Áreas extra-europeas, entre ellas los inmensos territorios de América —que a la postre sería la parte Latina—, de Asia y más tarde de África, fueron abruptamente integrados a esquemas de organización productiva internacional en el ámbito de los cuales, la lógica de funcionamiento era del todo ajena a su anatomía y fisiología social tradicionales. La clave no era la insuficiencia, como en el atraso europeo, sino una deformación que distorsiona la posibilidad de promover formas de desarrollo que empalmen entre si hombres, recursos naturales y necesidades sociales. De allí la marcha asincrónica en las áreas subdesarrolladas de sociedad, economía y política, que producirá finalmente urbanización sin industrialización, industrialización sin innovación tecnológica, crecimiento sin agriculturas integradas y eficientes, democracias formales con cimientos oligárquicos incluso autocráticos. En fin, el subdesarrollo es resultado de una herencia histórica, en la cual el capitalismo, como resultado de la expansión mundial europea, se implantó en regiones no europeas, pero sin capitalistas (hombres de negocios, inventores, emprendedores) (Pipitone, 1994).
Galeano (2004) consigna que para Ernesto “Che” Guevara —que fue ministro de economía de la triunfante revolución cubana— el subdesarrollo era un enano de cabeza enorme y panza hinchada, cuyas piernas débiles junto con sus brazos cortos, no armonizan con el resto del cuerpo. En el caso particular de la América Latina, el subdesarrollo fue causado por Inglaterra y Holanda quienes, siendo los grandes navegantes de la época, compraban esclavos en África dando a cambio mercaderías y baratijas, los esclavos los vendían en Cuba y Brasil, obteniendo a cambio metales y materias primas especialmente algodón y melaza de azúcar que luego refinaban. Los barcos regresaban a los puertos europeos cargados de productos tropicales y a comienzos del siglo XVIII, las tres cuartas partes del algodón que hilaba la industria textil inglesa provenía de las Antillas y a mediados de ese mismo siglo había 120 refinerías de azúcar que producían, incluso ron, que trasladaban e intercambiaban con esclavos en África.
Así, el capital acumulado por la multitud de hombres de negocios (los esclavistas) en ese comercio triangular –manufacturas, esclavos y materias primas— financió las inversiones inglesas de la época al encontrarse con las ideas de los inventores y emprendedores a los que apoyaron para ganar aún más, por esta vía nacieron la máquina de vapor, los ferrocarriles y las maquinas textiles. Una empresa mercantil propia de la época facilitó el comercio de ultramar antes comentado, se trata de la Compañía de Indias Orientales que surgió por Cedula Real Inglesa en 1600 y le concedía a un grupo de 218 mercaderes el monopolio por quince años del comercio con las llamadas Indias Orientales incluyendo Asia, África y América. Esta empresa con su gran burocracia alcanzó tal poder que incluso tenia ejercito, gobernaba vastos territorios y construyo muchos de los muelles de Londres (Micklethwait y Wooldridge; 2003)
Acemoglu y Robinson (2012) se refieren a la encomienda como una institución española, que va a ser clave en la siembra y permanencia de pobreza y subdesarrollo en los territorios americanos conquistados, se trataba de una especie de encargo o concesión a un caballero español, conocido como encomendero, como premio por sus servicios prestados a la Corona, de pueblos indígenas y sus territorios; su responsabilidad era convertirlos al catolicismo y a cambio, los indígenas tenían que rendirle tributos en especie y trabajo. Las condiciones de explotación y crueldad en el trato dado a los indígenas con este pretexto, fue denunciada por Fray Bartolomé de las Casas en su libro Un Breve Relato de la Destrucción de las Indias, escrito en 1542, donde describía cómo cada uno de los jefes militares españoles tomaba control del pueblo asignado en encomienda, acto seguido ponía a la gente a trabajar para él, se apoderaba de sus escasas reservas alimenticias y tomaba control de las tierras que los indígenas trabajaban. Los encomenderos se sentían con el derecho de tratar a la población, sin importar edad o genero, como si fueran sus esclavos obligándolos a trabajar día y noche sin descanso. Fueron notables los excesos de los encomenderos en el territorio de los aztecas de México y en el de los incas de Perú, por la avaricia que desataba los metales que suponían existía en esas regiones.
Acemoglu y Robinson (2012) piensan que el subdesarrollo de Latinoamérica se debe en mucho a la encomienda española, la evidencia según ellos es que Inglaterra no tenia algo similar y el resultado está en el avance de Estados Unidos, Canadá y Australia. Para Heilbroner (1964), aún es posible replicar el ejemplo de Inglaterra y salir del subdesarrollo, lo cual implica concentrar capital, manejarlo con productividad brindando trabajo bien remunerado a la gente. Lo anterior, a su vez requiere un buen manejo de tres fuentes de capital no excluyentes: i) comercio exterior justo, ii) inversión extranjera bien regulada y iii) financiamiento externo a tasas razonables. Las tres vías están repletas de obstáculos y sacrificios que ameritan de un Estado, que en la modernidad puede ser, o bien modesto, es decir, sólo para garantizar justicia y derecho para que sea el mercado el mecanismo principal de asignación de recursos; o mixto: responsable de la planificación económica especialmente de sectores como educación, salud y ciencia, dejando al mercado el encargo de dirigir las demás actividades. Entre estas dos opciones se debate el futuro de muchas naciones hoy día y en esencia la discusión reside en cuanto de Estado y cuanto de Mercado y cómo facilitar la emergencia y la tarea de las clases capitalistas.
Revoluciones y buenas intenciones en la América Latina
Al inicio del siglo XX, la situación de la mayor parte de los campesinos mexicanos, indígenas en su mayoría, era de explotación y dependencia del patrón o hacendado, que asemejaba a una época esclavista que se creía superada. En 1910 JK Turner (1985) un periodista estadounidense, hizo varias entregas de artículos a una revista estadounidense, donde describía la penosa situación de los indígenas, los cuales posteriormente dieron lugar a su libro: México Bárbaro. Para lograr un vivo retrato de la situación que narra, el autor se hizo pasar por inversionista y con esa falsa identidad fueron los propios hacendados quienes se encargaron de mostrarle con detalles el sombrío panorama que padecía la población campesina en México pre-revolucionario. Las plantaciones agrícolas de Yucatán dieron lugar a uno de los capítulos estelares sobre todo por el esplendor en la que vivían los propietarios agrícolas en Mérida, la capital de la entidad, en contraste con la miseria de los trabajadores mayas.
México inició una revolución social en 1910, la primera del siglo XX que derrocó una dictadura longeva. Una de las tres ramas participantes en la lucha: la de Emiliano Zapata, tenia como principal reivindicación recuperar la tierra a favor de sus propietarios originales: los campesinos. Sin embargo, Emiliano Zapata fue asesinado antes del triunfo del movimiento, mientras que su demanda de tierra y libertad fue pospuesta hasta la llegada a la presidencia Lázaro Cárdenas, quien en la década de los 30s lleva al cabo las dotaciones de tierra mas grandes de la historia del régimen de la revolución, a las comunidades de campesinos (Garciadiego, 2004).
Una de las entidades de mayor afectación por la reforma agraria cardenista, fue Yucatán, especialmente en su superficie dedicada al cultivo del henequén, un agave muy valioso en ese momento, de la cual se extraía una fibra que se exportaba a los Estados Unidos para la fabricación de cuerdas y jarcias para embalaje. La plantación agrícola típica dedicada al henequén, como muchas explotaciones de su clase, constaba de una casa principal en el centro de la plantación para alojar al patrón y sus administradores, junto a espacios aledaños para las instalaciones dedicadas extracción de la fibra de la planta y habitaciones para los trabajadores. Con la reforma se expropiaron las tierras dedicadas al cultivo del henequén, a favor de las comunidades de campesinos mayas organizados en ejidos, dejando a los hacendados la casa principal y las instalaciones para la desfibración del henequén (Garciadiego, 2004).
El Estado apoyó con créditos y asesoría la explotación del henequén por los ejidos recién formados en Yucatán, incluso creó una empresa pública para industrializar el henequén y agregar así valor a las exportaciones. Pronto se ve en la necesidad de dedicar crecientes flujos de recursos monetarios para operar la agroindustria, pero mientras que los campesinos mayas y los obreros paulatinamente mejoran sus condiciones de vida, una cada ves más pesada burocracia toma el control de las actividades y fomenta un ambiente de indolencia y corrupción entre los campesinos mayas, que confunden los créditos con salarios. Finalmente, luego de varios periodos de auge y declive del precio y la