– Dijo que había pinchado y me pidió un cubo con agua.
– ¿Fue eso todo lo que dijo?
– Preguntó cuál era el nombre de la propiedad y el de su dueño.
– ¿Le dijo usted que aquí vivía el duque de Denver?
– Sí, señor; y dijo que suponía que habría mucha gente reunida aquí para la caza.
– ¿Indicó adónde se dirigía?
– Me dijo que venía de Weirdale y que iba a hacer un recorrido por todo Cumberland.
– ¿Cuánto tiempo estuvo aquí?
– Una media hora. Cuando terminó de arreglar la rueda, puso en marcha la moto y le vi alejarse hacia King's Fenton.
Señaló con el dedo hacia la derecha, donde se veía a lord Peter gesticulando en el centro de la carretera.
– ¿Qué clase de hombre era?
Como la mayoría de la gente, mistress Hardraw carecía de precisión. Creía que era bastante joven, más bien alto que bajo, ni rubio ni moreno, y con una pelliza larga de esas que usan los motoristas, con cinturón.
– ¿Era un caballero?
Mistress Hardraw titubeó y míster Parker clasificó, mentalmente, al desconocido como individuo de la clase media.
– ¿Observó, por casualidad, la matrícula de la moto?
– No. Pero me di cuenta de que tenía sidecar.
Las gesticulaciones de lord Peter se hacían más violentas, y Parker se apresuró a reunirse con él.
– ¡Date prisa, vago! – exclamó lord Peter, injustamente —. Este foso es magnífico.
Desde un foso como este,
cuando la brisa acariciaba los árboles
y no hacían ruido; desde un foso como este
nuestro amigo, al parecer, escaló las murallas de Troya
y puso sus plantas sobre el herbáceo campo.
¡Mira mis pantalones!
– Es difícil escalar por este lado – opinó Parker.
– Sí. Puso el pie en esta hendidura y una mano en lo alto de la empalizada para izarse. Calzado Cuarenta y dos tiene una estatura, una fuerza y una agilidad excepcionales. A mí me ha sido imposible hacerlo y mido un metro setenta y cinco… ¿Quieres intentarlo tú?
Parker tenía un metro ochenta y dos, pero apenas llegaba con la mano a lo alto de la tapia.
– Lo haría si estuviera en plena forma, por un motivo adecuado… o tras un estimulante adecuado.
– ¡De acuerdo! – exclamó Peter —. Así, pues, deducimos de esto que Calzado Cuarenta y dos tiene estatura y fuerza excepcionales.
– Sí – respondió Parker —. Es un poco desafortunado que, hace un instante, llegáramos a la conclusión de que era bajo y débil.
– Tienes razón. Como bien dices, es un poco desafortunado… que lo creyéramos.
– Ahora sabemos ya a qué atenernos. ¿Y no tendría un cómplice que le echara una mano o le ayudara a izarse?
– No, porque ese cómplice no tendría entonces pies ni nada para sostenerle – respondió lord Peter, señalando las dos solitarias huellas de los zapatos de Calzado Cuarenta y dos —. A propósito, ¿cómo en la oscuridad se dirigió directamente hacia el sitio en que no había puntas de hierro? Diríase que es de la vecindad o que reconoció el terreno por adelantado.
– En apoyo de tal hipótesis, voy a hablarte de la agradable conversación que acabo de sostener con mistress Hardraw – dijo Parker.
– ¡Caramba! – exclamó Wimsey al final del relato —, eso es interesante. Será preciso que hagamos investigaciones en Riddlesdale y King's Fenton. Mientras tanto, ya sabemos de dónde venía Calzado Cuarenta y dos; pero, ¿adónde fue después de dejar el cadáver de Cathcart junto al pozo?
– Las pisadas entran en el coto vedado – dijo Parker —. Allí las perdí. Hay una buena alfombra de hojas secas y helechos.
– Es inútil que nos metamos en ese berenjenal – objetó su amigo —. El individuo entró y, como es de suponer que no se encuentre aún aquí, tuvo que salir otra vez. No salió por la verja, porque Hardraw le hubiera visto. No salió por el mismo camino que entró, porque hubiera dejado algún rastro de su paso. Sin embargo, tuvo que salir por alguna parte. Recorramos la empalizada.
– Entonces, vayamos hacia la izquierda – dijo Parker —, puesto que es hacia donde cae el coto vedado, el cual habrá atravesado con toda seguridad.
– Vamos, pues… Atención, ahí regresa Helen de la iglesia. Procura que no te vea, viejo.
Abandonaron la carretera, pasaron el cottage y se metieron en una pradera para seguir la empalizada. Muy pronto encontraron lo que buscaban. Una cinta de tela colgada tristemente de una punta de hierro. Con la ayuda de Parker, Wimsey escaló la empalizada y consiguió cogerla. Peter se hallaba en un estado de exaltación casi lírica.
– ¡Ya la tenemos! – exclamó —. ¡Es el cinturón de un Burberry! Ninguna preocupación por aquí. Veo las pisadas de un hombre que galopaba para salvar su vida. Se ha quitado de prisa su impermeable Burberry; ha saltado… una, dos, tres… quizá más veces para arrojarlo sobre la empalizada. Supongamos que a la tercera vez lo ha sujetado a las puntas de hierro. Valiéndose de pies y manos para subir, ha hecho largos rasguños en la madera. Ha llegado a lo alto… ¡Ah! Una mancha de sangre en esta grieta. Se ha debido pinchar la mano. Baja de un salto. Tira violentamente del impermeable y deja el cinturón enganchado…
– Me gustaría que te bajaras – gruñó Parker —. Me estás destrozando la clavícula.
Lord Peter obedeció y permaneció inmóvil, dando vueltas al cinturón entre las manos. Sus ojillos grises no dejaban de recorrer febrilmente el campo. De repente, agarró a Parker del brazo y lo arrastró hacia el extremo de la empalizada. En este lugar se alzaba un muro bajo de piedras secas como se ven con frecuencia en el campo. Allí se puso a buscar como un terrier
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