedad sensacional. Denver estaba furioso; personalmente, no me importaba lo que Peter pudiera hacer, suponiendo que hiciera algo. Yo tenía la impresión de que el muchacho se consideraba más feliz desde que había tomado entre manos este trabajo, y encontraba muy simpático al hombre de Scotland Yard con el cual se había aliado durante el transcurso de este caso. Charles Parker es un muchacho tranquilo, sensato y bien educado. Siempre ha sido buen amigo de Peter y un excelente cuñado. Posee la valiosa cualidad de ser amigo de la gente sin esperar reciprocidad.
La única contrariedad del nuevo “entretenimiento” de Peter fue que se convirtió en algo más que un “entretenimiento”, si es que eso podía considerarse “entretenimiento” para un caballero. No se puede colgar a los asesinos por diversión personal. La inteligencia de Peter le tiraba hacia un lado; su sensibilidad, hacia otro, hasta que empecé a temer que le dividieran en trozos. Al final de cada caso, reaparecían las pesadillas y los trastornos nerviosos. Y para colmo, Denver, ese gran imbécil, que no cesaba de despotricar contra las actividades policíacas de Peter, le hizo acusar de asesinato y tuvo que comparecer ante la Cámara de los Lores. Este proceso tuvo tal publicidad que el trabajo de Peter, en comparación, no hacía más efecto que un petardo húmedo.
Cuando Peter sacó a su hermano de esa embrollada y sucia historia, se emborrachó y esta reacción tan humana me tranquilizó respecto a él. Peter admite ahora que su “entretenimiento” es la tarea social que le incumbe, y cierto interés por los asuntos públicos hace que acepte, a veces, pequeñas misiones diplomáticas. Desde hace algún tiempo está un poco más dispuesto a mostrar sus sentimientos y un poco menos atemorizado de tenerlos que mostrar.
Su más reciente excentricidad ha sido enamorarse de esa muchacha acusada de haber envenenado a su prometido y cuya inocencia probó Peter. Ella no ha querido casarse con él, como haría cualquier mujer con personalidad propia. La gratitud y un humillante complejo de inferioridad no son la base más adecuada para un buen matrimonio; la posición era falsa desde un principio. Peter tuvo el buen sentido, esta vez, de aceptar mi consejo:
– Querido – le dije —, lo que era un error para ti hace veinte años ya no lo es en la actualidad. No son las jovencitas inocentes quienes necesitan consideración, sino las que han sido dañadas y están asustadas. Empieza de nuevo por el principio. Pero te advierto que necesitarás todo el dominio que sobre ti has podido adquirir.
Pues bien, lo intentó. No creo haberme tropezado nunca con alguien que tuviera tanta paciencia. La muchacha es inteligente, enérgica y honrada; pero para Peter se trata de enseñarla a aceptar lo que se le ofrece, y eso es mucho más difícil que aprender a dar. Supongo que terminarán por entenderse, si son capaces de evitar que sus pasiones triunfen sobre su voluntad.
Peter tiene ahora cuarenta y cinco años. Es momento de que se case. Yo he sido uno de los puntales más firmes e influyentes en su formación y en su vida, y estimo que me hará caso. Es un verdadero Delagardie, con muy poco de los Wimsey, excepto, he de confesarlo, ese profundo sentido de la responsabilidad que impide a los aristócratas terratenientes ingleses ser una inutilidad total en el terreno intelectual. Poco importa que sea detective o no. Es hombre cultivado y un verdadero caballero. Me divertirá ver lo que dará de sí como esposo y padre de familia. Me estoy haciendo viejo y, que yo sepa, no tengo hijos. Me alegraría mucho ver a Peter feliz. Mas, como su madre dice: “Peter lo ha tenido todo siempre, excepto las cosas que verdaderamente quería”.
Pero yo creo que él tiene más suerte que la mayoría de la gente.
La solución del
Misterio de Riddlesdale
con un informe del
Duque de Denver
ante la Cámara de los Lores
por asesinato
Los cuentos inimitables de Tong-King nunca tienen un final real, y este, escrito en su estilo más elevado, tiene aún menos fin que la mayoría de ellos. Pero toda la narración está impregnada del olor de las pajuelas perfumadas y de honorables pensamientos elevados, y los dos protagonistas son de noble cuna.
1
”Con premeditación”
¡Oh! ¿Quién hizo esta muerte?
Lord Peter Wimsey se estiró voluptuosamente entre las sábanas proporcionadas por el hotel Meurice. Tras sus esfuerzos en el enrevesado misterio de Battersea, había seguido el consejo de sir Julián Fake de que se tomase unas vacaciones. De repente se había cansado de desayunar todas las mañanas con los ojos puestos en el Green Park; había comprendido que la compra de primeras ediciones en las subastas constituía un ejercicio insuficiente para un hombre de treinta y tres años, y hasta los crímenes de Londres estaban adulterados. Abandonó su piso y sus amigos, huyendo hacia las regiones salvajes de Córcega. Durante tres meses dio de lado a cartas, periódicos y telegramas. Escaló montañas, admirando desde lejos la belleza salvaje de las campesinas corsas y estudiando la vendetta en su propio ambiente. En tales medios, el asesinato no solamente se hacía razonable, sino simpático. Bunter, su hombre de confianza y que le ayudaba en sus investigaciones policíacas, había sacrificado noblemente sus costumbres civilizadas, dejando que su amo anduviese sucio y hasta sin afeitar. Su fiel aparato, que fotografiaba corrientemente huellas dactilares, solo tomaba paisajes rocosos. ¡Qué bien sentaba aquel descanso!
Sin embargo, la voz de la sangre tiraba de lord Peter. La noche anterior habían regresado a París en un espantoso tren y deshecho su equipaje. La luz otoñal, al filtrarse a través de las cortinas, acariciaba los frascos de tapones de plata colocados sobre el tocador y delineaba la pantalla de una lámpara eléctrica y los contornos del teléfono. Un ruido cercano de agua corriente anunciaba que Bunter acababa de abrir los grifos de la bañera y colocaba en su sitio el jabón de olor, la esponja y las sales de baño, que hubiesen sido inútiles en Córcega, y el delicioso cepillo de mango largo que tanto placer le producía al pasárselo a lo largo de la columna vertebral.
“Todo es contraste en la vida”